Camaradas Serrat y Sabina: Con mucho respeto. Son ustedes, sin duda de ninguna naturaleza, extraordinarios cantautores, cuyas voces han recorrido el mundo cantando y llevando mensajes de justicia, de libertad, de ternura, de solidaridad para los pueblos -especialmente- que han sido o siguen siendo víctimas de las crueles políticas de reparto y esclavización del mundo. No se olviden que la poesía, lo escribió Celaya, es un arma cargada de futuro como el caminante sabe que no hay camino, se hace camino al andar. Tampoco olviden de los aplausos de públicos que cuyos cantos le despiertan profundos sentimientos de sensibilidad social.
Los artistas, lo dijo Marx, son seres especiales, lo cual los dota, así lo creo, de una vocación de “profetas divinos”, porque a través del arte pueden construir un mundo en un tiempo récord que no le está permitido a la política ni a ninguna otra ideología. Sería no sólo un absurdo sino una irracionalidad creer que el arte puede ser -siempre- indiferente o negligente ante las convulsiones sociales de su época o de las realidades de un mundo que se fundamente en que los pocos que concentran la riqueza y el privilegio plagan de miseria y dolor a los muchos. Ustedes han cantado mucho protestando contra es cruel expresión de la vida social. Eso se les admira y se les aplaude.
Está suficientemente claro que son “... los hombres los que preparan los acontecimientos, son los hombres los que los realizan, y los acontecimientos a su vez actúan sobre los hombres y los cambian. El arte refleja, de forma directa o indirecta, la vida de los hombres que realizan o viven los acontecimientos. Y esto es válido para todas las artes, desde la más monumental a la que se centra en lo más íntimo...” (Trotsky). El artista conoce, ustedes lo saben camaradas, que vivimos un tiempo en que son imprescindibles los virajes históricos, lo cual implica una nueva conciencia y nuevos enfoques de los problemas esenciales de la humanidad. Es allí donde juega un papel importante, para los artistas, la solidaridad, el amor y la amistad. Tal vez, sólo en ese sentido podría entenderse vuestra declaración de apoyo al artista Alejandro Sanz, pero jamás y nunca eso justificaría los conceptos de agravio y desmesurados que ustedes manifestaron contra la verdad que en este momento vive la historia venezolana. Ustedes, así lo entiendo camaradas Serrat y Sabina, se ubicaron en la posición mística -aceptemos que sincera- que profesa el individualismo como único señor de los acontecimientos de la historia, por lo cual nos invocan que caigamos, muy resignados por cierto, en el pesimismo y la resignación al mito de la moral burguesa alegando la filosofía del escepticismo para que seamos buenos y fieles abatidos espirituales.
Si parafraseamos al camarada Gabriel Celaya, sigue teniendo vigencia esa idea de maldecir la poesía como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. De allí también que debamos maldecir la canción que no toma partido hasta marcharse. Alejandro Sanz es, sin duda, un excelente cantante, un artista de la música y quien niegue eso es capaz de negar el vientre que lo parió. Sin embargo, camaradas y no lo nieguen ustedes que son admirados más por los pueblos esclavizados que por los oligarcas que invierten los capitales para explotar a los artistas, Alejandro Sanz es un cínico burlón. Está infestado de esa ideología individualista que desplaza la balanza, valiéndose de su voz privilegiada, entre la elegía -muy sentimental por cierto- que intenta sacar unas lágrimas a la tristeza para terminar haciéndole una oda a los mercaderes de las sombras y de la muerte. De esa manera, cantándole a las “virtudes” de la monarquía, a la entrada de una época de seguras convulsiones sociales, se vale de un negro para grabar un video en que sabe guardar todo su silencio sobre los rigores de la esclavitud del hombre por el hombre. Y ustedes, camaradas Serrat y Sabina, se han solidarizado con el cínico burlón, con una “verdad” fabricada en un laboratorio y que no es la realidad por ser una mentira, creyendo que lo han hecho con una voz oprimida por un gobierno despótico que a ustedes dos -les consta en carne propia- no lo es. Inocencia, no, camaradas, no, porque en cosas de ideologías y en concepción de mundo ustedes dos le llevan una morena a Alejandro Sanz, ya que de alguna manera han sido víctimas de esas políticas que arrojan a garrotazos al esclavo del establo, porque cuando los esclavos se cansan, valga la redundancia, de ser esclavos, suelen ser irrespetuosos con las “cosas santas”. ¿O no es cierto que ustedes dos lo hayan sido? Sépase que Alejandro Sanz, el cínico burlón, valiéndose de su voz o de su estatura de artista, es un artista-verdugo que a garrotazos pretende cobrar y castigar la osadía de esos pueblos irrespetuosos con las “cosas santas” que reflejan la conservación de lo viejo que está podrido.
