El rumbo de Cuba preocupa a muchos. Las medidas de carácter económico y administrativo que se están tomando pueden resultar en un salto al vacío, que solo podrá evitarse si la dirigencia política y el Partido Comunista de Cuba tienen la suficiente capacidad y amplitud de miras, para medir las consecuencias sociales y políticas de las iniciativas que se están implementando y maniobrar entre ellas, para no perder lo esencial. Podrá Cuba salir airosa de esta prueba sin poner en riesgo los avances sociales logrados que benefician a la inmensa mayoría de la población, solo el tiempo lo dirá. La Unión Soviética inició en la segunda mitad de la década de los 80 un proceso de revisión interna y replanteamientos vitales que abrieron válvulas, cuyo flujo no pudo ser dominado y aún estamos pagando las consecuencias, pues la realidad política internacional, perdió los equilibrios y contrapesos de otros tiempos.
Los experimentos de construcción del socialismo que nacieron en Europa y Asia, por influjo del nuevo orden internacional producto de la segunda guerra mundial, así como aquellos que emergieron durante la segunda mitad del siglo XX, como producto de guerras de liberación contra del régimen colonial, insurrección armada contra gobiernos despóticos, como el caso de Cuba y Nicaragua, y triunfos electorales, como producto de largos procesos de acumulación de fuerzas y capacidades combativas, como en el caso de Chile, tuvieron que hacer frente, bajo diversas circunstancias, a los embates de las acciones del imperialismo, bajo diversas modalidades, intensidades y recursos. Las consecuencias de ese enfrentamiento son conocidas y lograron su máxima expresión durante la segunda mitad de la década de los 80, e inicios de los 90, cuando el socialismo arrió sus banderas en muchas regiones del mundo. Un desigual enfrentamiento entre las dos economías más poderosas del mundo, la Unión Soviética y los Estados Unidos, expuso en el primero las debilidades estructurales y políticas sobre las cuales se había asentado el proyecto de construcción del socialismo y en consecuencia, como un efecto de cascada, todo el resto de países alineados alrededor del Pacto de Varsovia y el CAME, hicieron aguas, quedando al desnudo una realidad inobjetable, que el proyecto socialista giraba más alrededor del estado que de las sociedades, más alrededor del partido que del ciudadano, en fin, mostrando que los mecanismos de transmisión de la sociedad hacia los organismos de poder no existían, o si existían no funcionaban conforme a las exigencias del desarrollo económico y social. Cuba, solo Cuba, soportó en condiciones extremas de riesgo político y militar, el haber perdido más del 80% de la fuente y destino de su intercambio comercial internacional.
Al bloqueo impuesto por los Estados Unidos, como consecuencia de las medidas políticas implantadas por la dirección revolucionaria cubana a comienzos de los años 60, se agrega además, a comienzos de los años 90, la crisis generada por la desaparición del sistema socialista europeo, principal mercado de las capacidades exportadoras cubanas, fuente esencial para atender sus requerimientos energéticos y origen principal de piezas de recambio y repuestos de su planta industrial y agroindustrial.
Por razones geopolíticas, como reacción del gobierno de Estados Unidos, ante las medidas impulsadas por la dirigencia revolucionaria, en los primeros meses de 1959, que afectaron inversiones e intereses de ese origen y por la coyuntura internacional vigente en los primeros años de la década de los 60, Cuba encontró en las relaciones preferenciales con la Unión Soviética y el resto de países socialistas, un cierto abrigo que le permitía asegurar mercados para su intercambio comercial internacional y asegurar fuentes de materias primas, mercancías y equipamientos, que le permitían plantear sus expectativas de desarrollo económico en el largo plazo, además de la colaboración militar, que le permitió, bajo condiciones especiales de crédito, equipar a las nacientes Fuerzas Armadas Revolucionarias. No obstante esta disposición solidaria del campo socialista, en todas las áreas posibles de la colaboración política y económica no debemos dejar de lado, de ninguna manera, la cohesión interna en defensa del proceso revolucionario encabezado por Fidel.
