Al amigo José Luis Franco Meneses
“El fado es el llorar / De un pueblo su cantar / Me gusta abril en Portugal.”. (José Galhardo, de la canción Coimbra, también conocida como “Abril en Portugal”, de 1947).
Pasados 25 minutos de la medianoche portuguesa del 25 de abril de 1974, hoy hace 50 años, suena una canción prohibida por la larga dictadura salazarista en la Rádio Renascença, “Grândola, Vila Morena”, canción de José Afonso asociada a los comunistas y que el MFA, el Movimiento de las Fuerzas Armadas, integrado por COMACATES (oficiales de rango intermedio), había escogido como santo y seña definitivo para dar inicio a su rebelión revolucionaria y libertadora. De repente, un régimen autoritario de largos 48 años, cuando no fascista, se desplomaba en apenas 17 horas.
Amanecían las calles portuguesas con decenas de tanques en las calles. Los rebeldes, liderados por el cerebro de Otelo Saraiva de Carvalho y el animoso espíritu de Fernando Salgueiro Maia, habían pedido a la población que permaneciera en sus hogares mientras se resolvía la situación. De nada sirvió. Las calles se inundaron de cientos de miles de personas, el jolgorio recorría feliz las veredas y avenidas lusitanas. Una jovencita, cuentan que gallega, miembro del clandestino partido comunista, trabajaba en un restaurante. Tenía el encargo todas las mañanas de llevar las flores para adornar las mesas de los comensales. Pero esa mañana fue infructuosa su labor. No se abriría, le dijeron que podía llevarse los rojos claveles. Al salir a la calle unos soldados le pidieron un cigarro, ella les ofreció en cambio un clavel a cada uno. Tomaron la ofrenda y taparon el cañón de sus fusiles con la misma. Así la rebelión de los jóvenes militares se hizo cívica revolución de los claveles.
Con la efervescencia social que genera el liberarse de un carcomido y asfixiante régimen dictatorial, el símbolo del clavel se extendió a lo largo de la delgada geografía de aquel país. En pocas horas no quedaba tanque ni ametralladora sin clavel en el cañón. Con el color de la sangre se evitó la sangre. Flor de primavera, estación del renacer de la vida, es en Portugal y España flor nacional y popular, símbolo del pueblo. Jamás aquellos capitanes, mayores y tenientes esperaron aquella reacción popular. Mucho menos la esperó el vetusto régimen. Reacción más civil que militar, pero también militar, honradamente militar, expulsó al exilio a aquel gobierno sin prácticamente disparar un tiro. Portugal enseñó al mundo que la revolución pacífica podía ser, que se podía vencer a los crueles asesinos con un pueblo abrazado en la calle y portando una flor.
Aquella rebelión no fracasó, triunfó. Y sus líderes no llegaron para perpetuarse en el poder. Muchos eran hombres de izquierda. Algunos, como Saraiva de Carvalho, hasta de una izquierda radical maoista. La OTAN se asustó, y mucho. Pero su vocación no fue imponerse con el chantaje de la violencia, construir un socialismo mediante la amenaza de las armas. Aquella revolución dio apertura a la democracia portuguesa moderna, la que hoy celebra medio siglo. Seguramente el espíritu de 1968 estaba muy próximo, lo suficiente para espantarse con cualquier idea estalinista. Salgueiro Maia incluso no sólo renunció a perpetuarse como gobierno, sino que al modo del romano Cincinato, en cuyo honor hoy existe la ciudad de Cincinatti, terminada la labor de derrocar a la tiranía regresó inmediatamente a su cuartel hasta el final de su vida. Como él, hubo muchos otros.
Liberada Portugal del tirano se liberó también a las oprimidas colonias. Después del contexto que surgió en Europa a partir del 45, la empecinada dictadura salazarista seguía de espaldas a la historia con su empeño de sostener una guerra carnicera para evitar la independencia de Mozambique, Angola y Guinea-Bisáu. Aquellos militares jóvenes estaban asqueados de sacrificar a esos pueblos. Que sean soberanos, dijeron. Y así también estas antiguas colonias hoy están prontas a celebrar su medio siglo de independencia: Guinea-Bisáu en septiembre de este año y Mozambique y Angola el próximo.
Portugal fue la esperanza de un tiempo oprobioso en el sur de Europa, particularmente para la Grecia de los coroneles y para la decrépita y asesina dictadura franquista de España. Era yo un chamito que por aquellos días finales de abril visitó Portugal llevado por la alegría de un padre que se autodenominaba marxista-leninista-pesimista. No entendía qué pasaba pero sí sentía que se respiraba otro aire, uno muy fresco. Cuentan que el fascista Franco propuso a la administración Nixon intervenir en tierras lusitanas, pero aquello afortunadamente no prosperó. Con la revolución de los claveles, casi que místicamente, se sucedieron una serie de hechos que cambiaron en pocos meses y para bien la faz de la política internacional. La dictadura de los coroneles duró apenas semanas, Nixon renunció el 9 de agosto tras el escándalo Watergate, el tirano español murió y la guerra de Vietnam concluiyó con el ridículo de Estados Unidos en Saigón un año después. Si no fuera tan descreído diría que algo mágico salió de aquella primavera portuguesa. Empero, para nuestra América Latina aquellos tiempos fueron de espinas, tiempos que ya se habían iniciado meses atrás con la masacre de Pinochet. Nos faltó una revolución de los claveles.
Aquel abril de Portugal sirvió de modelo a no pocos. Lo fue para jóvenes militares españoles que se agruparon, a partir de septiembre de 1974, en la Unión Militar Democrática (UMD) para ayudar en la transición de aquel país a la democracia. Y me temo que las revoluciones de este siglo en muchos Estados otrora autoritarios, revoluciones pacíficas y con nombres de flores o de colores alegres como el naranja, guardan cierto aroma de clavel. Hoy queremos recordar con saudade y con alegría aquellos días, celebrar su existencia y su ejemplo para la humanidad.