Antes de ustedes solidarizarse con Alejandro Sanz y condenar a diestra y siniestra la libertad de expresión en Venezuela, ni siquiera se echaran un brevísimo paseo por el hecho de que el cínico burlón, fiel a una malsana tradición, tiene por costumbre o hábito, posiblemente de herencia monárquica, rendirle culto a las ninfas Pan, a Marte y Venus inspirado en el sectarismo egoísta de Febo. Para Alejandro Sanz, quizá ustedes camaradas Serrat y Sabina no se hayan dado cuenta de ello, el rey es la primera persona y Dios ocupa la tercera posición como una mercancía de utilidad doméstica, un paisano de su familia que una que otra vez visita su casa para resolver alguna solicitud ginecológica de alguna de sus amantes. Por eso el cínico burlón de Alejandro Sanz, valiéndose de su maravillosa actitud artística, no sólo pretende darnos lecciones de política antes de cantar, sino que se cree con el derecho, en nombre de lo más inicuo del pasado, a imponernos sus criterios de quiénes deben dirigir el mundo. En eso, su peor falacia, es que piensa que Dios es su alcahuete como si fuera una Celestina dictando el comportamiento moral a los esclavos para que sean mejores sumisos a las “bondades” del rey. De allí, camaradas Serrat y Sabina, que con vuestra crítica –impertinente por cualquier ángulo que se le mida- los coloca más cerca de la monarquía que del mundo que han pregonado con sus canciones, que además de hermosas están llenas de un contenido profundamente humanitario. Alejandro Sanz, camaradas Serrat y Sabina, cree, por su condición de “profeta divino” inequívoco, que debajo de sus pies están situadas todas las estrellas del universo.
Ustedes, camaradas Serrat y Sabina, dejaron de lado la cortesía y el respeto para abrazar exclusivamente esa filosofía mística del cínico burlón que sólo tiene cabida mucho más allá de las galaxias aún no descubiertas por el conocimiento humano. ¿Cómo olvidar, dos artistas de la calidad de ustedes dos y de vuestra condición protestaria contra las injusticias sociales, que el mundo actual está más lleno de querellas severas, convulsiones, contradicciones, conflictos, que antes cuando el rey le hacía creer a los súbditos que era Dios en persona en los predios de la Tierra y era, además, el único señor que determinaba cuál alma iba o no al Cielo?
