China, el comunismo chino, Deng Xiaoping y la humanización de la conciencia socialista y revolucionaria

La Revolución China se conjugó en dos etapas principales: desde el 4 de mayo (1919) al 31 de diciembre (1949) como primer proceso revolucionario y a partir del desarrollo del proceso revolucionario en ejercicio del Poder y del Gobierno (octubre, 1949) hasta el presente del siglo XXI en su segunda etapa. Es evidente para cualquier sinólogo que ambas etapas, a su vez, pasaron por diferentes “momentos históricos” que conformaron, aun hoy en día, procesos del desarrollo de la evolución socialista y revolucionaria en un país con 5 mil años de Historia, de cultura y conciencia histórica.

Para información, la primera etapa revolucionaria se desarrolló en sus primeros momentos con una impuesta e importante influencia del eurocentrismo revolucionario y moscovita que ocasionó profundas crisis en las mentalidades de las dirigencias revolucionarias china. Fue cuando Mao Zedong, profundo conocedor de la Historia clásica de China, incorporó esa cultura y conciencia histórica china al proceso revolucionario y fue cuando el carácter de la revolución china se desarrolló por derroteros, teórico-prácticos, diferentes a las tesis programáticas diseñadas por el Komintern. Esa decisión logró un desarrollo en el pensamiento revolucionario teórico socialista chino que, a posteriori, fuera tratado, en su praxis, en otras latitudes. ¡Craso error!

Una vez que el Partido Comunista chino (PCCh) estuviera en el ejercicio del Poder y del Gobierno, el proceso revolucionario chino atravesó diferentes momentos muy críticos, para nombrar: el movimiento de las “Cien Flores y Cien Escuelas…”; el “Movimiento Antiderechista”; el “Salto Adelante”; la “Revolución Cultural”; la decisión del PCCh de diciembre de 1978 de desarrollar la “…modernización socialista, y sentar las bases de una política de reforma y apertura al exterior…”; las “Contradicciones Tian Anmen” (1989); la “Segunda etapa de la reforma y la apertura” (enero, 1992).

Estos procesos se pueden analizar desde una visión teórico-práctica con influencia eurocéntrica, así como, desde un conocimiento de las realidades histórico-sociales del pueblo chino. Nada fácil y, además, complicado.

Los procesos políticos que la Historia de China nos enseña, nos comunican que han sido los “campesinos” los actores “revolucionarios” que han derrocado y establecido “dinastías” desde la unificación geográfica de China con el emperador Shi Huangdi. El líder moderno de la Revolución china, Mao Zedong, sustentó su accionar revolucionario tanto en esa historia campesina como en el proceso revolucionario que se desarrolló durante la “Rebelión cristiana de los Taiping” (1851-1864). Es decir, han sido los campesinos chinos quienes han triunfado en los diferentes procesos políticos. A título de ejemplo, cuando la Revolución socialista china triunfó en 1949, la composición social del ejército chino era de mínimo de un 95% de origen campesino, iletrado y con un conocimiento muy superficial de las tesis marxistas no así de las tesis leninista que eran difundidas y discutidas conjuntamente con las tesis maoístas de profunda difusión entre el componente socio-militar campesino revolucionario. Irónico, una revolución socialista no marxista.

Es obligante precisar que el Estado chino se ha expresado en dos momentos históricos; el primero de ellos, cuando Shi Huangdi unificó el país perdurando hasta el establecimiento de la Primera República (1911); el segundo momento sería cuando se instaló la estructura soviética de estado centralizado seudo-moderno en 1950.

En ese contexto, el primer “Giordani” chino (salvando las diferencias profundas), el planificador Chen Yun, diseñó su primer plan nacional según las tesis soviéticas de planificación que fueron aplicadas en un país donde los escasos “bienes de capital”, tecnológicamente, databan de finales del siglo XIX. Esas realidades junto a las crisis estructurales, económicas y sociales, que significaron las decisiones políticas durante el “Gran Salto Adelante” y la “Revolución Cultural” producto de una “industrialización de pueblo” y del “cierre de escuelas, universidades y fabricas”, respectivamente, buscaron, sobre el “caos”, transformar la economía para la independencia del país a las alteraciones de las presiones externas; en el caso del “Salto” y, por la Revolución Cultural, el cambio de esas mentalidades tradicionales internas en la consecución de la “modernización” de las ideologías de las sociedades, urbanas y campesinas, al mismo tiempo que la modernización de las estructuras de un Estado anquilosado, desde los tiempos pretérito, burocratizado y sovietizado, concluyeron en fracaso didáctico. No era una discusión entre “confucianos” y “legalistas”; era la salida a las crisis producto del comportar tradicional del maoísmo en el ejercicio del Poder; con ellas se buscaba, a través de la modernización de la estructura y superestructura y, a posteriori, con la incorporación de los nuevos paradigmas, transformar a China en una nación con las responsabilidades que le corresponderían como país de sus magnitudes geográficas, poblacionales, geoestratégicas, culturales e históricas. Pero el resultado, conocido históricamente, fue “el caos del caos”. (Disculpen la síntesis)

