Dentro de algunas semanas o meses la crisis boliviana se convertirá en un episodio superado en la mesa diplomática y en las negociaciones con los prefectos, sólo sombreado por sus recuerdo doloroso de la Masacre de Pando y los desmanes de los fascistas de la medialuna.
Sin embargo, América latina estará ante las mismas preguntas que antes de la crisis boliviana: ¿Cómo hacer sustentables las transformaciones de Evo, que son insoportables para los dueños de la media luna y Washington? ¿Qué hacer para neutralizar y derrotar los brotes golpistas y las erupciones violentas inevitables, de quienes resisten sus desplazamientos del poder central y ven amenazada su posición como clase dominante? ¿Cómo impedir que afecte a otros procesos revolucionarios del continente? ¿Hasta dónde ejercerá su influencia regional UNASUR y desde donde los movimientos sociales de Bolivia deberán resolver las causas que llevaron a la crisis y la masacre?
Es bueno refrescar la memoria. Sobre todo porque se trata de un presente que por vertiginoso puede convertirnos en víctimas del artificio noticioso.
En menos de tres semanas aparecieron tres crisis institucionales en tres países donde se intentan practicar modificaciones sustanciales al sistema político y al modo de propiedad tradicional. Paraguay, Bolivia, Venezuela.
Los signos son suficientes para advertir la tendencia a la polarización hemisférica. Una brecha se abre en el dominio estadounidense, favorecida por su crisis de identidad política interna y la conmoción financiera recurrente.
El continente no vivía una situación similar a esta, desde el ciclo de rupturas y desequilibrios simultáneos que abarcaron casi treinta meses, entre finales del 2000 y los primeros meses de 2003, o más allá, entre 1969 y 1975.
En el último caso cayeron siete gobiernos y presidentes; en tres casos fue con insurrecciones sociales en Bolivia, Ecuador y Argentina, y un golpe de Estado fagocitado por un levantamiento revolucionario en Venezuela. Una conspiradera regional obligó a reajustes diplomáticos y arreglos institucionales, además de concesiones económicas y dádivas estatales. Había que contener la caldera.
Un lustro después, la crisis asoma su rostro bajo otras formas, pero el escenario está cambiado y los actores tienen libreto propio. El continente es más autónomo en lo diplomático, más complicado en lo institucional y más libre para acuerdos locales sin tutela. PetroAmérica y la desdolarización del comercio del Mercosur son apenas dos indicadores de los nueve que conforman esa nueva tendencia a la autonomía. Aunque lo demás siga pendiente.
El mapa político regional registra varios gobiernos sin control directo de Estados Unidos, pero además vive la emergencia de un sistema distinto de relaciones estatales que va de lo político a lo económico. Algo similar en intensidad no se recuerda desde el ciclo 1969 y 1975, con Allende, Velasco Alvarado, Torrijos, Torres y otros, pero bajo el símbolo fáustico de la derrota y sin la novedad positiva de contar con un organismo como UNASUR, donde EEUU no interviene.
Hasta dónde será capaz de llegar no se puede saber a priori, pero sí sus atrevimientos.
Evo Morales expulsó al embajador de Bush y al organismo de inteligencia USAID, un desafío seguido por Hugo Chávez con su estilo intempestivo, y rematado de otra manera por el presidente de Honduras, Manuel Zelaya, que le negó las cartas credenciales al embajador enviado por Washington el 12 de septiembre "en solidaridad con Bolivia", como dijo.
UNASUR, con apenas dos años de vida frágil y múltiples contradicciones ideológicas, es la mejor señal en el terreno de la diplomacia de esa tendencia autonómica progresiva. La crisis boliviana sacó de un salto a sus presidentes de sus sillones. Junto con la crisis de Venezuela, develada y desmontada en pocas horas, las piezas regionales se dispusieron de tal manera que el Mercosur, la CAN y la OEA y cualquier otra entidad de control, quedaron subordinadas al pronunciamiento de UNASUR en Chile.
En UNASUR conviven dos o tres líneas políticas, la más radical representada por Chávez y Correa. Por encima de eso, lo que anuncia es la tempestad de los tiempos que se vienen, donde los ritmos políticos superarán a los programas y a la rutina gubernamental.
De lo que hagan, dejen de hacer o hagan mal los protagonistas de hoy, junto a sus movimientos sociales, dependerá que el resultado supere a los dos ciclos anteriores para que el actual no se convierta en otro de derrotas.
* Escritor y periodista venezolano, autor de varios libros, el último, la biografía ¿Quién inventó a Chávez? Bajo autorización del autor, publicado en el diario Página 12, Buenos Aires, 16 de septiembre.--