Los artistas, por lo general y es verdad, hacen magia de las palabras, pero cuando eso conduce a pretender construir un universo partiendo de sí mismo y a través de sí mismo, redescubriendo o inventándolo todo a la imagen y semejanza de sí mismo, se termina sublimándose a sí mismo, desplazando a Dios pero obedeciendo al rey. De esa manera, los mejores negocios para cantar los hace con el Diablo y no con los apóstoles. Ustedes, camaradas Serrat y Sabina, lamentablemente se pusieron al servicio de la rutina ideológica y mística individual de Alejandro Sanz. Eso es, sencillamente, insoportable, porque les niegan el derecho a los venezolanos y las venezolanas de fabricar su propio mundo. No se percataron ustedes, camaradas Serrat y Sabina, que el cínico burlón de Alejandro Sanz tiene un pensamiento estancado, excesivamente conservador, por lo cual no se remite a los análisis lógicos ni psicológicos de la vida, sino que se estrangula, él por sí mismo, en sus propias aliteraciones, en sus contorsiones orales de sus relaciones acústicas. Por eso, camaradas Serrat y Sabina, vuestras opiniones o críticas sobre la libertad de expresión en Venezuela, por solidaridad con Alejandro Sanz, son de una fijación por un mundo que ya históricamente se encuentra en los anales del pasado y por ello no se han percatado que no estamos viviendo esas épocas donde la inercia era el pan de cada día de los esclavos. Alejandro Sanz se otorga el derecho supremo de “profeta divino” –extraño que ustedes dos lo desconozcan- de solicitarnos que nos conformemos con las repeticiones y los silencios del pasado, y no demos paso a lo que corresponde a un tiempo de transición, que es la lucha entre lo viejo -que quiere conservarse- y lo nuevo -que quiere establecerse-. Alejandro Sanz no capta el mundo en su conjunto y por eso lo que sucede en Venezuela le resulta extraño, antipático e incompatible con las “bondades y las virtudes” de la monarquía española. En otros términos: Alejandro Sanz no nos pregunta sino que nos dice: ¡cállense carajo que el rey está hablando!
Ustedes, camaradas Serrat y Sabina, teniendo un considerable nivel de cultura no fueron capaces de entender que para criticar un proceso social es imprescindible valerse igualmente de un método social y, especialmente, cuando se trata de las artes. Es verdad, por ejemplo, que toda revolución que impida a los poetas escribir sus versos, a los cantores cantar sus canciones, a los teatreros realizar sus obras de vivencia e intuición, a los actores filmar sus películas, a los pintores dibujar sus figuras, corre el inminente riesgo de derrumbe, porque ningún gobierno revolucionario, sea dicho de paso, debe intentar convertirse es maestro infalible e inequívoco ni frente a la sociedad ni, mucho menos, ante las artes. Nada más importante que respetar, estimular y solidarizarse con la inspiración y la creación artísticas, pero la verdad de todas las verdades es que un artista, aun jurando lo contrario ante un altar, comienza el oasis de su espiritualidad no en su alma única, en su exclusivo individualismo, sino en la de su clase. Es esto la verdadera esencia del arte, aunque sin individualidad no pueda concebirse el artista. De allí, que una revolución está en el deber de aplastar a un artista o una corriente artística que utilice las armas de la contrarrevolución para destruirla, pero mientras no sea así, la revolución será magnánima y legitimará una dosis de anarquía para que los artistas, entre sí, resuelvan sus propias contradicciones.
Creo, así lo pienso y así lo escribo, mucho antes de hacer una crítica tan áspera y agria como la que ustedes, camaradas Serrat y Sabina, hicieron negando la libertad de expresión en Venezuela y condenando al gobierno por déspota, han debido, incluso por cortesía o delicadeza de haberse presentado en esa misma nación a precio de entrada de quinientos bolívares fuertes (500 mil bolívares de antes), pasearse un poco por el análisis de la personalidad de Alejandro Sanz en sus componentes constitutivos para poder determinar, con mucha objetividad, si la función del arte es presentar al público su canto para deleite de éste o venir a darnos un discurso político (atiborrado de mentiras) que invocan el derrocamiento del proceso que se ha dado el pueblo venezolano con su derecho al ejercicio del voto universal, directo y secreto. ¿Y saben por qué han debido hacerlo? Sencillamente, porque las condiciones sociales de la sociedad venezolana, como la española o cualquier otra, son, lo quiera o no el cínico burlón o ustedes camaradas, las condiciones de pertenencia de clase. De allí, no lo olvidemos, que siempre resultará “... tan fecundo un criterio de clase en todos los terrenos de la ideología, incluido el arte, o también especialmente en el terreno del arte, porque con frecuencia expresa las aspiraciones sociales más profundas y ocultas...” (Trotsky).
