El Hambre de Evo

 Reconociendo no haber salido aun del asombro ante la llamativa audacia de Evo en asumir una estrategia de lucha tan poco frecuente en los presidentes de la república de nuestros tiempos, bien convendría a continuación, al calor de esta intrepidez, ofrecerle algunos desapasionados y reflexivos momentos.

 

Para despecho de algunos y para aplausos de otros lo cierto es que este interesante personaje salido del mismo milenario altiplano, puede hoy decir con entera satisfacción que su atrevimiento logró su objetivo. Las huellas genuinamente famélicas que refleja su rostro evidencian la honestidad y la seriedad de su esfuerzo.

 

Más halla de lo que en el futuro suceda en Bolivia, lo cierto es que Evo Morales realmente ha puesto a pensar a medio mundo. Su reciente postura no menos que obliga a replantear las ideas y los paradigmas que recubren el ejercicio del poder. Máxime cuando por todos es sabido, o por lo menos debiera de serlo, que en los últimos cincuenta años los Estados Nacionales han venido sensiblemente perdiendo autonomía e influencia, poder, frente a los “Entes” Corporativos del Capital. Hoy en día el poder y las decisiones de los máximos Jefes de Gobierno de todas las Naciones del mundo, incluidos los de las grandes potencias, son tan relativas y cuestionadas como relativas y cuestionadas son las soberanías, e incluso el Ser, de sus propios Estados. Verbigracia, la Crisis Mundial, entre otras cosas, ha destapado la profunda contradicción y el absurdo de nuestra contemporaneidad. Actualmente toda la existencia del planeta se encuentra literal y exclusivamente a merced de poder nutrir y adorar una cosa que suelen llamar Sistema Global de Mercado o Capitalismo. Mientras por un lado a fuerza de cañones y bayonetas se nos obliga religiosamente ha procurarle completa pleitesía y pleno confort y facilidades para su sano crecimiento y desarrollo, por el otro lado resulta que esa “cosa” una vez que ha logrado condenar al hambre y la muerte a una buena parte de la humanidad, en este momento se ha comprobado que ni siquiera puede mantenerse en pie, no puede por lo menos garantizarse su propia existencia. Y como si esto fuera poco, después de haberse confirmado su caducidad y fracaso, se insiste en que sean los propios Estados Nacionales los que nuevamente a desmedro de sus propios connacionales, asuman las perdidas y los riegos de su socorro mediante el absurdo mayor de que hay que “democratizar las pérdidas y privatizar las ganancias”.

 

Evidentemente en este orden de cosas todo lo que no sea absurdo resulta ilógico y disparatado. Actualmente más que vivir sobrevivimos bajo la condena y la ironía de un absurdo. Este absurdo hace que mediante la misma inercia de nuestra esclavizada mentalidad se pretendan desarrollar nuestros procesos de liberación.

 

Allá  por el 1948 en las tranquilas aguas del río Ganges fueron esparcidas las cenizas de otro personaje que con gran valentía demostró la fuerza de la no violencia. Lo mismo que el santo Jesús terminó siendo hasta el término de sus días precursor consecuente de esta forma de lucha. El Mahatma Gandhi comprendió que su lucha carecería de propósitos si realmente no impulsaba la refundación, ideológica de su pueblo. No basta con solo destruir los molinos que trituran y socavan la naturaleza humana, es necesario que los vientos que los ha impulsado no se siga manteniendo (Víctor Hugo).

Muchos, francamente alarmaría saber cuántos, ven, por ejemplo, en la no violencia profesada por aquel santo varón llamado Jesús, luego retomada por Gandhi y últimamente utilizada por Evo, una muestra imperdonable de debilidad, un antitesis del verdadero ejercicio y naturaleza del poder. Para ellos la única liberación posible solo puede llegar de las herramientas y las formas de gobierno que irónicamente nos han esclavizado. Para no juzgar y tener que considerar de manera sería a un Jesús o a un Gandhi lo mejor es arrancarle toda su condición humana e inmortalizarlos. Cuando se enteran de lo realizado por Evo suspiran por un Fujimori o un Pinochet, mientras tanto el gran Absurdo que es el espíritu de nuestro tiempo, desvergonzadamente destina el resto de las riquezas del planeta para salvar lo que nos tiene a todos condenados.



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Waldo Munizaga


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