Para mejor alcanzar una comprensión de lo expuesto, para 1949, la población china era de unos 400 millones de habitantes en un territorio de más de 9 millones de kilómetros cuadrados con un espacio para el cultivo de un 7% del espacio y con una tradición sólida de estructura de Estado anquilosado en el tiempo y tradicional a las normas establecidas de Gobierno impuestas por el Emperador y los mandarines y una ideología más cercana a las normas confucianas conjuntamente con las normas jurídico-legales impuestas por las Potencias Extranjeras a partir de la Primera Guerra del Opio (1839).

Para el año 2000, aproximadamente, la población alcanzó unos 1.300 millones de habitantes con una relación de un 80% en el sector campesino de los cuales unos 200 millones se les consideraban como “población flotante” producto del modelo de desarrollo decidido durante los años 80. Era probable que ese sector campesino que circulaba, permanentemente, hacia las zonas de alto desarrollo industrial-costero de economía de exportación, además de hablar diferentes entonaciones del idioma chino y fueran originarios de provincias con culturas y costumbres diferentes entre sí buscaran las añoradas aspiraciones de bienestar de las transformaciones socio-económicas que implicaban y conllevaban la “política de apertura”. Quizás para el Estado chino fuera fundamental alcanzar niveles de desarrollo económico que permitiera el utópico equilibrio en las diferencias sociales y eliminar el “tazón permanente de arroz”. Las propias contradicciones consecuenciales de la “apertura al exterior” produjeron reacciones en los sectores sociales productivos, intelectuales y de algunas burocracias. Las profundas contradicciones entre los procesos económicos, las respuestas del Estado y el Gobierno y el cuerpo jurídico-legal en desarrollo que sustentaba esas praxis económicas y sociales obligaron a la dirigencia china a la profunda “autocrítica”, a accionar los correctivos necesarios y equilibrar las relaciones entre los sectores productivos privados, los sectores productivos públicos-estatales y las políticas estatales socialistas en busca de un equilibrio en las relaciones inter-sociales y de las sociedades con el Estado y Gobierno chino. El punto de inflexión fue Tian Anmen.

Los correctivos decididos por la primera etapa de la “apertura”, es decir, las decisiones post-Tien Anmen, tuvieron, en consecuencia, una importante presencia del sector militar en las políticas de restricciones en el crecimiento de la economía hasta febrero de 1992 cuando Deng Xiaoping decidió, desde el pueblo de Zhuhai, relanzar con la línea de profundizar las políticas de “apertura e inversiones” pero sustentadas en un control regio del crecimiento económico sobre una Política de Estado más equilibrada, más realista y mas estructurada en cuanto a los objetivos socialista cónsonos con las realidades socio-económicas de China.

Hay dos variables fundamentales para entender al socialismo chino; la primera es las realidades sociales y económicas que inciden en las decisiones políticas aprobadas por el Comité Central del PCCh, con la aprobación de la Asamblea Nacional según estudios de una burocracia altamente calificada. La segunda variable, obliga a tener presente los objetivos fundamentales de la consecución de una Política de Estado que buscar convertir a China en una “potencia mundial” con “voz y voto” en el concierto internacional como se observó en el G-20.

Cabe la pregunta ¿Qué tan socialista sean esas políticas? Transformar a China de ser un país ubicado en el siglo XIX en los años 80 del siglo XX, a convertirse en una potencia mundial con equilibrios obligados en sus realidades sociales de 1.300 millones de habitantes quizás ello obligue a repensar las teorías para así evitar caer en “lugares comunes”.


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Miguel Ángel del Pozo


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