Comencemos el análisis por el nombre de la operación (Chavín de Huántar), ya que invocar una tradición religiosa que busca establecer dinámicas relaciones entre pueblos que comparten una misma fe para identificar una acción militar que lleva en su entraña la muerte misma, es un vulgar irrespeto o una tropelía contra un templo como el de Chavín de Huántar. Luego, toda la obra es en esencia una lisonja descarada de zalamería del general Hermoza hacia Fujimori. Dios y el mismo Jesucristo se quedan pequeños, para ser alabados por el hombre, ante el japonés-peruano que gobernó, con evidentes características de bonapartismo político, al Perú durante dos períodos y unos meses. Lo que Hermoza no quiso reconocer en su libro es que Fujimori se parece más a un gendarme del Diablo que a un apóstol del Cielo.
La “Operación Chavín de Huántar” se la ideó Fujimori por el túnel que fue construido para producir una explosión que aturdiera a los emerretistas que jugaban fútbol de salón y penetraran los rescatadores con el lema de “jaque mate” a los enemigos. Lamentablemente, fueron mineros de la clase obrera quienes construyeron el túnel y no pudo ser éste fruto del sudor de los burgueses y los oficiales peruanos que nunca hacen trabajo concreto, pero viven de la explotación a la fuerza de trabajo ajena.
El libro es, por otra parte, un espacio para demostrar la crueldad de los emerretistas –en general- y de Néstor Cerpa Cartolini –en lo particular-. Empezando, ya costumbre hecha ley, los verdaderos enemigos de la libertad catalogan a los que realmente luchan por ella como “delincuentes”, “terroristas” o “narcotraficantes”. De esa manera trataba el gobierno de Fujimori, con el respaldo irrestricto de una fuerza armada comandada por Hermoza, a los revolucionarios peruanos. La mayor prueba del “terrorismo” más nefasto del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, según el gobierno de Fujimori, fue el haber ajusticiado (1990) al general retirado Enrique López Albújar, pero en nada fue terrorismo de Estado la muerte (1988) de 106 emerretistas por orden del presidente Fujimori y del general López Albújar. ¡Cinismo, cinismo cínico!
Néstor Cerpa Cartolini era tenido, por el gobierno de Fujimori y sus huestes, como una persona “… fría, cruel y sádico… Es repetitivo, fuerte, rudo. Amenaza con torturas. Se regocija recordando sus muchos torturados que le imploraron por sus vidas, unos le ofrecían dinero, otros le proponían a sus mujeres para salvarse… Parece un psicópata”. Mientras que el canciller Francisco Tudela, no sé si por conveniencia o por sinceridad ya que era rehén, decía lo siguiente: “… Lo único que puedo decir es que estamos bien tratados, que el comando que controla la Embajada es un comando bien entrenado, bien armado y consciente de su responsabilidad respecto a las personas que están acá…” En cambio, el gobierno los presentaba a la opinión mundial como si la embajada fuera un infierno sometidos los rehenes a la intransigencia y violaciones de sus derechos por agentes del Diablo Víctor Polay Campos (Rolando) que, de paso, sigue actualmente preso en una cárcel de tumbas para seres vivos. No discutamos que ha habido, haya y pueda haber dirigentes o mandos de revolucionarios que tengan las características atribuidas a Cerpa Cartolini. La historia no esconde esos hechos y ella misma se los cobra a través de las reacciones propias de sus subordinados militantes o combatientes revolucionarios al hacer valer los principios de una lucha revolucionaria por la libertad, la solidaridad y la justicia sociales. Pero las características de Fujimori, Hermoza, Montesinos y de todos los que de una u otra forma tuvieron participación en la “Operación Chavín de Huántar” y de muchos de los rehenes en poder de los emerretistas sobrepasaban en largo, ancho y profundidad las que fueron reveladas como propias del camarada Cerpa Cartolini. ¿Cuántos de los emerretistas fueron asesinados ya indefensos o desarmados? ¿Cuántos emerretistas fueron torturados ya detenidos? ¿Cuántas mujeres fueron violadas por los soldados del régimen de Fujimori tenidos como “genios militares”? ¿Cuántos detenidos emerretistas o miembros de base social imploraron por sus vidas y fueron rematados por los verdugos del bonapartismo de Fujimori? Una interrogante es suficiente para tener una clara visión de la verdad: ¿Cómo pedirle a la Inquisición que escriba una historia verídica de sus propios y horrendos crímenes?
¿Cuál fue el punto neurálgico de principio para dar la orden del rescate por la violencia?
