Nunca ha habido en la historia de la lucha de clases o de las naciones un ejército homogéneo ciento por ciento, es decir, que todos sus oficiales, todos sus suboficiales y todos sus soldados piensen exactamente lo mismo, sean ideológica o políticamente uno el reflejo fiel –sin ningún tipo de disidencia- de todos ni todos de uno. El cristianismo, amén de haberse ganado una porción importantísima de pueblo y, por cierto, que no estaba en capacidad de hacer revolución, comenzó hacerse fuerte y a crear miedo en el propio seno del imperio, cuando empezó a ganarse a una parte considerable de sus soldados. Claro, actualmente es mucho más difícil ganarse a soldados del imperio estadounidense que antes los cristianos a los del imperio romano. Este –como forma política de gobernar –aun cuando usaba leones para que se comieran a los esclavos- no ensangrentó sus manos matando en todos los continentes, por lo cual no alcanzó las atrocidades que el régimen de globalización capitalista salvaje acomete sin dejar un rincón del mundo donde no haya dejado prueba de sus magnicidios y su saqueo por la vía de la rapiña.
Unos cuantos soldados estadounidenses, para no irnos muy lejos en busca de memoria como expresión de no olvidar, se han manifestado contra la guerra que está haciendo Estados Unidos en Irak. Recién un soldado explicó el por qué era una guerra injusta, de invasión, y confirmó que ya se había convertido en una guerra terrorista de genocidios por parte de las fuerzas impostoras y, especialmente, estadounidenses. Ese soldado merece la admiración y la solidaridad de todos los que se oponen a la guerra del imperio en Irak, en Afganistán y donde quiera que la haga. ¡Viva ese soldado!
En verdad lamento no recordar el nombre de un general estadounidense que escribió sobre su autobiografía como soldado que participó en varias guerras sirviendo a Estados Unidos. Recuerdo sí que lo leí en la obra “Garrote y dólar” del historiador Gallego Ortiz. Ese general narra, de manera sintetizada, sus actuaciones durante varias décadas en guerras que hicieron Estados Unidos a otras regiones del mundo. Al final, de tanto pensar en lo que hizo y no debió hacer y en lo que no hizo que debió hacer, se convenció, para denunciar ante el mundo como injustas las guerras que hace Estados Unidos, que toda su vida prácticamente se la había dedicado a luchar, exponiendo su vida y matando gente de otros pueblos, por los intereses económicos de los grandes y poderosos monopolios que deciden el destino del mundo, pero los hacían decir que era por la democracia y la libertad. Que todo eso era una mentira, que su país invadía, asesinaba a mansalva y cometía atrocidades incluso hasta en nombre de Dios.
Estuve en Panamá un poco tiempo antes que se produjera la invasión de Estados Unidos en 1989 cuando derrocaron a Manuel Noriega. Presencié en una Universidad la entrada de un soldado gringo a su recinto. En el acto, profesores y alumnos, conformaron una muchedumbre para expulsarlo de la misma entonando consignas contra el imperialismo y por la soberanía de Panamá. Recuerdo que el soldado, vestido de civil, les decía: “No estoy de acuerdo con lo que está haciendo mi país –se refiere a Estados Unidos- en Panamá. Ustedes tienen razón. Lo que quiero es compartir con ustedes momentos juntos sin guerra ni odio”. No hubo un alma que escuchara al soldado. No hubo un solo oído receptivo al clamor del soldado estadounidense. Creo, para no ir en búsqueda de ejemplo comunista, que si Bolívar hubiese estado allí, hubiera tomado la palabra para que no se expulsara al soldado gringo de la Universidad y, más bien, se compartiera momentos de diálogo y hasta de diversión con el mismo. Esa era la táctica correcta, pero no soy nadie para criticar al pueblo panameño ni a ningún otro pueblo que ha sido víctima del intervencionismo armado gringo en su toma de decisiones. Pienso que nunca estará demás aquel esfuerzo que se haga por ganarse a algunos soldados gringos para la causa de la libertad y neutralizar otros como hicieron los cristianos en tiempo del imperio romano. Por supuesto, que el triunfo de la causa de libertad no debe fundamentarse o creerse que será posible sólo cuando sean ganados soldados del ejército enemigo y otros tantos neutralizados en el caso de una invasión. Pero la historia de la lucha de clases, especialmente en tiempo de insurrección, plantea como imprescindible conquistar la simpatía de soldados del ejército enemigo para poder garantizar el triunfo de los insurrectos.
Si bien debemos sentir odio y rechazo por el ejército del imperialismo, también debemos dejar un pequeño espacio de nuestro corazón para no meter a todos los soldados en un mismo saco, ya que negaríamos la dialéctica de la vida misma. Siempre habrán unos pocos soldados que no callarán y denunciarán los crímenes que comete el mismo ejército imperialista. A esos soldados que denuncien las atrocidades del imperialismo, a los que deserten y no sigan haciendo guerra a pueblos en nombre de la libertad para llenarlos de miseria, a los que se volteen en pleno combate contra los que disparan a mansalva matando gente para apropiarse de una riqueza ajena, hay que decirle: ¡Vivan esos soldados gringos!