Se dice, con sobrada razón, que el primer deber de los revolucionarios de una nación es hacer la revolución en la misma como gesto de solidaridad internacional con la lucha en otros países. Esa es una suprema acción del pensamiento revolucionario internacionalista. Sin embargo, existen momentos históricos en que los esfuerzos y los sacrificios de los movimientos revolucionarios deben centrarse en la defensa solidaria de un determinado acontecimiento que traspasa el mezquino concepto de los límites fronterizos de nación. Precisamente, en la Segunda Guerra Mundial, por encima de cualquier interés nacional de algún movimiento revolucionario, estaba la defensa de lo que aún poseía de revolución proletaria o socialista la Unión Soviética. Quien desee conocer bien esa dinámica o dialéctica de la lucha revolucionaria no tiene más que pasear sus ojos por las hojas del libro “En defensa del marxismo” de León Trotsky, el cual nos ilustra o dota de notables conocimientos o enseñanzas sobre la materia.
Lo señalado arriba lo expreso, porque es imprescindible entender que en este momento que vive la historia de América Latina es necesario que los movimientos revolucionarios de todo el continente entiendan el deber de defender, por encima de los intereses específicos de otras naciones, al proceso bolivariano venezolano y a los procesos que están viviendo, especialmente, los pueblos de Bolivia y de Ecuador. Es en los países señalados donde se está produciendo el epicentro de la lucha o despertándose la conciencia antiimperialista más importante de Latinoamérica. No se está diciendo que dejen los movimientos revolucionarios de luchar en sus países por la toma del poder político. Simplemente nos referimos que hay que hacer esfuerzos por cesar en esas contradicciones que generan respuestas violentas entre revolucionarios de manera injustificable y que crean adversidades a los procesos que ya están adelantados en otras naciones sembrando y cosechando triunfos para todos los pueblos del continente y hasta del mundo entero.
Todos conocemos que el imperio tiene planificada la intervención –incluso armada- contra los procesos que se viven en Venezuela, Ecuador y Bolivia, para generar las condiciones que impongan gobiernos bonapartistas al servicio exclusivo de la globalización capitalista salvaje. Esto es un abc de la política que se entiende sin necesidad de ir al estudio profundo de las leyes de la dialéctica. Y de otro lado, la región fronteriza más tensa y problemática –favoreciendo a los planes del imperio- es el lado colombo-venezolano. Esto es el a del abc de la dialéctica política actual. Si esto no se entiende, mucho menos se comprenderá el deber de la solidaridad internacional revolucionaria con el proceso bolivariano venezolano.
Quienes crean que la oligarquía y el gobierno colombiano sienten un verdadero respeto y son capaces de solidarizarse con el proceso bolivariano que lidera el camarada Hugo Chávez, sencillamente se equivocan y desconocen por completo el abc de la política revolucionaria que actualmente debe guiar el espíritu de la conciencia de los movimientos revolucionarios que se desenvuelven en la historia actual de América Latina.
Lamentablemente existe un conflicto entre las organizaciones revolucionarias FARC y el ELN que data desde hace algunos años, pero que se ha ido acrecentando en franco perjuicio no sólo de la lucha revolucionaria contra la oligarquía y el gobierno colombianos, sino que traspasando fronteras se manifiesta dañino a los procesos que se están dando en países –especialmente como Venezuela- y que se caracterizan por el despertar de conciencia masiva antiimperialista y por las ideas del socialismo. Sabemos y respetamos que son las FARC y el ELN las organizaciones más autorizadas para encontrar una salida política concertada –mediante un diálogo próspero y reflexivo- que ponga cese a los enfrentamientos que están causando muertes en las filas revolucionarias. Todo cuanto hagamos en perjurio de la lucha revolucionaria en cualquier nación del mundo, es un espacio que gana el imperio para seguir avanzando en sus planes de dominio absoluto del planeta.
