Un viejo consejo de la historia de las guerras señala que cuando una victoria no es seguida de otra victoria, se habrá ingresado en la posibilidad de la derrota. Claro, esta declaración general debe tener aplicaciones particulares para que adquiera sentido. Varios signos de la realidad social y política del continente imponen la obligación de prever como una condición sine qua non de cualquier comprensión y preparación para un cambio amenazador de los vientos. Esto lo aprendían los navegantes que se hacían a la mar después de muchos naufragios y extravíos, como recuerdan Haraldson y Conrad en sus relatos. Pero a diferencia de los antiguos desastres navieros, los de la política suelen ser más devastadores y serios. Aunque no estamos ante una perspectiva inminente de descalabro como en los años '70, algunos signos deben encender las luces amarillas. Es cierto que los desgastes electorales en Brasil y Chile no son una derrota para América latina, aún. Pero pueden abrir el camino hacia ella. "Hay un mensaje de la gente y si no hay corrección, se pierde el sillón presidencial", dijo el analista chileno Juan Francisco Coloane. Lo mismo vale, pero redoblado, para Lula, Tabaré y los demás.
La minimización de esos fiascos que hicieron los presidentes y dirigentes en sendos países sólo pone de relieve los peligros que subyacen y su importancia regional, especialmente por un hecho: nada prepara más el avance de un enemigo que sobrevalorar las fuerzas propias; dialécticamente significa subvalorar las ajenas. Y lo peor: huir de la verdad no sirve para corregir el rumbo.
A lo de Brasil y Chile debemos sumar los gravísimos costos del levantamiento de la derecha en la medialuna boliviana. Su efecto fue mayor y más trascendente. Basta con advertir que se dio en la lucha directa, con métodos de guerra civil y afectando el poder del Estado-nación. La dureza obligó al gobierno a retroceder y conceder para poder continuar. Los pasos atrás que dieron los prefectos derechistas y sus cambios tácticos sólo denuncian su capacidad de adaptación más que su debilidad, por un lado, y el peso de Unasur como órgano diplomático independiente de EE.UU. por el otro. Agreguemos cuatro datos sin los cuales serían incomprensibles las tendencias políticas del continente. El régimen criminal de Colombia, aunque Uribe no repita en la presidencia, se consolida, entre otras cosas porque las FARC, su principal temor por ahora, anda buscando en la "política civil" lo que perdió en la base campesina por agotamiento histórico y descomposición interna.
En Venezuela se sintió el primer porrazo político en diciembre del año pasado. Hay malas señales de que se podría sufrir otro este 23 de noviembre, por lo menos en cinco gobernaciones de la veintena en disputa. Aunque Chávez mantiene una altísima popularidad por encima del 60 por ciento, varios de sus candidatos están bordeando el 40 por ciento, en cinco Estados importantes. Argentina ha comenzado a pagar caro en términos políticos su irremediable deuda externa, y los malos efectos del final adverso de la huelga de los ricos del campo. Y por último, nada más y nada menos: los países-potencia están haciendo lo que hicieron durante un siglo entero: trasladar los costos de la crisis capitalista a los países oprimidos. Ni la ciencia-ficción del "Amero" supuesto sustituto del dólar, ni la superchería suicida de los "blindajes nacionales" impedirán lo que podrían impedir si actuaran al revés. A la caída en limpio de los precios de las materias primas y las exportaciones locales, sigue la retirada de inversiones propias y ajenas; y como era de prever: los capitales seguirán refugiándose en el billete verde, porque en la lógica del capital es mejor hospedarse en un imperio en crisis que en sus Estados subsidiarios.
En esta combinación dinámica de factores radican las señales de advertencia.
Sólo hay que agregar dos datos políticos de alta densidad. El primero, que la alternativa política anticapitalista o antiimperialista de hoy es más débil que en 1975 y en 1929. El segundo, que los límites ingénitos del capitalismo están llevando la relación del hombre con la naturaleza al borde del colapso, destruyendo la capacidad productiva humana en este planeta. Los atrevimientos del presidente Chávez por construir una salida independiente a la quiebra financiera sólo tuvieron ecos en Ecuador y Bolivia, sin olvidar que en La Paz choca con el "capitalismo andino" y en el resto con el otro capitalismo.
Las duras derrotas de los años 1973 a 1976, que en realidad comenzaron con la masacre en Indonesia y la dictadura de Brasil entre 1964 y 1966, condujeron a la instalación continental del neoliberalismo en todas sus expresiones. Los resultados están a la vista. Tal avance fue acompañado por una de las más grandes capitulaciones de la izquierda y del nacionalismo durante el siglo XX. Sin ese retroceso político y cultural, no tendría una explicación racional la destrucción capitalista que llevó al desastre financiero actual y pone a la humanidad al borde de su abismo ecológico, energético y alimentario.
Cuando eso ocurre, algo malo se está moviendo hacia algún lado.
Publicado en P12 el sábado 8/11.
(*)Escritor y periodista, autor de nueve libros; el último, la biografía ¿Quién inventó a Chávez?
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