Ingrid ¡por Dios!: vuestro verbo es violento y de Thor

Durante seis años y unos meses que estuvo Ingrid Betancourt en condición de retenida política –es mentira que haya sido secuestrada- por las FARC, fue una opositora radical al rescate por medio de la violencia, invocó a Dios y a la virgen de Guadalupe para que no se hiciera ningún intento de rescate violento. Más bien era partidaria del diálogo y el canje humanitario, solicitó la comprensión y el buen razonamiento del gobierno en procura de una salida política concertada. ¿Cuántas veces, no lo sabemos, maldijo Ingrid el verbo violento del presidente Uribe?

 La moneda dio la vuelta. Actualmente, sobre el “engaño” y la tortura a unos guerrilleros, Ingrid en libertad, rescatada junto a 13 o 14 rehenes más, se ha convertido en el fuego intenso de un verbo violento. Ingrid, acostumbrada a los beneficios del oportunismo político, la demagogia social y el sofisma ideológico, expertos en engaños y mentiras y trampas, se transformó, como una idea falsa en dogma, en la heroína, la mártir y la prócer de una sociedad convulsionada por la violencia social. Ha sabido sacarle provecho a su condición de mujer, de excandidata a la presidencia, de su media nacionalidad francesa y, hasta consciente, de su resistencia a un cautiverio involuntario sorteando graves enfermedades que, ni siquiera, le dejaron una sola pizca de secuela psicológica. Ingrid, en definitiva, se ha ganado el sublime derecho a ser santificada en vida. Ojalá el Papa no espere la muerte de Ingrid para que los comerciantes y usureros nos vendan su imagen como la santa más milagrosa y sacrificada de toda la historia de las religiones juntas. Tal vez, algún buen cristiano protesta por considerarla una diosa de la guerra y no una virgen de la paz.

 Ingrid, a diferencia de los rehenes puestos en libertad por las FARC y los rescatados por el ejército, invoca la violencia, reza por la muerte de los insurgentes, ora por el rescate con la mayor suma posible de sangre derramada. Ingrid, quien más se parece a una hija de Thier que una lectora de las Santas Escrituras, esputa violencia, suda por la violencia contra la insurgencia, mastica balas y hace gargarismo con explosivos. Pide a ¡gritos!, profetizando victoria, que Uribe sea reelegido como la única garantía que haya más violencia en Colombia. Ingrid, reúne las condiciones para ser la nueva embajadora de Estados Unidos o Irreal en Colombia. ¡Claro!, Ingrid está liberada, ya no es rehén. Gracias a Dios que Ingrid, con ese verbo más violento que el de Uribe y Bush juntos, nunca tuvo oportunidad de ganar la presidencia de Colombia.

 Ingrid, como si fuese el personaje principal de la Odisea de Homero, ha hablado, en condición de heroína y de mártir y de prócer, de la majestuosa operación “jaque” como, en su concepción militarista macarthiana, una obra que sólo podría imitarla la osadía, la inteligencia y la audacia de los sionistas pero, aclara, no tan a la perfección como la planificó y ejecutó el ejército colombiano. Pero Ingrid, no sólo pide, invoca, exige, implora, y clama por violencia interna en Colombia contra la insurgencia, sino también más allá de las fronteras que separa a Colombia de otras naciones. Maldijo, por un lado y en términos del liberalismo más conservador, a Chávez por no entender el espíritu de violencia “justa” del presidente Uribe y se olvidó de los mensajes que le envió solicitando su intervención para su libertad o el canje humanitario. Bendijo, por otro lado como haciendo valer las dos caras de la moneda al mismo tiempo y en términos más del conservadurismo liberal, el intervencionismo armado de Colombia en otros países, la violación del territorio ecuatoriano y el genocidio cometido por el ejército contra las FARC y unos invitados internacionales. No, no, ¡Santo Dios!, sálvanos del verbo violento de Ingrid Betancourt la heroína que en un rato es colombiana y en otro es francesa, aunque siempre es colombo-francesa.

 Ingrid, ¡perdóname!, si antes tuviste un alma o la mitad del alma o una cuarta parte del alma hermosa y nunca hermosa por completo, pues, ahora es más fea que la cola del Diablo, que las planchas de Draculín, que los dientes de Chupasangre, que el lomo de un camello, que las garras de un oso, que la trompa de un cochino y las patas de un lagarto. Vuestra alma, Ingrid, huele a azufre y ya tiene la señal de las manchas de la sangre que pudiendo evitarse se estimula a que se derrame. Ahora eres como el duende que merodea en las cabezas de los militares para que amen y se culturicen en la violencia como el buen hijo por la madre y su hambre.

Ingrid: eres una diosa de la guerra. ¡Grita!, grita de una vez para siempre: ¡Viva el terrorismo de Estado!... ¡Violencia todo el tiempo contra el enemigo! ¡Tortura y muerte al enemigo retenido! ¡Rescate ya, pero con sangre de guerrilleros! Ingrid: eres mala, entregaste tu corazón al odio irracional e individual. ¿Será que quieres ser la primera dama de Colombia? ¡Oh!, Ingrid, ¡por Dios!, persígnate antes de que te santifiquen, pero nunca esperes que los comuneros te veneren. ¡Ah!, no nos extrañe que Ingrid, antes de ser santificada, los guerreristas y negociantes de armas para la muerte consiguen que le otorguen el premio Nóbel de la Paz.



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Freddy Yépez


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