Pelear contra molinos de viento con la espada obtusa de los gringos: es una tarea nada fácil en este siglo que todavía tiene en pañales neuronales a más de un colombiano en el gobierno actual, que piensa que a través del Plan Colombia minado, además de bases militares imperialista, se van a ganar el cielo de las prebendas que, los encamine a cien años más de soledad, maltratando a los vecinos que no viven los amores de los tiempos del cólera por la rabia de saberse traicionados y subestimados en constante acusaciones que rebotan a diario como información desleal en todos los medios que a conveniencia de una cúpula entreguista e inmoral que desdice de todo principio de convivencia fraternal y, siguiendo ese camino el gobierno del presidente Uribe se ha ufanado hasta el cansancio en tropezar con el mismo eslabón de la voluntad que conforma nuestra ruta hacia el socialismo bolivariano, bordado de consignas de nuestros libertadores en el camino de la paz social que ahuyente los presagios malignos de los apátridas que se ocultan en los recovecos de la historia como demonios principescos.
¡Oh Colombia! Sobre ti pesa un historial de ruindades que desfiguran a tus gobernantes, que en sucesión de títeres en su actuación han practicado el fraude y el engaño como el cebo que los ha guiado ciegamente cada día dentro de la política que, amasan a favor del imperio yanqui que, los aleja más del círculo de la tragedia humana, en que pobres y ricos por igual tratan de plegarse al despertar de los pueblos en busca de la justicia social que, solucione sus problemas decentemente, teniendo como norte: la cooperación, la solidaridad, la autonomía y libertades institucionales que liberen más y mejor progreso que cada pueblo se merece y, tiene derecho por lógica universal.
Desde las bellacadas de Santander para acá, parece ser que el destino de Colombia es vivir enguerrillada con una guerra fratricida que los tiene atrapados en dos frentes irreconciliables, que destruye pasiones de amistad entre compañeros y arrastra sin provecho alguno la convivencia de sus habitantes que los hace deambular hacia lugares que, resguarden su seguridad personal, motivado a la confianza perdida en el naufragio del enfrentamiento como el pan de cada día y, donde ambos contrincantes: gobierno y fuerzas revolucionarias o rebeldes se valen de todo para perdurar en su afán de violencia que los lleva a desarrollar desde los contra como los para dentro del militarismo que degüella ilusiones y, envilece vidas inocentes, sembrando el miedo a su paso con el cultivo de la coca como la creación de sus laboratorios para sus fines ulteriores que lucran a personalidades que son compradas para que acepten y ayuden en la parafernalia de los cargos en la permanencia del poder, donde Uribe es un maestro acaparador de traiciones de sentimientos que taladran objetivos de acuerdos que vayan en beneficio de su maltratado pueblo y, como un bandido de los bajos fondos del poder, desprecia amistades que le brindan calor de manos extendidas para llevar adelante proyectos que transiten economías de expansión en ambos sentidos por la autopista de los buenos vecinos y caprichosamente se embarca con el yanqui depredador en políticas que ponen en entredicho la soberanía de esa nación, dejando que se vulnere la dignidad que pueda tener su país y se abraza al oprobio y, a la diatriba que eche por tierra los derechos humanos de otros pueblos como del suyo.
Que hermoso sería que Colombia se encaminara en la restauración de su dignidad en infinidad servil tantas veces pisoteada por sus gobernantes y, de una tajante vez: deje de ser el patio trasero que besa hincada de rodillas las manos usurpadoras de una potencia inmisericorde en que se ha transformado EEUU para desastre de los pueblos del mundo, y, en particular para la hermana república de los sueños vencidos en el ventarrón de sus angustias.