Sorprendido ando de un panfleto o documento que circula denunciando que el ELN es una organización paramilitar y que actúa en unidad con el ejército colombiano para atacar a las FARC. Y lo más lamentable es que dicho documento es atribuido a las FARC, cosa que ningún ser pensante y que posea el mínimo conocimiento de la realidad colombiana se atrevería creer que sea precisamente la más vieja y poderosa organización revolucionaria de Suramérica la autora de tan absurdo e inaceptable contenido de guerra sucia contra el ELN. Quienes conocemos a las FARC, seguro debemos estar que no haría una cosa semejante, porque el mismo comandante en jefe, Manuel Marulanda (reconocido mundialmente como Tiro Fijo), ha dicho que ningún motivo –fuera de los principios revolucionarios- será suficiente para que el conflicto entre las FARC y el ELN sea resuelto por medio de las armas de la violencia. Y si alguna organización es disciplinada en el mundo, es precisamente las FARC. Quienes conocemos al ELN podemos estar convencidos plenamente que nada tiene de paramilitarismo y que nunca se complotaría con el enemigo para hacerle la guerra a una organización revolucionaria como las FARC.
Lo que sí es cierto es que ese conflicto traspasó la frontera colombiana y se ha internado en territorio venezolano en contra de la voluntad, por lo menos, de los movimientos o de las organizaciones revolucionarias que hacen vida en Venezuela y que están solidarias no sólo con el proceso bolivariano que lidera el camarada Chávez, sino también con la lucha revolucionaria que libran desde hace más de cuatro décadas organizaciones de la investidura revolucionaria como las FARC y el ELN. Eso justifica el hecho de que tratemos de intervenir para contribuir en la búsqueda de una salida política pacífica y concertada, que vuelva a crear un medio ambiente de solidaridad y de hermandad de lucha entre las FARC y el ELN contra los enemigos del pueblo colombiano y del derecho que tiene a construir una sociedad plena de justicia y libertad para todos los colombianos.
Creo que ningún partido, ninguna organización política o gremial, ningún grupo o persona de Venezuela deba parcializarse en ese conflicto, ya acrecentado, entre las organizaciones revolucionarias y hermanas de las FARC y el ELN. Lo importante o lo correcto es la contribución consciente que se pueda hacer para ayudar a resolverlo, lo que se traduciría en el fortalecimiento de la lucha revolucionaria por la conquista de los más caros y preciados objetivos del pueblo colombiano en su búsqueda de libertad y del derecho a su autodeterminación. Esta es la función esencial de la solidaridad revolucionaria internacionalista.
Ojalá ni siquiera haya necesidad de que actúen factores foráneos a los colombianos en procura de una sana solución a las diferencias que separan y hacen combatirse a organizaciones revolucionarias hermanas, porque convencidas éstas del daño irreparable que se producen enfrentándose entre sí, utilizándose el poder de las armas de la muerte, echen por la borda esas contradicciones que no son de principios, que no justifican la enemistad permanente ni se tornan incompatibles entre revolucionarios. Un buen esfuerzo, invocado desde los más altos mandos hasta los niveles inferiores de combatientes, debe ponerle fin al conflicto para que se asuma la solidaridad y la hermandad como pilar esencial de victoria en la lucha contra los poderosos enemigos de la revolución colombiana. Creo que los camaradas Manuel Marulanda –comandante en jefe de las FARC- y Nicolás Rodríguez –primer comandante del ELN- han dado prueba de buena voluntad en búsqueda de una solución revolucionaria al conflicto. Con sólo obedecerles, sin rendirle culto a la personalidad de ninguno de los dos, se puede avanzar muchísimo en la solución del mismo y en evitar continúen los enfrentamientos que causan daño a las filas de los revolucionarios y no de las fuerzas enemigas.
Sólo el enemigo se aprovecha de las discordias entre revolucionarios. Sabe, por experiencia, alimentar las diferencias donde no existe razón para materializarlas; sabe planificar campaña sucia de una organización a la otra atribuyéndole a la primera la autoría de escritos que premian la mentira y la falacia; sabe manejar los espacios y colocar el tiempo a su favor para que los revolucionarios se distraigan en los asuntos más insignificantes de la lucha de clases; sabe elogiar a un pequeño sector de una organización para hacer creíble el conjunto de sus mentiras y desinformaciones, y de esa manera debilitar el grueso de las fuerzas, lo que le facilitaría mejores condiciones para su combate contrainsurgente. En fin, lo que pierde el movimiento revolucionario lo gana el enemigo, quien tiene a su disposición poderosos medios de comunicación para publicitarlo y crear incertidumbre y hasta desmoralización en las masas del pueblo que han venido cifrando sus esperanzas de libertad en la lucha revolucionaria de organizaciones que como las FARC y el ELN, merecen el reconocimiento de todos los revolucionarios y de todas las revolucionarias del mundo entero.