Hubo un tiempo en la historia en que el hombre fue caníbal, pero nunca
por las razones que en la actualidad se ha manifestado en la prolongada guerra
que se vive en Colombia. El caníbal es una persona, por lo menos en el lenguaje de
hoy, cruel y feroz, que come carne humana por una determinada y aberrante
manera de asesinar a sus adversarios. Tengo un amigo que si le hacen una prueba de su físico, no existe duda
que lo incluyen en la lista de las personas ‘biológicamente’ más feas por fuera, y por eso
muchos camaradas lo apodan, más por humor y cariño que por otra cosa, como “El
caníbal”. Sin embargo,
en su favor, debe reconocerse que es un ser profundamente solidario y eso le da
la hermosura espiritual que muchos símbolos de la belleza física no poseen,
sencillamente, porque jamás han sido capaces de mirar con el corazón lo que los
ojos nunca alcanzarán a ver.
Hace años fue
denunciado, por diversos medios de la comunicación social, que a Colombia han ido
instructores israelitas e ingleses para adoctrinar el paramilitarismo en su
combate contra la población civil que se supone es base social de la
insurgencia. La ‘doctrina’ guía no ha sido otra que secar o quitarle el agua donde vive el pez. Por
agua se entiende a la masa campesina y por pez a la insurgencia. Esa es la estrategia, pero ésta
no existe prácticamente sin táctica, y ésta tiene que servir a aquella de
acuerdo a las enseñanzas de la política y, especialmente, en su prolongación o
continuación, que no es otra cosa que la guerra.
Frente a esas denuncias
hechas por organismos de todo género e incluso por aquellos que a la hora de un
inminente peligro de ser derrotado el capitalismo por una revolución proletaria
no dudarían en inclinarse por el fascismo para salvar el status quo
capitalista, no tuvieron oídos receptivos ni en el Estado ni en la clase
burguesa colombianos. Por el contrario, éstos defendían (mejor dicho:
defienden) a los autores de esos abominables hechos –masacres y genocidios- que
han enlutado y llenado de profundo dolor la historia colombiana,
fundamentalmente en los últimos treinta
años del siglo XX y primeros años de comienzo del XXI. Actualmente, ha tenido
que reconocerse a regañadientes por los grandes jerarcas de la economía, de la
política y de la ideología en Colombia, esa verdad que llena de indignación a
cualquier ser humano que tenga el mínimo respeto por el derecho a la vida.
El mundo conoce de las
masacres, de los genocidios, de los desplazamientos que han sido una verdad muy
cruel y muy trágica en la vida del pueblo colombiano desde hace cuatro décadas.
Pero no son muchos los que conocen, salvo los propios hombres y mujeres del
pueblo colombiano, los atroces métodos de la represión y del exterminio social
que han ejecutado miembros de las fuerzas armadas y, con marcada especificidad,
los paramilitares. Tanto es así que preguntarle a una persona común de la
sociedad colombiana ¿cuál es la diferencia que existe entre los militares y los
paramilitares?, y responden
de manera tajante y sin pensarlo dos veces: ninguna, son lo mismo. Si alguien dijera que eso lo
estoy inventando, le respondería diciéndole que estando escribiendo el libro “El ELN
y la paz en Colombia”, traté de dar
una explicación –basándome en la dialéctica- que había diferencia entre los
militares y los paramilitares colombianos, por lo cual los primeros se valían
de los segundos para cometer masacres y genocidios que ante la opinión pública,
nacional e internacional, le resultaba demasiado comprometedor realizarlas los
militares. Sólo un guerrillero de los casi trescientos que habían en ese
momento en el campamento donde me encontraba me concedió la razón y,
precisamente, lo hizo de manera aislada y muy personal señalándome, que delante
de sus camaradas no le era posible reconocerme mi razón, porque para el
pueblo colombiano es igualito decir militar que decir paramilitar. Eso está narrado en el libro
que anteriormente señalo. Además, frente a tantos crímenes atroces cometidos
por militares y paramilitares, ¿qué podía importar a los
guerrilleros mis argumentos de dialéctica? Esta, debo reconocerlo, en nada iba a evitar los crímenes que se
estaban cometiendo contra el agua (campesinos) para que el pez (insurgencia)
quedara sin el preciado líquido, que es lo que le garantiza su vida.
Lo cierto es que entre
los múltiples métodos de enseñanza que deben aprenderse, como robots, para ser
paramilitar estaba el de llegar a ser completamente insensible, es decir, sacar
de su alma todo sentimiento humano que pudiera hacer que el paramilitar tuviera
alguna oportunidad de rectificar en relación con su actitud atroz y feroz de
criminalidad. Y a eso se llegaba no simplemente matando a una persona, sino
despedazándola, con mache o hacha o sierra, para luego comerse algunos de sus
órganos sin haber sido nunca caníbal. ¿Imaginémonos por un instante el
hombre que se hizo paramilitar siendo antes vegetariano?
