En estos meses han florecido en algunos países del G-20 numerosos campamentos de tiendas. Son personas que han perdido su vivienda y compran una tela Coleman para medio sobrevivir.
No están acostumbradas a vida tal. ¿Cómo eliminan las aguas servidas y las excretas? No hay agua potable ni electricidad ni recolección de basura ni correo ni vialidad ni telefonía alámbrica ni servicios de nada. ¿Cómo cocinan? ¿Cocinan?
Imagina la irritabilidad, los conflictos, agravados si se trata de desempleados en ocio, en desesperanza, en depresión, en penuria, los niños peleándose solares míseros, chismes, malos olores, basura acumulada, hasta que comienzan a perderse los buenos modales, si los había, y se desencadena la agresividad, la anomia, es decir, el depreciación de las normas de convivencia, en un país de gente armada y que en los últimos meses ha adquirido millones de revólveres, pistolas y rifles, que los loquitos de siempre han accionado varias veces en menos de un mes.
Con razón la dictadura mediática no nos deja ver esos caseríos. No están solo en los Estados Unidos. En Europa han proliferado las personas sin domicilio fijo (SDF), eufemismo que designa a vagabundos, mendigos, clochards, bums, hobos, nómadas, cortes de los milagros, sans-culotterie, es decir, la masa crítica de descamisados que avivó y protagonizó la Toma de la Bastilla, donde comenzó esta vida moderna.
Un sondeo de la emisora France 3 dice que más del 90% no se traga los acuerdos del G-20, a pesar de que la dictadura mediática canta loas a ese G-20, calificando sus acuerdos de nuevo Bretton Woods, de nuevo Consenso de Washington y me da flojera resumir lo demás. Es la misma dictadura mediática que condena el gobierno del único país, Venezuela, que ha logrado vadear lo peor de la crisis económica globalizada. Como ves, la dictadura mediática comienza a fallar allá, tal como ha fallado en Venezuela, en donde Chávez ha subido al 71,2% de aceptación, contra un 25,3% al que ha descendido la oposición promovida obsesivamente por esa dictadura mediática.
Viene pronto la crisis política, que ya ha comenzado en la forma de disturbios callejeros, pero ya se alargará los pantalones, ojalá que no sea como en la Alemania de los años 30.
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