Obamamanía

La “coronación” de Barack Husseín Obama como presidente del imperio más poderoso de la Tierra ha sido un evento impresionante, sin duda alguna. Dos millones de personas asistieron personalmente, pese a las bajísimas temperaturas, y cientos de millones, tal vez miles de millones, siguieron los hechos por televisión en todo el mundo.

Cabe preguntarse: ¿Tanta expectación se debe únicamente a la “magia de la televisión”, a la hipnosis colectiva que saben crear los “mass media”, al estilo del “american idol”, como sugieren algunos, o hay algo más?

Por supuesto que los medios de comunicación y sus recursos tecnológicos tienen un peso importante en el interés internacional por el hecho. Ver el acontecimiento en tiempo real es un privilegio que sólo tiene la humanidad desde que se creó CNN, hace menos de un cuarto de siglo. Pero sigo pensando que una explicación de este tipo es unilateral porque, para esos cientos de millones de espectadores, el interés central no estaba movido por la curiosidad, la diversión o el morbo que los medios suelen explotar muy bien.

Ya lo he señalado antes, para entender el “fenómeno Obama” no alcanza el pobre recurso de la lógica formal (“A es siempre A”, o, dicho en panameño, “la blanco es blanco y lo negro es negro”, en el sentido lógico y no racial). Por ello, modestamente, me parece que se equivocan quienes arguyen que las expectativas de tanta gente frente a Obama son simplemente una manipulación publicitaria.

Según los argumentos de cierta izquierda escolástica, Obama es una construcción del aparato político del imperialismo yanqui y, como tal, no es más que una copia de George W. Bush. Por ende, no debemos esperar nada distinto.

Por mi parte, estoy dispuesto a compartir el argumento, pero sólo parcialmente. Concedo que hay que advertir a los millones de seguidores de la “obamamanía” en moderar sus expectativas y esperanzas, puesto que Estados Unidos sigue siendo un país imperialista y como tal se seguirá comportando, aunque ahora su presidente sea un negro. Es más, concuerdo con estos críticos que el silencio de Obama y su secretaria de Estado, Hillary Clinton, frente al genocidio perpetrado en Gaza, por los sionistas israelíes, es un asco. Mal comienzo.

Pero también creo que las expectativas en Obama y su gobierno se deben a que (recurro a la lógica hegeliana o dialéctica), siendo por un lado un miembro de stablishment norteamericano, su victoria electoral sólo fue posible en una coyuntura que crearon: las enormes movilizaciones de la juventud norteamericana contra la guerra de Irak, los millones que lucharon estos años en las calles por la reforma migratoria, los que por años han trabajado contra la segregación y el racismo, la profunda crisis económica capitalista y el inicio de una crisis del sistema político yanqui.

Todos esos millones de personas que se movilizaron, que lucharon contra las políticas neoliberales y semi fascistas de Bush, que empiezan a descreer en el sistema político de Washington y sus partidos, tomaron a Obama como su bandera. Por eso, Obama es y no es... más de lo mismo.

Difiero de aquellos escolásticos que no ven ningún cambio (“no hay nada nuevo bajo el sol”). Algo no es igual. Y ese cambio, para mí, no empezó el recién pasado 20 de enero, o el martes de noviembre cuando Barack ganó las elecciones, ni siquiera cuando hizo papilla a la favorita en las primarias demócratas. Ese cambio se fue construyendo poco a poco en las movilizaciones masivas contra la administración Bush.

El cambio real está en la gente de Estados Unidos, más que en su gobierno, pero en cierta forma se ha expresado en la victoria de Obama. ¿No se concretó en la figura de un dirigente sindical o socialista? La historia y la gente echan mano de lo que tienen a su alcance.

¿Acaso son unos cursis esos millones que reían o lloraban al saber la victoria electoral de Obama? ¿No tienen derecho saborear como suya esa victoria, al ver derrotado al candidato de la extrema derecha y de los racistas? ¿No tienen derecho de festejar que se va el facistoide de Bush, abucheado ante el Capitolio, y sonreír sinceramente ante la juramentación de Obama y su elocuente discurso, algo impensable hace 30 años?

Creo que, quien en el fondo de su corazón no sintió las mismas emociones de hace una década, cuando vimos a Nelson Mandela convertirse en presidente de Sudáfrica, está castrado, espiritualmente hablando.

Para seguir el símil, una década después, Sudáfrica sigue siendo un país capitalista, donde los negros siguen siendo los más pobres, explotados y, todavía discriminados. Pero esta Sudáfrica no es la misma Sudáfrica del apartheid. Algo cambió. Y por lo menos ante la ley y en público, formalmente todos son iguales. Y eso ya es algo.

En el mismo sentido, Estados Unidos seguirá siendo un país imperialista bajo el régimen de Obama. Así que no descartemos guerras, explotación económica, ingerencias, etc. Pero a su vez, Norteamérica no es el mismo país que amaneció el 20 de enero. Algo cambió.

Serán cambios sutiles para los daltónicos políticos, pero cambios al fin: Obama no habló de “guerra al terrorismo”; no definió al mundo en términos de “amigos y enemigos”; no pudo hablar de ocupación indefinida de Irak, sino al menos (“de boca”, decimos en Panamá) dijo lo contrario; congeló los procesos ilegales y ordenó el cierre de Guantánamo y prohibió la tortura.

¿Es distinto por qué es más “bueno” que Bush? No lo se, pero tampoco importa. Su actuación está condicionada por los millones que le dieron el voto movilizados contra la guerra y otras demandas, por los millones que llevaron a la crisis política a los republicanos y su antecesor.

Hay que llamar a no confiar, a mantenerse alerta, a hacerle exigencias de que cumpla sus compromisos, a denunciar que su gabinete está en manos de los Clinton. Pero todo ello, sólo tendrá efecto si se reivindica lo que el pueblo estadounidense siente como su victoria para, a partir de allí, hacer cualquier diálogo.

Pero ese diálogo es imposible desde las posiciones de los escolásticos modernos, los sectarios, para quienes las masas luchan y luchan, pero nunca obtienen victorias. En últimas son derrotistas y desmoralizan a la gente que, si les hace caso, optan mejor por irse para la casa porque siempre ganan los “malos”.

Por el contrario, estoy convencido que el punto de partida son las alegrías de hoy, las ilusiones si se quiere, pues ellas le darán la fuerza al pueblo de Estados Unidos para ir por más y rebasar a Obama cuando traicione sus expectativas.

Sí, lo reconozco y no siento vergüenza, yo también me sentí alegre la mañana del 20 de enero, en especial cuando vi a George W. Bush abordar el helicóptero y desaparecer del mapa.

olmedobeluche@yahoo.es


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Olmedo Beluche


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