Con la política de
desmovilización y entrega de armas por los paramilitares y el ofrecimiento de
la reducción de pena por decir la verdad de los hechos, se tienen testimonio de
lo que mucho antes fue denunciado y el Estado colombiano se hizo oídos sordos
para no escucharlo y cerró los ojos para no mirarlo. Ahora no sólo han tenido
que abrir demasiado los ojos que se les están saliendo, sino que igualmente ha
tenido que destaparse los oídos para escuchar –aparentemente- con asombro lo
abominable de las narraciones de canibalismo de parte de varios de los
paramilitares. Sería injusto no reconocer que hubo personas que se negaron a formar
filas en el paramilitarismo tan pronto quisieron someterlos a la prueba de
comer carne humano, es decir, de convertirse en caníbales. Ojalá salgan algunos
de ellos y den testimonio de esta verdad.
Hace poco un congresista
presentó una grabación del testimonio de un paramilitar que utilizó el
seudónimo “Robinson”, donde reconoce la verdad que venimos analizando o poniendo en
conocimiento de la opinión pública. ¿Imaginémonos el estómago que debe tenerse
para decir, por ejemplo, lo siguiente?: ''A veces nos hacían tomar vasos de sangre o cuando no había
carne, pues, para comer sacábamos de los muertos (la carne)"
Además dice Robinson, para que
tengamos una idea del barbarismo o el salvajismo con que se entrenaba a las
personas que debían graduarse de paramilitar, que el comandante de la escuela
de paramilitarismo –con pistola montada en mano- mataba a sangre fría y con un
odio irreconocible a sus víctimas, a éstas les introducía un cuchillo en el
cuello para llenar vasos con su sangre, y luego se los iba pasando a los
alumnos uno por uno y quien se negaba a tomar la sangre de la víctima no sólo
no era digno de graduarse de paramilitar, sino que en el acto lo mataba para
que no quedara ningún rastro de testigo que fuera capaz de denunciar las
atrocidades que se cometían contra los supuestos miembros de la base social de
la guerrilla. Y eso se hacía argumentando una “idea” que en ninguna persona social
podría ser concebida en su cerebro humano, y si lo animales la toman es por un
instinto irracional de conservación y no por reacción de la inteligencia.
¿Saben cuál es esa “idea”?: nada más y
nada menos que la horrible de que tomar esa sangre era para que al
aspirante a paramilitar le diera sed de seguir matando gente. Esto no necesita de más
comentario. Si existe alguien que esa conducta criminal, atroz, feroz y antihumana,
justifique, no creo que Dios ni el mismo Diablo en que creen los habitantes de
Río Sucio en el departamento de Caldas (Colombia), serían capaces de avalar
crímenes tan abominables como el de matar a una persona y practicar el
canibalismo para ganarse el denigrante ‘honor’ de pertenecer al
paramilitarismo.
Y para finalizar con lo
desagradable que resulta escribir sobre hechos de la naturaleza que venimos
tratando y reconocer la imperiosa necesidad de denunciarlos y divulgarlos,
pudiera alguien –especialmente del campo de los militares y paramilitares
colombianos- decir: “Los guerrilleros también matan y se comen a sus víctimas”. Eso no lo creerían ni los
mismos que lo digan. Voy a contar otra cosa que me aconteció estando
escribiendo el libro anteriormente señalado. En una oportunidad, hablando sobre
los militares y paramilitares colombianos, un guerrillero me dijo: “Yo no
perdono ni al uno ni al otro ni que los encuentre heridos en un combate”. Mi respuesta fue más o menos
la siguiente: “Eso no es lo que se dice en el código revolucionario de la
guerrilla. Al herido se le presta auxilio, aunque luego haya que juzgarlo y
condenarlo”. Me dijo: “Eso no
me importa”. Le dije: “Si
llegas hacerlo, corres el riesgo que te juzguen y te fusilen”. Me dijo: “No me
importa”, y allí
terminamos la conversación. No puedo decir si se le ha presentado, desde
entonces hasta ahora, la oportunidad de hacer real su sentencia, pero en honor
a la verdad esa no es la conducta de la guerrilla colombiana, aunque de manera
aislada alguno de sus miembros haya cometido o pueda cometer crímenes que no se
justifican desde ningún punto de vista económico, político o ideológico. Pienso que ese
camarada me dijo esas cosas, porque llevaba acumulado un nivel de odio personal
muy grande dentro de su pecho, ya que los paramilitares en unión de unos
militares le habían exterminado parte de su familia, y entre lo que más le
dolió, fue que a su único hijo se lo partieron en varios pedazos siendo un niño
completamente inocente de la guerra en que su padre era un insurgente como
miles de miles de colombianos lo son obligados por una situación que no depende
de sus voluntades. Pero de comerse órganos de militares o paramilitares muertos
por la guerrilla, ni siquiera he llegado a escuchar el más mínimo comentario de
canibalismo insurgente en Colombia. Y si algún comandante guerrillero, esto lo
aseguro, se le ocurriera el mínimo intento de obligar a los guerrilleros bajo
su mando a comer carne humana, no quede duda que sería ajusticiado en el acto
por sus propios camaradas.
Lo cierto es que en
Colombia la guerra ha tenido un carácter tan sucio, tan asqueroso, tan criminal
de parte del Estado y del paramilitarismo, que han logrado hacer una realidad el
canibalismo y hasta justificarlo como una expresión material de odio personal e
irracional contra la insurgencia. ¡Contra la guerra y el
canibalismo, lo único que vale es la construcción de una Colombia con verdadera
justicia social y digna paz!