Si Herrera Luque, que estudió científicamente la mentalidad del urogallo en Boves para no recurrir al psicoanálisis de Freud o Reich, hubiese hecho un brevísimo análisis de Fujimori, de Hermoza y de Montesinos juntos, no hay duda que su conclusión hubiera sido la siguiente: “psicopatía tríada extrema e incurable”. Cuando uno se entera del principio rector que motivó al rescate violento de los rehenes en la embajada de Japón en Perú, fácilmente se siente la distancia inmensa que separa, por ejemplo, a un bonapartista –Fujimori- de un marxista –Fidel- en concepción de la vida y del mundo. Fujimori, aunque en su corazón entrara una razón de dolor hipócrita por la muerte de sus allegados, ordenó el rescate sin importarle que corrieran peligro de muerte las vidas de sus ministros, de sus amigos y compañeros de causa que estaban en poder de los emerretistas. Que tuvo la suerte a su favor, no fue obra de la inteligencia del régimen fujimorista sino del exceso de confianza o de subestimación del adversario –o no sé de qué cosa- de los emerretistas que se llevaron el secreto a la tumba. No era una operación de liberación de un país, sino de unos rehenes que gobernaban a Perú, matando y torturando a sus adversarios, a favor del capitalismo y en contra de los intereses del pueblo peruano. En cambio, Fidel, que llevaba en el Granma toda la esperanza de liberación de un país, dio una muestra de lo que es capaz el humanismo revolucionario cuando ordenó detener la empresa hasta encontrar el cuerpo de un combatiente que había caído accidentalmente a las aguas del mar. Sólo después de recuperar sano y salvo al camarada ordenó la continuidad de la marcha… Y triunfaron al poco tiempo. Era una obra grandiosa: liberar a Cuba del bonapartismo de Fulgencio Batista.
“Operación Chavín de Huántar” como hecho de rescate en sí mismo
Fujimori, Hermoza y Montesinos demostraron al mundo que un trío político-militar es mucho más genial que uno musical, que tocan mejor los instrumentos de la muerte que los de la melodía del arte más universal de todas las artes. Todo el mundo sabía que los camaradas emerretistas, al prolongarse su acción, distribuían parte de su tiempo en jugar fútbol de salón y eso, sobretodo si no hay un material humano suficiente de custodia para un número abultado de rehenes (72), hace que haya descuido en la vigilancia global de dentro y de fuera. Si los emerretistas nunca hubiesen dedicado tiempo al deporte, la “Operación Chavín de Huántar” jamás se hubiera materializado.
Lo cierto es que Hermoza presenta la “Operación Chavín de Huántar” como la obra de un cerebro que está muy por encima de los genios de la guerra. Fujimori se había entregado en cuerpo y alma a garantizar impunidad política y jurídica a la actividad criminal de los militares, de los oligarcas peruanos y, especialmente, del imperialismo estadounidense y de Japón como saqueadores de la riqueza peruana. Leyeron, con la premura del caso, a Clausewitz sobre el arte militar propiamente dicho; estudiaron ideas que inspiraron al general Beaufre sobre la prioridad a los modos de acción diplomáticos y de que amenazar es, en muchas oportunidades, preferible a la acción, lo cual fue descartado en su totalidad; deshojaron página por página y concepto por concepto a Sun Tzu para convencerse que “… toda guerra está basada en el engaño…”; y buscaron una píldora espiritual en don Miguel de Unamuno en no sólo pensar, sino en sentir su propio destino. Olvidaron los verdugos que el eminente hombre de las letras murió preso en su propia casa renegado por republicanos y franquistas. Sólo los mineros hicieron un trabajo de red de túneles semejante a los vietnamitas que engañaron a los gringos por debajo de la tierra.
En verdad, el gobierno no engañó a los camaradas emerretistas, fueron éstos quienes se auto-engañaron en el sentido de que creyeron que mientras jugaran futbolito no serían atacados por unos engañadores de oficio. Nunca fingió el bonapartista Fujimori y sus epígonos inferioridad en nada para estimular arrogancia en los emerretistas. Como se sabe toda acción de tiempo excesivo, y por eso una insurrección no congenia con esa expresión de espera, crea –desde el punto de vista de la psicología- incertidumbre, cansancio, distracción, necesidad de recrearse… y no sé cuántas otras cosas que, para el caso que venimos tratando, actúan en contra de los que mantienen la retención de rehenes, aunque no se crea que es así. Fujimori, Hermoza y Montesinos, sí lo sabían a ciencia cierta sin necesidad que nos metan el mojón de haberse estudiado de pies a cabeza varios textos sagrados del arte militar. El gobierno sabía que los emerretistas no tenían la voluntad y la decisión de islámicos para la inmolación personal o grupal como tampoco tenían una bomba que dependía su explosión y destrucción de toda la embajada con todos los sujetos dentro con solo apretarle un botón en momento de ser atacados. Realmente, todo el pensamiento de los emerretistas estaba concentrado y ganado, exclusivamente, por lograr la libertad de sus camaradas presos y no para inmolarse con los rehenes.