El desarrollo institucional cubano, la madurez lograda por las expresiones del poder revolucionario, hizo posible que al desplomarse la Unión Soviética y el resto de países socialistas europeos, la nación cubana hubiese logrado de manera ordenada, asumir los retos que se derivaron de la pérdida de sus principales socios políticos y militares, que representaba más del 80% del intercambio comercial y enfrentar la crisis, poniendo en tensión todas las capacidades creadoras del país. Las decisiones de la dirigencia política del país se orientaron a reducir las posibilidades de una agresión militar externa por parte de los Estados Unidos y a neutralizar los efectos inmediatos que se estaban expresando en el aparato productivo del país, ante la paralización casi total de los suministros externos, vitales para el funcionamiento de su planta industrial, agroindustrial y la infraestructura de servicios públicos básicos para la población. Detener la caída en picada de la economía cubana se convirtió en un asunto de carácter estratégico y la búsqueda de nuevos derroteros para un sistema económica que estaba “haciendo aguas”, se convirtieron en temas de primer orden en la agenda del gobierno revolucionario de Cuba. Iniciar un proceso de replanteamiento y reactivación de la economía y poner el potencial y capacidades productivas de conformidad con las nuevas condiciones externas tenía que darse bajo un proceso de apertura, que no pusiese en riesgo el control político del mismo y de la misma manera estar dispuestos a neutralizar cualquier manifestación que atentara contra los objetivos que habían inspirado el modelo socialista, desde sus orígenes.
La dirigencia cubana, entró en pleno convencimiento que, una economía abierta hacia el exterior, en la coyuntura de un contexto internacional en el cual, los antiguos socios políticos y comerciales habían desaparecido y las condiciones del embargo se habían radicalizado. La única posibilidad para tener acceso a tecnología, mercado y capital de inversión, era la ruta de abrirse al mundo, mediante la preparación de condiciones internas para la recepción de inversión extranjera directa, en diversas áreas de la economía cubana. El mayor impulso de las decisiones cubanas estuvo orientado a preparar las condiciones para la apertura externa y a la vez limitar, durante un período determinado, las demandas de recursos importados.
La colaboración que se estableció con la URSS y otros países socialista que permitió inicialmente, garantizar la subsistencia de la nación y con posterioridad, dentro de los marcos de los organismos de coordinación de política económica y colaboración militar de los países socialistas europeos, se constituyó en la plataforma para la transformación de la estructura socioeconómica y productiva de la nación cubana, en los primeros años de la década de los 60. Tres décadas después, en el transcurso de un corto período de tiempo, el escenario político internacional se modificó de manera sustancial, transformándose en un mundo unipolar, en el cual las opciones para Cuba para buscar reinsertarse en la economía internacional, eran mínimas.
Los acentos estratégicos para la dirigencia política cubana, en las nuevas condiciones externas, consistieron en tomar las medidas necesarias, para detener la caída en picada de la economía e iniciar un proceso de recuperación, adecuar la vida económica y social a las nuevas condiciones, facilitando un proceso de apertura, en condiciones tales que no se perdiera el control político del mismo, conservando a la vez los objetivos básicos que habían inspirado, desde sus orígenes, el modelo político cubano.
En este contexto, en que Cuba se esforzaba por superar los efectos de la crisis económica originada por la pérdida de sus principales mercados y por lograr una rápida reinserción en la economía internacional, los elementos más hostiles en la política de EE.UU., aprovechan para recrudecer el bloqueo mediante la aprobación de la Ley Torricelli, en octubre de 1992, con el propósito de aislar internacionalmente a Cuba, entorpecer el flujo de su comercio exterior, estimular las dificultades económicas internas, propiciar el descontento popular y acelerar el colapso del sistema político imperante en la isla. Esta ley de carácter extraterritorial, contraria al derecho internacional y a la libertad de comercio y navegación se dirigía a dos objetivos específicos; 1. Impedir las relaciones comerciales con Cuba a empresas subsidiarias de originales estadounidenses radicadas en terceros países y 2. Por todos los medios posibles, obstaculizar el movimiento de carga de y hacia Cuba. Esta situación, provocada por la aplicación de la Ley Torricelli por parte de los Estados Unidos, obligó a Cuba a reorientar sus vínculos económicos y comerciales con otras regiones del mundo, lo que generó a su vez un incremento en los costos de las exportaciones e importaciones cubanas, por gastos adicionales en transporte y fletes, el sobredimensionamiento de inventarios y reservas, y en consecuencia un elevado costo por inmovilización de recursos financieros.
