Sobre el consenso pandémico: algunas incursiones iniciales para su comprensión

La pandemia del Covid-19 se erigió –entre otras dimensiones– en un fenómeno comunicacional de alcance global fundamentado en una narrativa cuasi bélica que identificó en un virus a un "enemigo invisible" que invade nuestra cotidianeidad. La construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu), lo remarcamos en varias ocasiones, se convirtió en un andamiaje simbólico y en un terreno de disputa para la construcción de significaciones. La epidemia también se gestó con la desinformación y con la tergiversación semántica que lapidó a la palabra (https://bit.ly/3Efn8TF) y su sentido histórico. En este proceso el régimen cibercrático global (https://bit.ly/38tELk9) y sus redes sociodigitales desempeñan un papel crucial.

Más que para comprender la realidad presente y emergente, el lenguaje se usa para distorsionarla y subsumirla a intereses creados. Entonces la pandemia se abrió como escenario de disputas ideológicas y facciosas para apropiarse del lenguaje y del poder que desde él es posible configurar. Entonces las metáforas contribuyeron a perfilar la ideología del higienismo y a suavizar y matizar los alcances despóticos del Estado sanitizante y los toques de queda disimulados.

El meollo del consenso pandémico estriba en el miedo y en las nuevas significaciones (https://bit.ly/35KfaRU) que adquirió con la irradiación del coronavirus SARS-COV-2. A medida de que extendían los contagios y muertes, se arraigó una narrativa que justifica la instauración, desde los gobiernos, de "estados de emergencia" que contravinieron y socavaron las libertades fundamentales. La misma docilidad acrítica de amplios sectores de las poblaciones condujo a suplantar la libertad por la seguridad y a reconfortarse con los dispositivos biopolíticos.

Parte del consenso pandémico fue tomar a la crisis epidemiológica global como una excusa para justificar la inducida debacle económica (https://bit.ly/3sW1izp) y la emergencia de nuevas desigualdades vinculadas a un macroexperimento social que se proyectó y aprovechó desde el complejo militar/financiero/tecnocientífico/comunicacional/digital para afianzar nuevas formas de explotación, pauperización social y extracción del excedente. La ruptura de las cadenas globales de producción y suministro, la crisis económica, el híper-endeudamiento y las espirales inflacionarias, tienen como explicación primera y última a un virus novecientas veces menor al tamaño de un cabello, y con ello son invisibilizados y encubiertos los beneficiarios de ésta debacle y las disputas en torno a la transición del patrón energético y tecnológico. La pandemia, pues, no solo es un dispositivo de control y biovigilancia, sino también un dispositivo sofisticado de disciplinamiento que facilita la instauración de un nuevo patrón de acumulación y despeja el camino de las resistencias sociales.

Ninguna actividad humana se mantuvo al margen de los impactos de la gran reclusión (https://bit.ly/3l9rJfX), sino que las formas de convivencia y de organización de la sociedad se alteraron con la gestión tecnocrática de la pandemia que tiene al dato y al número como referentes incuestionables; al tiempo que se modificó la relación del ser humano con la enfermedad y la muerte. A su vez, el consenso pandémico amalgamó no solo un discurso sino modus operandi regidos por una nueva concepción y relación con el cuerpo y la intimidad. La profilaxis fue llevada al extremo y no siempre estuvo exenta del absurdo y las contrariedades.

El consenso pandémico se entreveró y reforzó con narrativas negacionistas también sostenidas y difundidas por líderes políticos como Donald J. Trump o Jair Bolsonaro. Desde la analogía entre el distanciamiento social y el holocausto (https://bit.ly/3p1npU8), hasta el comparativo de Robert F. Kennedy Jr. (https://bit.ly/3JzP46m) de las medidas sanitarias restrictivas con la "represión nazi". Posturas que finalmente redundaron en la confusión y en decisiones públicas erráticas, inoportunas e insuficientes.

El consenso pandémico se caracterizó también por crear y legitimar mecanismos de segregación social. Ubicado un "enemigo invisible", era necesario configurar un chivo expiatorio al cual "culpar" del colapso pandémico. Desde calificativos como "virus chino" (Trump dixit), o un "virus rojo" (esgrimido por el Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Ernesto Araujo, https://bit.ly/3LF66Sq), hasta ciudadanos de primera (vacunados) y ciudadanos de segunda (no vacunados) y la imposición de un "pasaporte sanitario" son solo muestra de las costuras ideológicas de la pandemia y de las fracturas sociales radicalizadas con ella. El mismo consenso pandémico se nutrió de esta manía maniqueista y segregadora.

Pocas veces en la historia de la humanidad se culpó a individuos sanos de ser los causantes de la irradiación de un virus. El consenso pandémico posicionó ese argumento e hizo de la descalificación la base de su narrativa. Y esta descalificación mutó en censura que se cierne sobre aquellas voces que disienten respecto a la narrativa. Incluso la misma praxis científica en muchos episodios se supeditó a este consenso pandémico y los mass media desplegaron esa función de descalificación sobre científicos y especialistas que mostraron posicionamientos diferenciados (https://bit.ly/3ItHBWx).

La irradiación masiva del teletrabajo con la gran reclusión dividió a la humanidad entre quienes podían desplegar sus obligaciones laborales desde casa y ejercieron el distanciamiento físico para protegerse del virus, y quienes no contaron con ese privilegio en aras de desempeñar "actividades esenciales". A las divisiones en clases sociales tradicionales, el consenso pandémico suma ésta otra y posicionó a los trabajadores cualificados en nuevos privilegiados.

La narrativa de la "guerra contra el coronavirus" despejó el camino a los gobiernos en sus esmeros por lograr y ejercer poderes excepcionales. Y a ello se replegaron empresas privadas, escuelas, familias, etc., sin reparar en el absurdo de varias de esas medidas adoptadas en nombre de la sanidad. A la dictadura de la mascarilla, se sumaron los servicios municipales dispersando líquidos sin ton ni son en calles y plazas públicas, así como guardianes en tiendas y centros comerciales impidiendo el acceso a niños y ancianos.

A diferencia de la mal llamada "gripe española" (1918-1920), que fue encubierta y silenciada al calor de la Primera Gran Guerra, el consenso pandémico actual gestó una psicosis planetaria a partir del pánico y la construcción mediática de la vulnerabilidad. Con ese pánico no solo se recluyó a la población mundial sino que se debilitaron los sistemas inmunitarios de los organismos y crecieron los riesgos y enfermedades neuropsicológicas (depresión, ansiedad, angustia) que son, en sí, la gran pandemia de las sociedades contemporáneas.

Salir del consenso pandémico supone instaurar una política de la precaución que posicione en su justa dimensión al coronavirus SARS-COV-2 y al Covid-19. Supone desplegar el pensamiento crítico (https://bit.ly/3stgiEz y https://bit.ly/3bLzTbo) en amplios ámbitos de la vida social y despojarse del miedo inoculado a partir de una narrativa inmovilizadora que no cuenta con asideros empíricos, sino que se engarza con intereses creados que hacen de la palabra el centro de las disputas y de la construcción del poder.



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Isaac Enríquez Pérez

Ph D. en Economía Internacional y Desarrollo. Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México.

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