La ONU, la guerra y la paz

Casi todos los anhelos cacareados por los líderes políticos del mundo están recogidos en la Carta de las Naciones Unidas, que fue la base fundacional de la Organización de las Naciones Unidas, y que fue firmada el 26 de junio de 1945, poco después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. La ONU sustituyó a otra entelequia inútil surgida de la gran guerra anterior: la Sociedad de las Naciones, creada en Versalles el 28 de junio de 1919. A pesar de su nacimiento rimbombante y sus declaraciones sobre la paz, la Sociedad de las Naciones no logró resolver las graves crisis internacionales que se plantearon en las décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado y cuando la situación internacional se enturbió tras la depresión de 1929, la Sociedad de las Naciones se mostró totalmente incapaz de mantener la paz.

Después de la creación de la Organización de las Naciones Unidas, a partir de la firma de la Carta, el mundo ha visto algunos cambios puntuales. Baste, para comprobar esto, el hecho de que en aquella oportunidad solo había ocho mujeres entre las 800 personas delegadas presentes en el acto de la firma y de las 160 personas firmantes sólo cuatro fueron mujeres.

Pero hay dos cosas que no han cambiado. Una es la proclamación recurrente de los valores expresados en la Carta. Leamos un fragmento del Preámbulo de ese documento: "Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles, a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas, a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional, a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad, y con tales finalidades a practicar la tolerancia y a convivir en paz como buenos vecinos, a unir nuestras fuerzas para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, a asegurar, mediante la aceptación de principios y la adopción de métodos, que no se usará la fuerza armada sino en servicio del interés común, y a emplear un mecanismo internacional para promover el progreso económico y social de todos los pueblos, hemos decidido aunar nuestros esfuerzos para realizar estos designios.".

Lamentablemente, la otra cosa que no ha cambiado es la incapacidad de la Organización de las Naciones Unidas para hacer cumplir esos valores. Muy por el contrario, hoy vemos que la injusticia y la desigualdad han aumentado entre las personas y las naciones, mientras que el deseo de paz se ve frustrado por el actual desarrollo de cerca de 60 guerras de distinto signo, que causaron entre 2019 y 2022 más muertes que el coronavirus. La guerra es una pandemia mucho peor que el COVID-19. El nuestro es un mundo empobrecido, enfermo, degenerado, desintegrado, en el cual hoy presenciamos la llegada de los cuatro jinetes del apocalipsis, no como metáforas bíblicas, sino como realidades tangibles y amenazantes: el hambre, la guerra, el cambio climático y los peligros de la inteligencia artificial.

Durante toda la historia los humanos (y sus organizaciones nacionales e internacionales) han cantado loas a la paz mientras hacen o promueven la guerra. Se ha constatado que la más antigua de las relaciones internacionales, desde el comienzo de las civilizaciones, es el enfrentamiento organizado de grupos humanos armados con el propósito de controlar recursos naturales o humanos (por ejemplo, conflictos entre cazadores nómadas y recolectores sedentarios que desarrollaron el concepto de propiedad). Este tipo de conducta gregaria es extensible a la mayor parte de los homínidos​ y se encuentra estrechamente relacionado con el concepto de territorialidad.

La guerra es una experiencia universal que comparten todos los países y todas las culturas. Según la Enciclopedia mundial de las relaciones internacionales y Naciones Unidas, en los últimos 5.500 años se han producido 14.513 guerras que han costado 1.240 millones de vidas y no han dejado sino 292 años de paz. Y únicamente entre 1960 y 1982, dicha enciclopedia calcula 65 conflictos armados (solo los que hayan producido al menos mil muertos) en 49 países, con un total de 11 millones de víctimas.

Señalo como un hecho notable, que descarta el mito de la "inocencia" o "pureza" de las sociedades americanas precolombinas, que el renombrado imperio inca vivió el principio del fin después de una cruenta guerra civil. La grandeza del Imperio estaba ligada esencialmente a la existencia al frente de él de grandes espíritus guerreros y conquistadores como los de los últimos Incas, Pachacútec y Túpac Yupanqui, y, sobre todo, a la conservación de una casta militar, sobria y virtuosa como la de los orejones. Con Huayna Cápac se inició la decadencia. Huayna Cápac era aún un gran conquistador como su padre y abuelo, pero en él se presentan y se afirman ya los síntomas de una corrupción que carcomía al Imperio. Finalmente, al morir Huayna Capac, sus dos hijos, Huáscar y Atahualpa, se enfrascan en una lucha por el poder que puso en evidencia todos los males íntimos del poder incaico.

La lucha entre los dos hermanos reflejó todos los males íntimos del Imperio. Cuando el conquistador español Francisco Pizarro hace prisionero a Atahualpa y lo ejecuta en 1533, ya el Imperio Inca se hallaba en camino a su disolución.

La Organización de las Naciones Unidas no puede sino fracasar en su declarada y nunca cumplida proclama de garantizar la paz, por varias razones; una principalísima es que representa a las naciones de la especie humana, en la que se reconocen instintos primarios que la predisponen a la violencia, a la guerra y a la depredación entre sus especímenes.

Hay voces ingenuas o manipuladoras que proponen la reforma o la refundación de la ONU. No sé qué nuevo engendro pueda surgir después de la Sociedad de las Naciones y de la Organización de las Naciones Unidas. En todo caso, no se puede esperar nada nuevo de algo cuyos principales demiurgos solo pueden ser las mismas potencias que se disputan el reparto del mundo y que mantienen ese adefesio que es el derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU (es decir, el derecho a bloquear cualquier iniciativa que afecte sus velados intereses). Hay quienes me critican porque me declaro pesimista. No importa, yo me mantengo en mis trece.


 



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Néstor Francia


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