No entiendan, camaradas Serrat y Sabina, que les estoy negando el derecho a la critica para vuestro criterio social, pero es justo señalarles que una crítica constructiva, bien fundamentada, debe estar caracterizada por la relación entre lo particular y lo general, ya que esto hace que se valoren las relaciones, los pensamientos y las artes en su justa dimensión. El individualismo de Alejandro Sanz es la de un artista bien acomodado, bien alimentado, bien pagado (eso no se está criticando), que adora, como un narciso a su físico frente al espejo, de la manera más egoísta posible su libertad de injuriar o difamar a quien le venga en su gana. Sería injusto que un Estado le dijera a un artista que no comparta su ideología o su política de gobernar: “No cantas en mi territorio, porque no piensas ni actúas como yo quiero”, pero más injusto sería quedarse callado y de brazos cruzadas ante un artista, contratado exclusivamente para cantar en un escenario que no está insertado en su territorio, que se aproveche de ello para querer imponer su moralismo monárquico y su criterio místico para que otros pueblos sean sumisos al esclavismo social. Eso es lo que hace cínico burlón (el político) dañando al Alejandro Sanz (el artista). ¡Ah!, y esto hay que tomarlo en consideración: frente a un artista de la vocación política como Alejandro Sanz, todo gobierno tiene el derecho y el deber de llamarle la atención por sus imprudencias, por sus desquicios, sus mentiras y sus intromisiones grotescas que en nada contribuyen a la formación de conciencia sobre la libertad y la solidaridad entre los pueblos. La defensa de la verdad es tan sagrada como el derecho a la libertad.
Ustedes, camaradas Serrat y Sabina, antes de hacer sus críticas infames nada hicieron por descubrir la escala del realismo en las palabras y críticas de Alejandro Sanz sobre la libertad de expresión en Venezuela. Alejandro mira su alrededor sólo cuando canta, pero cuando opina de política no observa más allá de sus pies, lo cual le llena la mente sólo los obstáculos, los defectos, los desaciertos, los atolladeros que son casi comunes a todas las sociedades donde haya gobierno que se proponga superar esos niveles de la injusticia y la desigualdad sociales. Por eso la política de Alejandro Sanz, y ustedes camaradas se solidarizaron con ella, no pasa de ser escapista, oportunista y demagógica, lo cual facilita que le roa su arte el escepticismo cada vez que se le presenta un episodio para vomitar sus incongruencias aprendidas de memoria desde su infancia por la influencia monárquica en su entorno. El nacionalismo que ustedes, camaradas Serrat y Sabina, expresaron al solidarizarse con Alejandro Sanz, es de abundancia primitiva con un olor a mucha vejez del pasado. Parece que ya se les olvidó que la vida y el desenvolvimiento de una sociedad -en la actualidad- se materializan a través de profundas y antagónicas contradicciones encarnadas en clases, partidos, grupos y hombres. Por eso ustedes no apreciaron que una sociedad como la venezolana en este momento está rota en dos mitades: los que quieren seguir sometidos al régimen viejo del pasado que los oprimía y quienes quieren vivir un régimen nuevo que los libere de la esclavitud social. Este es quien representa un plano económico y cultural más elevado en favor del pueblo. Alejandro Sanz, producto de su egoísmo enfermizo y místico, no es capaz de diferenciar un viento de una tormenta, las llamas del fuego de un calor en el desierto, una tragedia de la burla ni el romántico del filisteo. Para Alejandro Sanz cualquier cosa que le parezca trágico lo transforma en una burla negándose a entender que estamos en presencia de un mundo donde la lucha es por conquistar el poder, arrancárselo de las manos a la burguesía para que la revolución establezca su poder y así se pueda reconstruir o construir una nueva sociedad. De allí que Alejandro sufra de paroxismo político monárquico.
