Persiguiendo un cadáver. La necrofilia les une

Juan Manuel Santos y Juana La Loca

Cuando los compañeros del “Techo de la Ballena”, encabezados por Carlos Contramaestre, médico, pintor, escritor y otras cosas más, nacido en Tovar de Mérida, alarmaron al país y al gobierno - Betancourt era presidente- con aquella exposición que calificaron de necrofìlica, tuve que apelar al diccionario. La palabra no formaba parte de mi repertorio. Y como al asunto asociaron a Juana I de Castilla, compré en el primer punto de venta de libros usados, una edición barata, de aquella editorial “Selectas de Argentina”, relativa a la biografía de la reina castellana. Al proponerme escribir esto, busqué ese ejemplar infructuosamente, hasta recordar que no hace mucho lo regalé a una sobrina.

Ahora bien, ¿qué tiene de común Juan Manuel Santos, ministro de la defensa de Colombia, con aquella reina de Castilla del siglo dieciséis?

Ambos al parecer están unidos por la necrofilia. Es decir por la atracción por la muerte y los cadáveres.

Juana quien fuese reina de Castilla, Aragón, León, Navarra, Granada, Valencia, Galicia, Murcia, etc., en fin, de casi toda España, cuyo proceso de unificación iniciaron sus padres Isabel y Fernando, tres meses después de muerto su marido, Felipe de Habsburgo, conocido como “El Hermoso”, viajó del que fuese el reinado inicial de madre hasta la ciudad de Granada.

Marchaba la caravana lentamente, transportando el cadáver del esposo de la ilustre dama; ésta, toda vestida de negro, llevaba pendida al cuello una cinta con la llave del ataúd.

La fúnebre procesión eludía detenerse en poblados y solo acampaba en sitios desolados. La integraban frailes, soldados armados de la corte y mujeres mayores, también rigurosamente ataviadas de luto. Marchaban a Granada, a enterrar al fallecido en la ciudad del Generalìfe y la Alhambra y del nacimiento, montòn años después, de Federico García Lorca, junto a Isabel la Católica, madre de Juana.

A lo largo de la travesía, en cada sitio furtivo que se detenían para el descanso y el tomar aliento, Juana abría el ataúd, conversaba, llenaba de besos y caricias a su amado inerte.

Por aquel ritual, derivado del desmedido sentimiento amoroso de la reina por Felipe, se tomó el gesto de ella como una simbólica manifestación de necrofilia. Y los jóvenes del “Techo de la Ballena”, le mencionaron con insistencia en aquella exposición, montada justamente en un momento de la historia nacional venezolana, cuando con frecuencia y sin motivos, el régimen regaba nuestras ciudades de cadáveres.

La necrofilia implica pues no sólo atracción, en el estricto sentido de la palabra, sino también el andar detrás de la muerte y los cadáveres.

Juan Manuel Santos es un guerrerista. De eso no hay dudas. Es falso el mensaje edulcorado, de paz fingida que ahorita está enviando a las FARC. ¿Cómo creerle cuando mientras la guerrilla ha dado muestras concretas de querer entrar en un proceso de conversación, el gobierno de Colombia, del cual él es ministro de defensa, responde con gestos como el detener a las jóvenes que llevaban a Bogotá las pruebas de vida de algunos retenidos, hizo todo lo posible para impedir la entrega de rehenes y llegó al extremo de invadir y bombardear dentro del territorio de un país amigo y hermano y hasta rematar heridos? ¿Cómo darle crédito a quien utiliza el expediente lleno de vicios e infundios de las computadoras de dudoso origen para generar mayores conflictos en la región? ¿Se podrían aceptar como verdaderas las palabras de quien pide hoy a Alfonso Cano, exhiba gestos favorables a la paz, cuando es él (Santos) el impedido para permitir que en Colombia la buena fe se reconcilie?

Apenas es un hombre torpe que lanza mensajes nada inteligentes con la aspiración, como dicen en mi pueblo, de meter para ver que de allí saca. Cree que puede, con su sibilina lengua, desatar una división en el movimiento armado contra el Estado colombiano.

Si quiere paz, ¿porque no da valor a los gestos del adversario y contribuye para desmilitarizar las zonas de Florida y Pradera, para abrir las conversaciones?

El mundo quiere, especialmente los venezolanos, que en Colombia haya paz. Que los nacionales de ese país puedan entenderse en las cuestiones mínimas para eso. Que los gringos dejen de intrigar y poner a quienes son hermanos a matarse mutuamente.

Juan Manuel Santos, no sólo es un amarrado, un cancerbero atado a una cadena, sino un necrofìlico.

Y lo es por guerrerista, lo que implica estar a favor de la muerte. No tiene otra fórmula para resolver la conflictividad en Colombia que regarla de bombas y sembrarla de cadáveres; hacer allá lo mismo que el Departamento de Estado norteamericano hizo en Vietnam y sólo consiguió la derrota y la condena de la historia.

Ahora, como Juana la Loca, Juan Manuel Santos anda detrás de un cadáver. No se conforma con saber que Marulanda Vélez, “Tiro Fijo”, está muerto. Mandó a sus secuaces detrás de los restos del jefe guerrillero y ofrece recompensas, como en el viejo o salvaje oeste americano.

La excusa es tonta. Hallar el cadáver, según los portavoces de Santos, aportaría “información de interés nacional”, como dijese el general Mario Montoya. Y la importancia del asunto, es que Juan Manuel Santos, quiere el cadáver, para sacarle “información verdadera” sobre las causas de la muerte del excombatiente y comandante de la FARC. Santos quiere otra computadora para demostrar sus “verdades”.

Santos, como Juana la Loca, es necrofìlico y amante de prodigarse sus cadáveres. Ahora mismo anda tras de uno para satisfacer su vanidad y tenebrosos planes.

pacadomas1@cantv.net


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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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