Comienzo por el último. Se trata del tío Sebastián, un viejo roble que hizo su vida de militante y de guerrillero en el ELN. Era profundamente querido por los insurgentes; tenía una capacidad extraordinaria para entender a los combatientes que estaban bajo su mando; fue –si mal no lo recuerdo- el responsable político del Frente de Guerra Nororiental luego de la muerte de Ito (el comandante Rubén), un poeta prestado a la lucha revolucionaria y en ese peregrinar dejó su vida cuando, junto a 14 guerrilleros más y donde iban el comandante Felipe y un internacionalista argentino, fueron emboscados y con disparos de morteros todos murieron. Los últimos esfuerzos de un sobreviviente batiéndose a tiros en desventaja para salvarse fueron de Felipe, un extraordinario revolucionario que dominaba con audacia el arte de la guerra. Conocí y anduve en dos oportunidades con el tío Sebastián, realizamos varios cruces juntos y de cuando en vez participábamos en un juego con barajas que no recuerdo en este momento de qué se trataba, pero había que estar mosca en cosa de memoria para no quedar eliminado rápidamente. Conversamos largos y tendidos en diversos campamentos. Fumaba como un diablo que tiene una gran cantidad de cigarrillos pero carecía de fósforos. Lo extraño es que jamás aspiraba el humo y de su labio superior colgaba el cigarrillo hasta que se le agotaba. Lo vi sufrir intensamente en una oportunidad cuando le mataron –los paramilitares- un hijo. Aquel viejo miraba lejos como recordando lo mucho que quería pero también lo mucho que le hacía falta el hijo perdido, pero sabía que estaba en el fragor de una guerra y que sus enemigos no daban paz ni cuartel y tenía que cumplir con su deber y que por cierto lo hizo hasta el final de sus días. ¡Un adiós y un hasta siempre a ese viejo roble de la revolución colombiana: el tío Sebastián!
De manera sorpresiva me enteré de la muerte de Huguito, quien luego de Nicolás Rodríguez era el más viejo de los militantes del ELN. Sé que el comandante Manuel Pérez lo quería y lo estimaba muchísimo. También con el viejo Huguito anduve en muchas oportunidades. Era un hombre extraordinariamente meticuloso, cumplía a cabalidad con el tiempo y con sus medidas de seguridad; tenía una formación política rústica pero con una claridad asombrosa de la lucha de clases, del papel del ELN y de la revolución en Colombia. Huguito tuvo que salir, por razones que no viene al caso explicar, de Colombia y lo ubicamos en Mérida para garantizarle su vida. Sin embargo, Huguito era inquieto, no dejaba de pensar en sus camaradas y asumió tareas diversas que le resultaban difíciles de cumplir por no estar en los territorios que se conocía al pie de la letra y con los ojos vendados. En una de esas salidas a Colombia fue avistado por agente de la policía colombiana y capturado, lo que le llevó a la cárcel donde pagó varios años en condición de preso político. Al salir, Huguito ni siquiera se tomó un reposo para ordenar de cómo iba a continuar su trabajo de militante político del ELN. Tal vez, el ansia de volver a ver a sus viejos camaradas le apresuró en aceptar una invitación que le hicieron para trasladarlo al lugar donde –supuestamente- lo iban a esperar sus camaradas de siempre. Resultó una trampa, una emboscada, porque quien le puso la cita (un excomandante de nivel medio o de campamento) ya estaba trabajando para un organismo de seguridad del Estado colombiano. Huguito cumplió su palabra pero al llegar lo estaban esperando para desaparecerlo y darle muerte sin que hasta el sol de hoy se conozca el paradero de su cadáver. Huguito fue, sin duda, un excelente revolucionario colombiano. ¡Un adiós y un hasta siempre a ese otro viejo roble de la revolución colombiana: Huguito!
