Llego el día: Barak Obama asumió la presidencia de los EEUU y su discurso inaugural, largamente esperado, demostró que no son muchas las expectativas de cambio que deben asumirse, sobre todo para el sistema-mundo.
Obama, asume que el declive de los EEUU es inevitable y que su deterioro como potencia mundial es una consecuencia de una perspectiva o punto de vista cínico que ha caracterizado a los factores de poder en el sistema norteamericano. No hay duda de la autocrítica subsumida en su planteamiento, que estableciendo un mea culpa identifica algunos de los elementos que han impulsado el deterioro efectivo del poder de los EEUU: los excesos del aparato militar, la resistencia para aceptar el cambio y una visión demasiado liberal de la economía. Por otra parte, hace lo que pocos presidentes de la gran potencia: aceptar que las expectativas creadas como nación hegemónica puedan ser mantenidas tal como se ha intentado sostener hasta ahora por los factores de poder. Esa aceptación es sin lugar a dudas un duro golpe para el estilo de vida norteamericano y para todos los ciudadanos movidos o impulsados – dentro y fuera de los EEUU- por ese ideal o matriz comunicativa.
Sin embargo, a pesar de esa visión pesimista y al mismo tiempo realista del presente inmediato, retoma los valores y principios dominantes sobre los cuales fue edificado el imperio norteamericano. La visión de un destino manifiesto, las fortalezas e ideales de los denominados “padres fundadores” afloran con frecuencia en el discurso inaugural, buscando con ello levantar el ánimo y el espíritu de una sociedad maltratada en su orgullo desde los sucesos del 11 de septiembre de 2001. Obama tiene claro el impacto de la crisis, entiende por otra parte que no es posible retomar el nivel hegemónico-dominante que tuvo los EEUU en el contexto posterior a la finalización de la II Gran Guerra en 1945; pero aun así sobre esas consideraciones – en un intento de emular a Martin Luther King- lanza un discurso evocador e idealista de las grandes obras y construcciones de los “padres fundadores” y para ello retoma el discurso liberal de la igualdad jurídica ante la Ley. En una sociedad multiétnica como la norteamericana, este discurso inaugural en donde asume la diversidad de los diversos grupos humanos que hacen vida – legal e ilegal- en los EEUU, sus palabras adquieren sentido al llenar de cierta esperanza a esos sectores tan golpeados y maltratados por la derecha norteamericana, que con sus políticas de apartheid y segregación tanto daño causo en lo interno; no obstante es solo una idea. El planteamiento en torno a la igualdad, la justicia, la esperanza es sólo una letanía en el contexto salvaje del tipo de capitalismo que se desarrolla en los EEUU y que el actual presidente ha dado muestras de querer auxiliar. Obama se encuentra en el dilema del prisionero. Está en desacuerdo con ese modelo extendido de economía liberal, que sin restricciones y basado en la especulación ha estado a punto de hundir el mundo capitalista, pero por otra parte, él mismo es adalid defensor de ese modelo. Lo deja claro cuando en una parte de su discurso dice: “no vamos a pedir perdón por nuestro estilo de vida”.
No hay la intención de modificar el discurso del poder de los EEUU, aun estando conscientes de su propia penalidad y crisis. Sigue construyendo su discurso sobre los ideales de grandeza y destino manifiesto sobre el cual se levanto y expandió, no sólo la sociedad norteamericana sino el modelo capitalista occidental. Obama ha asumido en su discurso la postura del optimista, que intenta relanzar los ideales de los “padres fundadores” y con ello llevar adelante lo inevitable: la pérdida de la hegemonía mundial. Sin saberlo, Obama actúa con la misma prepotencia de los romanos en el cenit de su imperio cuando estaban siendo progresivamente penetrados por sociedades provenientes de Europa central, a las que ellos consideraban “bárbaros”, indignos de la condición de ciudadano de Roma. Aun en su propio deterioro se resisten a aceptar la propia decadencia.
El
1er afrodescendiente en la presidente de los EEUU, aceptó en su discurso
la idea del cambio, pero el mismo es asumido con los elementos tradicionales
sobre los que se construyó y se sostuvo el imperio norteamericano.
En ese sentido, las posibilidades de ver un Obama que insista en un
cambio en las relaciones conflictuales impulsadas desde el sistema-mundo
y su estructura caduca e inerme, son sólo falsas esperanzas.
Para el mundo árabe, para los latinoamericanos y el resto del mundo,
veremos un presidente norteamericano menos proclive a las guerras y
el conflicto bélico, aunque sin dejar de mantener el cortejo con los
halcones de la guerra sobre los que depende el aparato económico de
los EEUU. En fin un cambio en apariencia o sencillamente una apariencia
de cambio.
*Dr. Historiador