De lo dicho anteriormente se desprende, como conclusión inevitable e irrefutable, que el nuevo presidente Obama no podrá ni deberá modificar ni siquiera medianamente las realidades del mundo, no tiene a sus manos instrumentos ni tampoco la convicción ni la potestad milagrosa de alterar o echar por la borda esos principios sin los cuales el mundo actual sería –para siempre- socialista. La gente que juzga o saca sus conclusiones que el mundo cambiará a favor de todos los pueblos por efecto de que el nuevo presidente de Estados Unidos es negro y demócrata, termina basando –erróneamente- sus análisis en un papel decisivo de las razas y no de la lucha entre las clases sociales y, ahora y no lo olvidemos, entre continentes. Y es aquella lucha, lo ha demostrado toda la experiencia desde un tiempo de la comunidad primitiva hasta la actualidad, la que determina el desarrollo o curso de la historia. ¿O es que acaso Marx ha sido corregido y rebatido con argumentos irrefutables o se mantiene la vigencia de su ideal?
Bueno, pero vayamos al caso que justifique el título del artículo o análisis. Bush, en un acto o pensamiento de demagogia política para que nadie lo mirara como partidario del racismo, nombró en la Secretaría de Estado, primero, a un negro y, luego, a una negra, la archí conocida, repugnante, belicosa y amenazante señora Condollezza, experta historiadora o socióloga en socialismo degenerado y fracasado. Espero y confío en que nadie entienda el uso del término negro o negra como un elemento despectivo en el análisis, pero ninguna razón justifica negarle o rechazarle a nadie el color de su piel, aunque jamás por ello deba ser juzgada una persona. Eso ni es importante ni es decisivo. El demócrata Obama se decidió, sin pretender disipar rasgos de racismo que todo indica no los posee, por una blanca, la archí conocida, simpática y agradable señora Hilari Clinton. Pero como la política imperialista no se rige jamás por los colores de las piezas del ajedrez, sino por la defensa a ultranza de intereses económicos, tratemos no sobre rasgos físicos ni psicológicos sino de responder: ¿cuál modelo de sociedad estadounidense y de mundo representó Condollezza y cuál representa Hilari Clinton? Allí está la clave del problema.
Sabemos que la señora Condollezza representó y defendió a capa y espada a una administración de gobierno desastrosa, harta de derrotas, incentivadora de caos, despreciada por la aplastante mayoría del mundo. Por su parte, la señora Hilari Clinton representa a una administración de gobierno que, por un método no tan violento como el utilizado por el gobierno del señor Bush, debe empecinarse en recuperar el terreno perdido, aliviar tensiones, doblegar pacíficamente a gobiernos reacios a la anterior administración estadounidense, adquiera victorias diplomáticas y traiga un tiempo que no siendo ni de guerra ni de paz pueda el imperialismo de Estados Unidos engrandecer sus riquezas sin que las demás naciones caigan en abismos de extrema desesperación. Pero, en la política no deciden ni los colores de la piel ni los rostros físicos de la cara como tampoco lo torneado de un cuerpo considerado monumental. Una cara fea, por ejemplo, que argumente una guerra imperialista, contra cualquier nación para expoliarla y dominarla, jamás la podrá justificar con un cuerpo exuberante y provocativo como tampoco con lo contrario. Una cara fea, de una negra por ejemplo, que argumente la solidaridad y el respeto al derecho a la autodeterminación de los pueblos nada tendría que envidiarle a una cara bonita de una blanca que cumpla con la misma misión como tampoco lo contrario. De tal manera, que para nada nos ocupemos ni del color ni del rostro. Vayamos a la política que nos permite deducir el comportamiento de una figura política sea de color negro o sea de color blanco.
Los franceses suelen decir que en tiempo de guerra hay que tomar medidas de guerra. Lo mismo podría decirse sobre las crisis que le hacen doblar un poco o mucho las piernas al capitalismo. Tiene, en este caso el imperialismo, que tomar medidas de crisis para garantizar el dominio del capitalismo sobre cualquier intento que trate de derrocarlo. Y esas medidas no pueden ser nunca, para los magnates de la economía capitalista ni para el Estado que le sirve incondicionalmente, de carácter socialista. El punto de arranque de cualquier análisis científico sobre un determinado modo de producción de explotación del hombre por el hombre debe ser, obligatoriamente, la definición de clase de la sociedad, del Estado, de la filosofía, de los partidos políticos, de las diversas tendencias del pensamiento e incluso hasta de las literarias. Allí no valen para nada las anécdotas inconexas, porque en los análisis políticos quienes traten de sustituir las ideas y los argumentos por chismes y calumnias terminan desfasándose de las realidades objetivas. La hechicería no resuelve jamás los grandes y pequeños problemas del mundo, porque las conclusiones políticas tienen que venir de premisas sociológicas y la sociología quien la separe del materialismo dialéctico se mete en un laberinto platónico sin posibilidad de encontrar un rayo de luz que lo guíe a la salida del misterio.