El deterioro de la situación interna, en consecuencia de las dificultades que afrontaba Cuba en el plano externo, obligó a la dirigencia política de la revolución en 1993, a implementar una serie de medidas que permitieran crear las condiciones para la atracción de la inversión extranjera directa y estimular la producción interna, entre otras áreas en el agro cubano por los factores multiplicadores que genera. Estas iniciativas tocaron incluso aspectos relativos a criterios de propiedad y formas de producción, imperantes en la isla, desde los inicios del proceso revolucionario, todo con la intención de dinamizar la economía y lograr un incipiente período de recuperación. El proceso de activación de la actividad interna y la apertura externa, obligó al gobierno de USA a lanzarse por la vía de la agudización de las relaciones entre las partes, incrementando las condiciones vigentes del bloqueo, mediante la promulgación de la Ley Helms-Burton, en los primeros meses de 1996. Aún así, extremando las condiciones del bloqueo, Cuba logró soportar sobre la base de un gran sacrificio, las condiciones generadas por la pérdida de sus principales mercados. Desaparece en forma definitiva el destino y origen del 80% de su intercambio comercial y su economía en términos globales desciende en el 35% del PIB, el abastecimiento de combustibles se reduce abruptamente a menos del 50% de su demanda ordinaria hasta 1989 y el déficit de las finanzas del estado va más allá del 30% del PIB.
Ya no pueden usar contra Cuba, como en los tiempos de la guerra fría, los gastados argumentos del peligro que representaba para los intereses norteamericanos en la región, los vínculos políticos, económicos y militares con la Unión Soviética y los países socialistas en su conjunto, o su apoyo solidario a los movimientos de liberación nacional. En 1996 con la ley Helms-Burton y durante los años más duros del “período especial” con la ley Torricelli, como justificación para recrudecer el bloqueo, usan como argumento el reclamo de indemnizaciones por la nacionalización de empresas norteamericanas que operaban en Cuba antes del triunfo revolucionario y la ausencia de democracia y de derechos humano en la isla, al mejor estilo y con los patrones, del sistema político vigente en los EE.UU.
Durante todos los años del período especial, cuyas consecuencias no han sido superadas aún, de acumulación de problemas, carencias y deficiencias de la realidad de Cuba, la dirección política de la revolución, encabezada por Fidel, dispuso de todas las acciones internas y externas, cuyo objetivo fue y es hasta el presente, la supervivencia y defensa de los logros sociales de la revolución sin hipotecar el futuro del proyecto histórico.
La pérdida del ligamen de la estructura productiva y de comercio exterior cubanas con la URSS y el resto de países socialistas de Europa oriental, un mercado que garantizaba estabilidad, y sumado a las condiciones de aislamiento impuestas por Estados Unidos, sus gobiernos aliados y las instituciones financieras multilaterales, obligaron a la dirigencia cubana a un encuentro con la realidad, que impuso algunas concesiones tácticas en el ámbito de la actividad económica, sobre todo por la imposibilidad de hacerle frente a las demandas sociales y al crecimiento de los niveles de vida de la población cubana, modestos aún en las condiciones de estabilidad en la década de los 80, en la antesala de los acontecimientos políticos que estremecieron el este de Europa.