Ustedes, camaradas Serrat y Sabina, se dejaron engañar por el cínico burlón, y creen erróneamente que en Venezuela la libertad de expresión está regida y sometida por el ruido de los fusiles y que son necesarias las barricadas para vulnerarla. Pareciera que ya se les olvidó que en este tiempo, mucho más que antes, el ideal de elevar el hombre y crear un hombre nuevo es lo que orienta la creación en la lucha contra todo esquema que levante banderas para conservar lo viejo y caduco. Alejandro, en vez de elevar su arte, lo que hace es convertirlo en una calderilla para uso de su política profundamente reaccionaria y monárquica. Claro, él no está en la piel del obrero, en las manos callosas del campesino, en el sudor del minero, en el olor a cebolla del que camina las trochas por donde no circulan ni siquiera las bestias, en el rostro del mendigo que no se deja ver del viejo amigo, en la desesperación de la madre que nada tiene para alimentar a su hijo, en la incertidumbre del padre que el capitalista le niega el derecho al trabajo. ¿Acaso, camaradas Serrat y Sabina, ya se les olvidó? que la “... revolución comienza con la primera carretilla en que los esclavos agraviados expulsan a su patrón, con la primera huelga con la que niegan sus brazos a su dueño, con el primer círculo clandestino en que el fanatismo utópico y el idealismo revolucionario se alimentan de la realidad de las úlceras sociales. Sube y baja, oscilando al ritmo de la situación económica, de sus subidas y de sus caídas. Con cuerpos sangrantes como escudo abre para sí la arena de la legalidad concebida por los exploradores, instala sus antenas y si es preciso las camufla. Construye sindicatos, cajas de resistencia, cooperativas y círculos educativos. Penetra en los parlamentos hostiles, funda periódicos, agita y al mismo tiempo realiza sin descanso una selección de los mejores elementos, de los más valientes y los más entregados a la clase obrera y construye su propio partido. Las huelgas acaban la mayoría de las veces en derrotas o en victorias a medias, las manifestaciones se caracterizan por nuevas víctimas y por sangre nuevamente derramada, pero todas dejan huellas en la memoria de la clase, refuerzan y templan la unión de los mejores, el partido de la revolución... No actúa en un escenario histórico vacío, y por tanto no es libre de escoger sus caminos y sus ritmos.” (Trotsky).
Ustedes, camaradas Serrat y Sabina y de manera lamentable, se dejaron arrastrar por el cínico burlón que habla de sí mismo en cada episodio de su vida; lo hace en primera, segunda y tercera persona, lo mismo que como individuo aislado que como integrante del género humano; que cada vez que puede opina de política para elevar al hombre elevando a Alejandro Sanz sólo por debajo de la manufactura del rey. Por eso Alejandro Sanz siempre tiene un pie en el palacio de La Mancloa y el otro bien remunerado en la tarima de un escenario para vomitar sus incoherencias y sus sandeces. Alejandro Sanz, camaradas Serrat y Sabina, es un monárquico cuya arma es la canción, pero cuya bala explosiva es la forma canonizada de lo viejo.
Que el escritor, buen escritor literario por cierto, Vargas Llosa e incluso el Premio Nóbel -el camarada- Saramago, se solidaricen con una declaración condenando a Venezuela por violación a los derechos humanos, ni extraña ni preocupa ya que se acostumbraron a ese género de perfidia, pero que ustedes dos, camaradas Serrat y Sabina, se hayan hecho eco de las falacias de Alejandro Sanz, es insoportable, inaceptable y coloca vuestro canto a la puerta del sepulcro para darle vida y calor a la infamia. Por cierto: ¿publiquen la declaración de repudio que ustedes dos hicieron en solidaridad con los periodistas perseguidos o acosados por el gobierno español por haber publicado una caricatura sobre el rey, que ni a éste, su familia, los oligarcas españoles ni al presidente “socialista” Zapatero, les agradó más por razón moral que de realidad histórica?