El Presidente Uribe –Colombia- solicitó los servicios del presidente Chávez –Venezuela- como intermediario o mediador en procura de que las FARC y el gobierno colombiano, abran un diálogo próspero que pueda llegar a un acuerdo sobre el canje humanitario que ponga en libertad a prisioneros de guerra de ambos bandos. El Presidente colombiano lo anunció al mundo muy esperanzado luego de también haber nombrado o autorizado a la senadora Piedad Córdoba para interceder ante las FARC en busca del diálogo.
Mientras el gobierno de Estados Unidos anuncia que Chávez es un peligro para la estabilidad de la democracia burguesa en América Latina, el más incondicional a la política imperialista en toda Latinoamérica, el Presidente Uribe, invoca la actuación del Presidente de Venezuela para una acción evidentemente humanitaria, como lo es el canje de prisioneros políticos o de guerra en poder –unos- del Estado colombiano y-otros- en poder del movimiento guerrillero fareano. Chávez ha hecho lo que hubiese realizado cualquier mandatario propuesto para cumplir una misión tan honrosa como la que le fue concedida: llamar a otros mandatarios a involucrarse en el espíritu de invocar un diálogo no sólo para el canje humanitario de prisioneros, sino también por avanzar en la búsqueda de una paz concertada que ponga fin al prolongado conflicto armado y político que casi ya alcanza su quinta década prácticamente de manera continuado. Esto, evidentemente, no le ha agradado ni al Presidente Uribe ni a la cúpula militar y oligárquica de Colombia.
¿Qué ha sucedido para cambios tan repentinos en la posición del Presidente colombiano? El Presidente Uribe estuvo de acuerdo en que el Presidente Chávez se reúna con un vocero de las FARC en Caracas. Luego, manifestó que le gustaría estar presente en esa conversación o en ese diálogo entre Chávez y el vocero de las FARC en Venezuela, pero que no estaba de acuerdo en que el mandatario venezolano fuese a las montañas de Colombia para reunirse con el comandante en jefe de las FARC, Manuel Marulanda Vélez. Hasta aquí aceptemos que la posición del Presidente Uribe ha sido bastante racional y creamos –por el momento- en que pareciera estar de acuerdo con la realización del canje humanitario.
De manera sorpresiva, como esos que emboscan la buena fe de los demás para conducirlos inocentemente al sepulcro como si fueran ovejas, el Presidente Uribe –tal vez producto de sus reuniones secretas con los altos mandos militares o con los que determinan desde Estados Unidos la política de guerra para Colombia- hizo un cambio extraño y hasta maquiavélico en el line up de su política en torno a la búsqueda de un acuerdo para hacer posible el canje humanitario de prisioneros. Es como hacer una obra importante con la cabeza y después desbaratarla con los pies. El Presidente Uribe expresó que no concederá permiso de salida al vocero de las FARC para viajar a Caracas, Dijo textualmente: “¿Cuándo se ha visto que el Gobierno tenga que darles permiso a esos ‘angelitos de Dios? El Presidente Chávez y yo hemos hablado de esos temas. Los de las FARC se inventan la manera de llegar hasta allá”.
Baste recordar, para objetar la mentira del Presidente Uribe, que en más de una oportunidad otras naciones han servido de escenario para diálogos entre la insurgencia y el gobierno colombianos, tales como: Venezuela, México y Alemania, por ejemplo. Sería bueno que el Presidente Uribe explique ¿cómo llegaron los voceros del movimiento guerrillero colombiano a esas naciones, lo cual fue reseñado por la prensa mundial y reconocidos por el propio gobierno colombiano? ¿Será que hasta hace poco no eran los insurgentes unos ‘angelitos de Dios’ sino ‘luciferes del Diablo’? Si sacamos una deducción concreta de la tipificación que hace el Presidente Uribe de los guerrilleros –ubicándonos en su concepción política-, tendríamos necesariamente que dar por reconocida su creencia que los angelitos de Dios son perversos, criminales, terroristas, lo cual por silogismo deberíamos entonces que reconocer que como Dios los protege en el cielo, es igualmente perverso, criminal y terrorista. Al parecer el Presidente Uribe no cree mucho en las bondades del Ser Supremo aunque siempre lo invoca para dictar sus órdenes de guerra a muerte contra la insurgencia colombiana.
Tal vez, el Presidente Uribe ande buscando que el Presidente Chávez anuncie por concluida su intervención de mediador para poder justificar el emprendimiento de una ofensiva militar de rescate que, según los análisis incluso de los altos mandos militares de Colombia, terminaría en un rotundo fracaso, y eso podría costar la vida de todos o casi todos los prisioneros de guerra en poder de las FARC, amén del número de soldados del ejército colombiano que entrarían a esas intrincadas selvas como carne de cañón de los intereses económicos del imperialismo y de la oligarquía colombiana.
El Presidente Uribe, sin que nadie se lo aconseje, debería reconocer que mientras más sea retardado el proceso que conduzca satisfactoriamente al canje humanitario, más se debilitará su gobierno creándoles serias dificultades a sus candidatos para el nuevo Congreso colombiano y a su candidato para la futura elección presidencial de Colombia. Todos los análisis, incluso estadounidenses, concluyen en que no es posible derrotar militarmente a la insurgencia colombiana y que la salida política a ese prolongado conflicto invoca a un profundo diálogo que ponga énfasis en las causas y no en los efectos. Demás está decir que cualquier diálogo con las FARC y con el ELN, en común o por separado, pasa necesariamente por comprender y aceptar que no habrá ni desmovilización ni entrega de armas, y que éstas sólo serían posibles si en verdad se establece un régimen de elevado nivel de justicia social en Colombia que las haga innecesarias como tácticas de la lucha política. El canje humanitario sería un verdadero paso de avance hacia un diálogo que pretenda encontrar una salida política concertada al conflicto armado y social que padece Colombia desde hace casi medio siglo. Y es al gobierno colombiano a quien primero le competen las acciones de impulso hacia el gran diálogo nacional que busque un acuerdo en políticas de verdadera justicia social que haga posible la paz sobre la comprobación de hechos materiales y no de promesas teóricas.