Una radiografía de la Cuba que emerge del período especial, que trata de alzar vuelo a inicios del nuevo milenio, nos indica que la isla es más heterogénea y compleja desde el punto de vista social, y en ella se manifiestan elementos que no forman parte del proyecto histórico revolucionario. Desigualdades sociales evidentes, graves carencias materiales en amplios sectores, corrupción producto de manifestaciones negativas en los mecanismos de control administrativo y político, y además una baja sensible de la eficiencia de diversas estructuras del modelo productivo dominante en la economía cubana. La doble moral en amplios sectores de la sociedad cubana, las prohibiciones y limitaciones sin sentido, medios de comunicación que no reflejan la realidad del país, las manifestaciones de desigualdad y una infraestructura a todas luces deteriorada, ahora reconocida por altos cargos cubano, dirigentes del estado y del partido, dan la impresión que la isla viene saliendo de una guerra que arrancó, no a partir del desplome del sistema socialista europeo, sino que hizo crisis mucho antes, como consecuencia de factores externos pero además porque la estructura productiva del país, la rígida traslación mecánica de modos y formas de producir, provenientes de otra realidad histórica, cultura y política, no correspondía a las necesidades del desarrollo y crecimiento de la economía cubana.
La radicalización del bloqueo impuesto por los Estados Unidos, el agravamiento de las condiciones climáticas en consecuencia del calentamiento global que genera nuevas dificultades para la nación cubana y la implementación de medidas económicas de contenidos nunca antes vistos en la realidad política de la isla, transcurren en una encrucijada peligrosa, pues se despliegan en medio de la renovación forzada de la dirección superior del gobierno cubano, y de las luchas sordas que se puedan estar dando hacia el interior de las estructuras de mando del estado, sobre cuál debe ser el camino que se debe transitar en los próximos años.
Hay una fractura generacional en Cuba, que debe ser conciliada en términos políticos por las iniciativas de Raúl, las que se han dado y las que vienen, entre quienes vivieron en las condiciones vigentes antes del triunfo revolucionario de 1959 y los que crecieron, recibieron formación y subieron peldaños en la estructura institucional y política del país. Entre los que impulsaron las reformas económicas de los primeros años y los que soportaron la larga crisis generada por la aplicación de las recetas de administración y gestión al mejor estilo de la URSS, que encadenaron el desarrollo económico de la isla a las demandas y posibilidades del bloque de países socialistas.
Los cambios que requiere Cuba, son de naturaleza profunda y tienen que ver con algo más que, la posibilidad de adquirir bienes de consumo que hasta hace poco solo se conseguían en el mercado negro o facilitar el acceso a los nacionales cubanos, con capacidad de pago, a los hoteles de lujo, antes solo a la disposición del turismo extranjero. Cuba viene saliendo un período histórico de casi dos décadas y algo más allá, con un ideal de justicia que ya no era posible sostener en términos materiales, más allá de las consecuencias del bloqueo, y que además estaba perdiendo credibilidad en términos políticos en el seno de la población cubana.
Cuba enfrenta actualmente un proceso de transformación de su estructura económica y productiva, que tiene sus orígenes en 1993, que se marcan con la implementación de una serie de medidas que en forma paulatina ha transformado los patrones vigentes, en especial en las zonas rurales. El eje central de la agricultura del país es heterogéneo, pues se ha logrado que convivan diversos patrones de propiedad y modos de producción y aún continúan acciones tendientes a, 1. Generalizar el modelo de autogestión participativa en las granjas estatales, 2. Continuar con la parcelación privada hasta límites razonables que no ponga en riesgo la esencia del sistema político y 3. Crear progresivamente asociaciones de inversión con capital extranjero, convenientes para Cuba, en términos de empresas mixtas, con predominio de la participación nacional cubana, como forma de atracción de la inversión extranjera directa, en la economía y no solamente en la actividad agrícola.
La experiencia cubana en la atracción e implementación de proyectos en diversos sectores de la economía, financiados mediante la participación de IED, ha sido exitosa, porque se logró consolidar como una vía expedita para hacer frente a la crisis durante la década de los 90, al adquirir por esta vía, tecnologías y capacidades gerenciales, estimular el desarrollo industrial en aquellas áreas donde se ha hecho presente y abrir las posibilidades de apertura comercial, como una forma de ampliar sus fronteras con el exterior.
Cuba transita por coyunturas complejas y difíciles. Solo el tiempo lo dirá, si estamos en presencia de concesiones tácticas para lograr la inserción de la isla, en una nueva realidad económica internacional, sin alterar la esencia de sus objetivos políticos.
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