“(…) desde que Bismarck emprendió el camino de la nacionalización, ha surgido una especie de falso socialismo, que degenera alguna que otra vez en un tipo especial de socialismo, sumiso y servil, que en todo acto de nacionalización hasta en los dictados por Bismarck, ve una medida socialista. (…) Cuando el Estado belga, por razones políticas y financieras perfectamente vulgares, decidió construir por su cuenta las principales líneas férreas del país, o cuando Bismarck, sin que ninguna necesidad económica le impulsase a ello, nacionalizó las líneas más importantes de la red ferroviaria de Prusia, pura y simplemente para así poder manejarlas y aprovecharlas mejor en caso de guerra, para convertir al personal de ferrocarriles en ganado electoral sumiso al gobierno y, sobre todo, para procurarse una nueva fuente de ingresos sustraída a la fiscalización del Parlamento, todas estas medidas no tenían, ni directa ni indirectamente, ni consciente ni inconscientemente nada de socialistas.” (Engels. Del Socialismo utópico al Socialismo científico”)
Algunos suponen que los Estados que replican el modelo estalinista de despotismo burocrático son socialistas porque sus economías han sido “nacionalizadas”; es decir, estatizadas. Sin embargo, socialismo no es propiedad estatal. Tampoco es Socialismo, suponer que por decreto se crea un “Estado Socialista”. Hay que desconfiar de algunos “desafortunados” actos de habla. Mientras la vieja guardia bolchevique afirmaba que la revolución soviética había logrado no el socialismo, sino un Estado Obrero con deformaciones burocráticas, Stalin decretó: “somos un Estado socialista” en los años treinta. Hoy sabemos, que ni siquiera para Marx, el Socialismo era una “etapa” específica en el desarrollo de una sociedad sin explotadores y sin explotados. Sencillamente, Marx había echado por tierra toda la pedantería doctrinaria que hablaba de una “etapa socialista” y de una “etapa comunista” (Ludovico Silva dixit). Era obvio que la creación de semejante doctrina era producto, de lo que llaman las academias, una “hermenéutica particular”. Sabemos qué determina que una hermenéutica particular, sea la interpretación que no admita controversias, polémicas ni refutaciones; producto de “actos de fuerza”, de declaraciones de “clausura de la deliberación y de punto final”. La tesis de la naturaleza “socialista” de las transiciones al socialismo, fue sostenida por los partidos comunistas marxista-leninistas (es decir, estalinistas) que justificaron el curso soviético luego de los años 30. Su argumento principal es que la “propiedad nacionalizada” crea un modo de producción cualitativamente diferente al capitalismo. Mantienen que “su” socialismo defiende los intereses del “pueblo trabajador” y “desarrolla las fuerzas productivas más allá de la capacidad del capitalismo”. Estos entrecomillados se justifican para desmantelar parte de la retórica de aquella propaganda oficial. Se partía erróneamente de la tesis de que la conjunción de estatizaciones con la planificación central, dominaría la “ley del valor” que gobernaba la acumulación, crecimiento y distribución de la economía mundial capitalista. La evidencia que es citada a menudo es que estos países tenían poco o ningún desempleo, ninguna miseria masiva comparada al capitalismo, ningunas diferencias de riquezas excesivas y ningún desperdicio. Sin embargo, se minimizaba o se ocultaba que se había liquidado nada más y nada menos que con la auto-emancipación de los trabajadores del campo y de la ciudad, que se había construido una “fortaleza asediada”. Una economía colectivizada por la vía de las estatizaciones autoritarias, como en los años treinta en la URSS, podía mostrar los signos de expansión industrial, contratándola favorablemente con la depresión económica y el desempleo masivo del capitalismo en crisis. Pero lo que lograba realmente era justificar la centralidad del Estado sobre el proceso económico, social, ideológico y político. Pero, Estatismo no es Socialismo. Una “transformación socialista de las relaciones sociales” desde el Estado, sin la activa, protagónica y consensuada participación de los trabajadores de la ciudad y el campo, no podía llamarse “socialismo”. La “línea política correcta” del partido gobernante no era suficiente. Todo este imaginario revolucionario ha hecho aguas, es un “pescado podrido”. El asunto va por otros lados: ¿cuál democracia socialista para cuál transición? Obviamente no será un socialismo de burócratas, de tecnócratas, o de funcionarios de partido sobre-impuestos al “pueblo trabajador”. Posterior a la muerte de Trotsky, algunos de sus seguidores mantuvieron su evaluación de la URSS, como un estado obrero degenerado en tránsito hacia la restauración capitalista o hacia una nueva revolución obrera. Se quedaron esperando la “revolución obrera” El estalinismo fue capaz de llevar a cabo su contra-revolución despótica y burocrática en la Europa oriental, en China y en otros lugares. Autores influenciados por el “maoísmo”, supusieron una ruptura de imaginarios revolucionarios en el conflicto chino-soviético. Pero el paradigma despótico burocrático era ampliamente compartido, a pesar de las tensiones entre “timoneles”. Para lograr la socialización efectiva del poder económico, político, ideológico; en fin social, la URSS tenía que lograr una superación económica cualitativa (no solo cuantitativa) sobre el capitalismo. Hoy China es una pujante potencia económica que demuestra la viabilidad del capitalismo de estado, basado en el nacionalismo popular revolucionario. Sin embargo, estos modelos se distancian abismalmente de Marx, de la auto-emancipación del polo explotado. Este es el meollo del socialismo de Marx. Por tanto, una superación cualitativa del modo de producción de la vida capitalista sigue siendo tarea pendiente del Socialismo, un socialismo que no puede ignorar ni al polo asalariado, ni a Marx.
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