El día “D” (22 de abril) y la hora “H” (pasada las 3 de la tarde) justo se armonizaron las condiciones para dar la orden de ataque en el momento en que los camaradas Cerpa Cartolini, el árabe, Tito, Cone, el mexicano y otros, comenzaron el partido de fulbito como lo denominan los peruanos. A las 3:23 se produce la primera explosión en el interior de la embajada; luego viene un intenso tiroteo; posteriormente se producen seis explosiones más. No hay respuesta inmediata de los emerretistas, estaban desarticulados y en completa capacidad de indefensión. Todos los emerretistas iban siendo ejecutados por las huestes de Fujimori, Hermoza y Montesinos. Ya estaba orquestado el plan de propaganda subliminal para que la mayoría de la sociedad peruana –incluyendo a la Iglesia- y la opinión mundial no se preocuparan en nada por los muertos sino por los rehenes vivos. A las 4:30 ya estaban Fujimori –cubierto por un chaleco antibalas sabiendo que ya no había enemigo que lo amenazara-, Hermoza y Montesinos caminando y esputando sobre los cadáveres de los emerretistas. La gloria personal los cegó a la hora en que ningún soldado o ninguna autoridad –que merezca el título de hijo de una patria- tiene potestad para vulnerar, mancillar, vilipendiar o ultrajar un cadáver de un adversario o enemigo caído, sea muerto o sea preso. El bonapartismo lleva por dentro demasiado espíritu de criminalidad horripilante como para demostrar magnanimidad con el vencido. Sépase, además, que los dos muertos por balas fueron producto del tiroteo indiscriminado de los gendarmes de Fujimori, Hermoza y Montesinos; y la del doctor Carlos Giusti Acuña fue por paro cardíaco; tal vez, asustado de la irracionalidad de sus rescatadores y no del miedo a ser ajusticiado por los emerretistas. Quizá en ese momento, el monseñor Juan Luis Cipriani, oraba por los dos militares y el civil que fallecieron en la “Operación Chavín de Huántar” y sonreía por dentro por la muerte de los emerretistas. Dicen, y nunca lo podrá desmentir con pruebas, que fue él quien introdujo a la embajada el artefacto de comunicación que permitió al gobierno estuviese informado o enterado de todos los movimientos de los emerretistas todo el tiempo. Sólo Dios –en su eterno silencio- conoce el misterio de monseñor Cipriani. Hoy, es cardenal primado de la Iglesia peruana.
El general Hermoza, autor del libro “Operación Chavín de Huántar”, diría en el acto homenaje a sus dos “héroes” muertos en el rescate, que “Somos testigos de excepción del esfuerzo denodado, día y noche, durante largas horas, de cómo nuestros comandos, junto con los hombres del Servicio de Inteligencia Nacional, vinieron trabajando estrecha y coordinadamente, con la mirada puesta en el rescate de los rehenes, con el mínimo costo de vidas humanas”. ¡Cinismo, cinismo cínico! Por cierto: un emerretista quedó con vida y trató de huir mezclado con los rehenes rescatados, pero descubierto fue inmediatamente ejecutado, lo cual fue denunciado por un funcionario de la embajada japonesa. Sólo el silencio se ocupó de ese episodio. El bonapartismo tenía, en ese momento, concentrado todo el aparato informativo del país y lo que él dijera, era la santa palabra de la verdad verdadera. Hermoza terminó su discurso con las siguientes palabras: “Camaradas de armas, descansen en paz”, aunque quiso decir pero no lo dijo pensándolo: “Emerretistas, delincuentes, terroristas, narcotraficantes, que nunca descansen, sino que vivan en el Infierno en el delirio permanente de nuestro gran Señor y quien nos salva del comunismo: el Diablo”.
El cínico festejo, no por los rehenes rescatados sino por el cinismo de Fujimori, Hermoza y Montesinos, duró varios días sacándole provecho político creyendo en la eternidad del mandato fujimorista. Hoy, Fujimori y Montesinos están presos pagando –aunque con suavidad y ciertas comodidades que son negadas a los presos políticos que están en tumbas para seres vivos- pagando por sus crímenes. Eso, en cambio, no es la sentencia final. Cuando hablen los pueblos y sus voces sean las leyes de la libertad, vendrá el juicio final a Fujimori, Montesinos y Hermoza, estén vivos o estén muertos. ¡Por cierto! ¿Qué será de la vida del general Hermoza? ¿Estará escribiendo otro libro donde quiera separar su vida y su obra de criminalidad de las de Fujimori y Montesinos –actualmente en desgracia- para que lo tengan por inocente?
¿Quién podrá escribir la historia verdadera, en nombre de la verdad y de los camaradas emerretistas asesinados, sobre la toma y el desenlace de la embajada de Japón en Perú si no quedó ni un solo sobreviviente? ¿Podemos creer ciegamente en la del general Hermoza o en las narraciones que hicieron Fujimori, Montesinos y sus soldados criminales? Casi, por poquito, Fujimori, Hermoza y Montesinos ponen hablar a sus dos “héroes” (coronel Juan Valer Sandoval y el capitán Raúl Jiménez Chávez) luego de muertos en las lágrimas de cocodrilo del hijo del presidente peruano. ¡Por Dios!, cardenal Cipriani, hágale usted un favor a la historia peruana contando la verdad de lo que usted conoce, simplemente, por respeto a todos los muertos independiente que un bando o el otro haya o no tenido razón histórica para su acción.