Los eventos en Honduras dan
fe del profundo temor de las oligarquías ante la inminencia del desarrollo
de verdaderas democracias en América Latina. Nos referimos a la noción
de democracia, que incluso coincide con aquella que asomó el ex Presiente
de Estados Unidos Abraham Lincoln: gobierno del pueblo, para el pueblo
y por el pueblo. Sistema que es inviable dentro del marco capitalista,
con su economía de libertad de monopolios, con su concentración
de poder, con su confiscación de los medios de producción, con el
secuestro de la toma de decisiones, con su democracia burguesa: careta
tras la cual se consolida el poder de las oligarquías mediante la supuesta
garantía de libertades públicas y procesos electorales que sólo sirven
para perpetuar a los dominadores de siempre. Conformaron sociedades
alienadas, enajenadas, entregadas al consumismo, desideologizadas, resignadas
a la explotación, a la desesperanza. Sociedades de esclavos y sobrevivientes
que comienzan a despertar y comprender que su articulación, su conciencia
de clase, su organización, son los únicos caminos hacia la liberación,
hacia la esperanza, hacia la confirmación de que el ser humano es parte
de la Pacha Mama, y no una plaga que amenaza con desaparecerla. El socialismo
real euro – soviético del siglo XX, fue también incapaz de generar
una democracia verdadera. Confiscaron a los confiscadores, pero fueron
incapaces de generar mecanismos de transferencia de ese poder. A la
postre, desarrollaron una especie de capitalismo estatal que fortaleció
una casta burocrática y dejó, una vez más, al pueblo alejado del
gobierno y el poder.
La década final del siglo
XX, aquella del fin de la historia y de las ideologías, fue paradójicamente
útil para que los pueblos retomaran las luchas, revisaran los errores
del pasado y decidieran aprovechar lo que posiblemente representa la
última oportunidad que la historia nos brinda, que la humanidad se
brinda a sí misma. Las relaciones humanas, las relaciones de producción,
deben ser radicalmente transformadas, socializadas, redefinidas, con
el fin de darle viabilidad y armonía al ser humano en este planeta.
La igualdad, el bien común, la libertad, la justicia, deben ser causas
y consecuencias de la transformación indispensable. Este resurgir de
la humanidad se desarrolla en todos los espacios, en todos los pueblos,
en el norte, el este, el oeste, pero sobretodo en el Sur. El epicentro
de esta revolución definitiva se encuentra en Nuestra América, en
la Abya Yala. Hay en nuestras tierras y sociedades despertares por doquier:
unos súbitos, otros producto de luchas ancestrales. Dentro de este
gran proceso de reorientación, la vanguardia se encuentra indiscutiblemente
en los pueblos y gobiernos de los países de la Alianza Bolivariana
para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), en cuyo espíritu, teoría
y praxis, se sintetizan todas las luchas liberadoras, todos los sueños
de justicia y todos los caminos hacia la igualdad.
El objetivo de este momento
histórico es la entrega del poder a los pueblos, para que en colectivo
se decida, se planifique, se gobierne, se construya y se desarrolle
integralmente la humanidad. El sistema de gobierno que le brindará
la mayor suma de felicidad posible a su pueblo, no es otro que el gobierno
del pueblo mismo. La misteriosa incógnita del hombre en libertad, sólo
puede ser despejada una vez que ese hombre, esa mujer, ese colectivo,
tenga el poder en sus manos y lo use en la búsqueda del bien común.
Estos procesos, ya en construcción en Nuestra América, tan sólo al
enunciarse ponen en riesgo el poder de los concentradores, de los explotadores,
de los acaparadores de vida, alegría y libertad. Al desarrollarse,
no sólo pondrán en riesgo, sino que comenzarán a desmontar esos entramados
de poder elaborados a partir de la injusticia, de la desarticulación
social y de la miseria de los muchos. Al desarrollarse y concretarse,
harán desaparecer del todo y para siempre, esos sectores burgueses,
antihumanos, que han generado la más espantosa desigualdad y la mayor
suma de tristeza y sufrimiento imaginable.
En la Honduras de Zelaya,
apenas se había entrado en la fase del enunciado de los objetivos sociales
y políticos de un pueblo que ha sido sometido a dictaduras fascistas
y a gobiernos burgueses neoliberales, generadores de miseria, frustración
y pesares generales. Tan sólo se le ocurrió al Presidente Zelaya adherirse
a la Alianza Bolivariana, comenzar a gobernar para los desposeídos,
empezar a darle espacio a los excluidos, tratar de pulsar la opinión
de su pueblo para darle el ritmo correspondiente a las reivindicaciones
sociales imprescindibles, cuando la oligarquía capitalista instalada
tiránicamente en cada uno de los poderes constituidos centrales (salvo
en el Ejecutivo), reaccionó de la manera más ortodoxa y despótica
posible: el Golpe de Estado militar – mediático - patronal. Algo
semejante ocurrió en la Venezuela del 2002, aunque en nuestro país
ya el proceso constituyente había avanzado, con su Constitución, con
sus leyes, ya comenzaban a desarrollarse los cursos de acción para
alcanzar los objetivos, mientras que en Honduras, insistimos, apenas
se enunciaban. La oligarquía hondureña, con el respectivo soporte
imperialista, actuó de acuerdo a su naturaleza egoísta y antidemocrática,
tratando de evitar que se de el primero de miles de pasos para construir
el poder popular y avanzar hacia la justicia social. Así como Washington
lanzó ataques preventivos contra supuestos “terroristas” en Afganistán
o Irak; así como los sionistas atacan “preventivamente” al indefenso
pueblo palestino; asimismo la oligarquía hondureña, ante la simple
la posibilidad de que se activara el proceso constituyente popular originario,
decidió atacar “preventivamente”, para evitar el despertar inexorable
del pueblo de Morazán.
Es decir, la burguesía Hondureña, gracias a la correlación de fuerzas favorable en los poderes constituidos, decidió abortar la gestación de una Patria Nueva. Se devela así el sentimiento de esta élite hacia su pueblo: miedo, terror, pavor, pánico. Saben bien que de preactivarse el proceso constituyente, ese pueblo noble sabrá abrir las puertas y caminos para protagonizar su destino y generar una sociedad digna, libre de dominación y explotación, dónde lo único que se concentre sea el amor, la libertad. Le temen al fantasma reivindicador del poder popular, le temen a la fuerza de los hombres y mujeres al socializar, le temen a la pérdida de sus privilegios y de su capacidad para explotar y enriquecerse.¡Oligarcas temblad! La correlación de fuerzas positiva en el poder constituyente hondureño y el apoyo pleno del sistema internacional, impulsado por los países del ALBA, se conjugan para revertir el zarpazo fascista – capitalista y volver a generar las condiciones para que el pueblo hondureño siga su camino hacia la liberación. La alerta popular debe ser permanente. Zelaya no es Zelaya, es la expresión genuina y colectiva del pueblo de Honduras, de los excluidos, los relegados, los invisibilizados. Su restauración, será la restauración de la dignidad, de la verdad, de la esperanza, de la libertad, de la democracia participativa, directa, real.
Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del poder popular. Todas las fuerzas de las oligarquías y el imperialismo se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: hagan lo que hagan, ¡No pasarán!