El otro caso se trata de dos jóvenes universitarios que tuve el placer de conocerlos en las montañas de Colombia en marzo del 2002, unos pocos días antes que le dieran el golpe al presidente Chávez el once de abril. Eran militantes del PCCC de las FARC. Nos tocó en ese momento participar juntos en un círculo de estudio y de formación política e ideológica donde esos dos jóvenes junto a otros tres de sus compañeros universitarios, debían intercambiar ideas con dos camaradas ya adultos miembros del PCCC y tres venezolanos. Recuerdo que todos esos jóvenes estaban emocionados con el proceso que estaba viviendo Venezuela en su tiempo de vida. En verdad, esos jóvenes, como ellos mismos lo expresaron en esa oportunidad, iban más en busca de conocimientos que los que ellos podían aportar por sus cortas edades. Sin embargo, eran unos jóvenes universitarios con una respetable convicción política y una admirable formación ideológica. La clandestinidad los había hecho devorar libros con el ansia con que le entra al agua un viajero del desierto para calmar su sed.
El día 3 de abril del 2003 fue negro para Gerson Gallardo Niño. Fue el último día en que lo vieron sus camaradas más allegados que conocían de su activismo político. Gerson estudiaba licenciatura en Biología y Química en la Pacho, como se le conoce a una reconocida Universidad en Cúcuta, Norte de Santander. Dicen sus camaradas que Gerson era un amante apasionado de quimeras y utopías, de sus paradigmas, de los pensamientos válidos de Nietzsche por su universalidad, de las canciones de Alí Primera, de su Gonzalo Arango, de los museos y de sus cuchos (padres); fue un constructor de proyectos literarios que jamás en una sociedad convulsionada por la guerra pueden ser realizados; se dedicaba a cultivar el cuento, el teatro, la música, y se propuso elaborar un libro en el que pretendía plasmarse de manera integral entregado al tinto, al vino y al cigarrillo sin descuidar ni un solo momento las responsabilidades de su activismo político. Los paramilitares se lo arrastraron, se lo llevaron ese tenebroso y oscuro día del 3 de abril de 2003 cuando Gerson salía de la Universidad hacia un solo destino: la muerte. Luego de mantenerlo dos meses retenido, lo lanzaron en la carretera que comunica a Tibú con La gabarra. En su asesinato intervinieron, además de los paramilitares, miembros de la Segunda División del Ejército colombiano. ¡Un adiós y un hasta siempre a ese joven revolucionario que asesinaron muy tempranamente!
El día 13 de abril de 2003 fue negro para Edwin Ariel López Granados. Un grupo integrado por diez hombres armados allanaron la casa de una tía donde estaba Edwin y se lo llevaron a un solo destino: la muerte. Los paramilitares eran los hombres armados que estaban ansiosos de dar por concluido el sueño juvenil de Edwin. Fue estudiante de tecnología Electromecánica, pero la abandonó para incursionar en la carrera de filosofía en una Universidad de Pamplona. Dicen sus camaradas que era un joven entregado, casi por completo, a la literartura, la música, las danzas y el teatro, siendo muy reconocida su calidad artística por sus compañeros de estudio universitario. Señalan que fue un amigo incondicional de lo dionisiaco, del Eros; se afanaba por un libro para sí solo; conversaba con el “loco” siempre a flor de labios, y se había entregado a la Pacho, al portón y al museo. Tenía por fantasmas de su favoritismo de oído y de lectura a Bach, Nietzsche, Freud, Cioran, Cortázar, Silvio y su gran amor era Johan Sebastián, su hijo que dejó, por obra de los verdugos, huérfano muy temprano. Los estudiantes lo siguen recordando como el “laberografomaníaco”, un constructor y sorteador de laberintos, vencedor de minotauros. Su cadáver apareció junto al de su entrañable compañero de causa: Gerson Gallardo Niño. ¡Un adiós y un hasta siempre a ese joven revolucionario que asesinaron muy tempranamente!
Ante el monstruoso crimen cometido por los paramilitares y miembros de la Segunda División del Ejército colombiano –y que hasta ahora ha quedado impune- contra los jóvenes Gerson Gallardo Niño y Edwin Ariel López Granados, los estudiantes de la Universidad Francisco de Paula Santander dibujaron un mural con la siguiente inscripción: “Los amigos del barrio pueden desaparecer… Pero los dinosaurios van a desaparecer”, frase tomada del cantante argentino Charly García.
A varios años de los asesinatos de Gerson y de Edwin, sus camaradas no los recuerdan como muertos ni revolucionarios de triste destino, sino en sus vidas, y por eso siempre los tienen presentes como alimento de las ganas de conquistar la libertad para el pueblo colombiano.