Los ideólogos o voceros del imperialismo a lo máximo que llegan, en sus análisis políticos o ideológicos, es reconocer que existe una doctrina marxista pero que carece de dialéctica pero es su acérrima enemiga, por lo tanto es imprescindible mezclar el empirismo con el racionalismo `para que de como producto el pragmatismo en calidad de filosofía de la vida del capitalismo altamente desarrollado. Y eso no sólo lo sabe Condollezza –la de piel negra- que quiso imponer, por medio de la violencia y el chantaje, la política estadounidense en el resto del mundo, sino que también lo sabe Hilari Clinton –la de piel blanca- que intentará abrir algunos importantes espacios vitales y recuperar otros tratando de conquistarlo sin tener que recurrir al uso de medios de violencia social. No nos olvidemos que los grandes amos del capital, cada vez que lo requieran, se sitúan muy por encima de todas las instituciones del poder del Estado y terminan imponiendo sus políticas de rapiña. Ningún vocero del imperialismo, sea hombre o sea mujer, sea negra o sea blanca, defiende los intereses de los trabajadores ni de patria. Lo que defienden es los intereses económicos de sus monopolios, de sus mercados, sus concesiones extranjeras, sus fuentes de materias primas y sus radios de influencia. Es todo, bien sea por medios violentos, semiviolentos o pacíficos. El Estado imperialista no es nunca una abstracción, sino el instrumento organizado del capital monopolista para defender y consolidar sus intereses económicos. La Secretaria de Estado de Estados Unidos, sea una mujer blanca o sea una negra, no hará más que defender, de una manera o de la otra, los intereses, bienes y capitales del imperialismo. Si no lo hace, jamás desempeñaría ese cargo mientras perdure la existencia del capitalismo.
Una Secretaria de Estado imperialista tiene que adaptarse a la política imperialista y ésta a las fuerzas productivas del capitalismo altamente desarrollado, a las formas de paralización de las mismas por las formas de propiedad capitalista, al paro creciente y su agudización como plaga social perniciosa, a las crisis que agobian e incrementan la miseria y las dificultades a las mayorías sociales. Estamos en un tiempo en que la tecnología científica, sin duda, sigue evolucionando pero eso no evita que las fuerzas productivas se conduzcan en declive. De allí que la única salida, independiente que sea Condollezza o Hilari Clinton la Secretaria de Estado de Estados Unidos, que le queda al imperialismo es la guerra para la conquista de nuevos espacios vitales, de dominio y control de materia prima y de mercados.
Cualquier vocero de un régimen imperialista, sea del color que sea, entiende por su deber de defender a su país simplemente como la conquista de espacios y mercados, incremento de la porción “nacional” de la renta mundial por cualquier medio de la lucha política. La diferencia entre Condollezza (amante de los medios violentos y el chantaje) e Hilari Clinton (supuestamente amante de los medios pacíficos y del entendimiento diplomático) estará determinada por la reacción de las demás pocas naciones imperialistas y por el abrumado bulto de países subdesarrollados ante la política del más poderoso imperialista del planeta: Estados Unidos. Si existe fuerte oposición de rechazo a los designios de Estados Unidos no nos quede duda que la nueva Secretaria de Estado recurrirá, primero y en nombre del gobierno presidido por el demócrata Obama, a la presión, al chantaje, a la amenaza con “buenos” modales y palabras adornadas de amiguismo democrático. Y si se agravan las crisis económicas internas de Estados Unidos y no consiguen por las buenas someter a casi todo el resto del mundo a sus pies, entonces tronarán las armas de la guerra, porque el imperialismo no puede existir sin ella como un medio político inmediato de conseguir sus objetivos estratégicos.
Mejor dicho: para determinar la diferencia de comportamiento entre Condollezza (la negra) e Hilari Clinton (la blanca) como Secretaria de Estado de Estados Unidos habría que precisar primero: ¿qué modelo de régimen económico-social representa la una y cuál la otra? No nos quede duda que es el mismo: dominio de Estados Unidos como primera potencia del capitalismo sobre el resto del mundo. Nadie puede creer que el Presidente Obama quiera que otras naciones superen el poderío estadounidense y, mucho menos, que los países subdesarrollados alcancen –con solidaridad de Estados Unidos- un nivel avanzado de desarrollo capitalista. ¡Ah!, amén de su inequívoca convicción antisocialista que también comparte la señora Hilari Clinton.
Si se lo preguntaran a Santo Tomás, éste diría: ver para creer. Los que sueñan con el socialismo no se pongan a esperar el ver para creer, porque el gobierno del Presidente Obama no funcionará al servicio de los desposeídos, de los descamisados, de los explotados, de los oprimidos. No, será un gobierno al servicio, primero, del gran capital; segundo, de los monopolios medios; y tercero, de la sociedad estadounidense. El resto del mundo: que se chupe el dedo y que no busque arroparse más allá de donde le llegue la cobija ya roída de tanta explotación y opresión imperialista.