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Es cierto que las revoluciones
no se hacen en laboratorios y quizás por eso el último laboratorio
donde trabajé fue cuando en los finales de los 50’ y principio de
los 60´ estudiaba en la Facultad de Medicina de la universidad estatal,
luego autónoma del Estado, de mi país.
De ahí en adelante
–y antes también- he pasado por muchas movilizaciones callejeras,
muchas tomas de tierra, muchas huelgas, cárceles, exilio, confrontaciones
con la policía y con las fuerzas armadas regulares, revolución y guerra
patria (en abril-septiembre de 1965), tramas criminales e intentos de
asesinarme, sometimientos judiciales, organizaciones sociales, militancia
comunista, trabajos organizativos, ediciones de periódicos y revistas,
columnas en diarios nacionales y en diversas publicaciones en el exterior…
libros, seminarios, congresos, piquetes, confrontaciones, debates…
Y en eso estoy todavía,
al tiempo de leer, estudiar, reflexionar, auto-criticarme y auto-corregirme,
escribir, evaluar procesos, producir programas de TV y radio, participar
en la Coordinadora Continental Bolivariana, reforzar la militancia latinoamericana
e internacionalista y reafirmar y enriquecer mis convicciones socialistas
y comunistas.
En ese quehacer no tengo
fronteras y pongo la soberanía de la Patria Grande y la emancipación
del planeta – sin dejar de defender las soberanías nacionales- por
encima de cualquier nacionalismo estrecho, por lo que no considero “intromisión
en los asuntos internos” ni ofensivo a los derechos soberanos de otros
pueblos y procesos revolucionarios, la incursión teórica, política,
militante y solidaria en otras luchas y proyectos transformadores inspirados
en la necesidad del socialismo y enfrentados al capitalismo y al imperialismo.
Como no considero pecado alguno diferir y evaluar críticamente otros
procesos revolucionarios desde la propia trinchera de la revolución
nacional, continental y mundial.
Así he sido y sigo
siendo, y no veo porque quien dice haberme “respetado siempre”,
tiene que no hacerlo ahora, y menos aun poner en duda la intención
de mis ideas sobre el curso de la revolución cubana, cuestionándose
sobre “a quienes pueden ayudar” mis valoraciones y ubicándome de
entrada en los litorales de los enemigos de la revolución cubana; llegando
a afirmar categóricamente, en referencia a mi persona, que “de amigo
como éste, líbrame Dios”.
- ¿Que es lo que está en juego en este debate?
No creo conocer por ese
nombre a Ernesto Escobar Soto, pero de todas maneras respeto su persona
y sus ideas, aunque no comparta su visión sobre el socialismo y, sobre
todo, su defensa considerablemente acrítica del modelo estatista-burocrático
que predomina en Cuba y que en gran medida fue trasplantado de la URSS
y de Europa Oriental.
Con él me puedo poner
de acuerdo en las adversidades que ha tenido que enfrentar esa revolución,
así como en el extraordinario valor de sus principales conquistas e
incluso en el valor relativo de ciertos reajustes institucionales, superación
de prohibiciones absurdas, reordenamientos presupuestarios, énfasis
desarrollistas y sistemas de control puesto en práctica recientemente.
No creo en Dios porque
Dios no existe, y si existiera jamás le pediría que me libre de Ernesto
Escobar. Con las diferencias de lugar, debatiendo con altura, lo prefiero
como amigo y en buena salud.
En mi país, y donde
quiera que me ha tocado participar en tareas revolucionarias, he defendido
–y defiendo- como el que más las esencias y el sentido histórico-liberador
de la revolución cubana.
En este debate no están
en juego ni la postura frente a los adversarios y enemigos de esa revolución;
mucho menos la ponderación de los daños ocasionados por los factores
hostiles a su curso y realidad, ni los logros históricos y aportes
trascendentes de ese proceso, los cuales Ernesto menciona con apego
a la verdad.
Tampoco cuestiono lo
positivo de ciertos movimientos, tendencias y medidas adoptadas (a eso
me he referido en diversas oportunidades)...en el contexto del inmovilismo
estructural de un modelo caracterizado por el peso abrumador del estatismo,
la hipertrofia burocrática, la fusión del partido y el Estado, de
la política exterior del partido y del gobierno, y la falta de autonomía
de las organizaciones sociales.
Además ese modelo estatista
se caracteriza por significativas restricciones a la democracia y las
libertades, por el predominio de la representación y/o delegación
sobre la participación y la democracia directa; por el sistema de la
censura mediática, la corrupción burocrática recurrente, las trabas
al relevo generacional dada la tendencia a la perpetuación de los cuadros
en las funciones más relevantes del partido y del Estado; se caracteriza
por la gestión altamente centralizada, el verticalismo, el escaso desarrollo
de la propiedad social, el predominio del trabajo asalariado al servicio
del Estado y la falta de control de la ciudadanía sobre las instituciones
y empresas.
En el centro de este
debate, que trasciende mis escritos sobre el tema y el contenido de
la respuesta de Ernesto Escobar Soto, que involucra a numerosos cuadros
políticos, jóvenes talentosos e intelectuales cubanos de diferentes
generaciones, está determinar si lo que corresponde en medio
del prolongado estancamiento y la crisis estructural que afecta el tránsito
al socialismo en Cuba, es “institucionalizar” o sustituir el modelo
vigente.
Esta en discusión, en
caso de reconocer la necesidad del cambio estructural, si el reemplazo
apropiado debe consistir en auspiciar un modelo parecido al chino (que
a mi entender podría ser la vía menos traumática hacia la restauración
capitalista), o si se acoge el paso directo al nefasto modelo capitalista
occidental y a su “democracia representativa”; o si contrario a
estas dos opciones ajenas al socialismo, se emprende la vía de una
nueva democracia y un nuevo socialismo.
Esta última –la cual
comparto- sería la vía de las transformaciones hacia la socialización
de lo estatal, hacia la erradicación del trabajo asalariado subordinado
a la propiedad estatal y a la burocracia, hacia la autogestión y cogestión
de las empresas, hacia el cooperativismo y otras formas asociativas
socialistas.
Sería el camino hacia
el predominio de la democracia participativa con un fuerte componente
de democracia directa; hacia la separación de los roles del Estado,
el partido y las organizaciones sociales y, en fin, hacia el predominio
de lo social sobre lo estatal y lo privado, con democracia en todos
los aspectos de la vida en sociedad: relaciones de propiedad y producción,
vínculos entre géneros, relaciones inter-generacionales, inter-raciales,
seres humano naturaleza, opciones sexuales…
- Más allá de lo secundario
El principio socialista
no es que el trabajador(a) “reciba de acuerdo a su trabajo” (ya
sabemos –el viejo Marx lo demostró- que la fuerza del trabajo produce
valores muy por encima de cualquier paga asalariada); el principio socialista
es eliminar el trabajo asalariado, convertir a los/as trabajadores/as
en dueños de los medios de producción, distribución y servicios,
imprimirle carácter social a la economía y a todos los factores del
poder, y extinguir paulatinamente, gradualmente, el Estado.
Que los ministros sean
7 o sean 25, que los vicepresidentes sean dos o sean seis, puede hacer
más o menos eficaz la gestión dentro de un contexto determinado, pero
eso no es lo fundamental. Lo fundamental es valorar si el contexto general,
el modelo, las estructuras y superestructuras vigentes posibilitan crear
socialismo o no; si ese cuadro estructural permite generar las condiciones
para detener y revertir la corrupción, la indisciplina y la ineficiencia;
si basta solo con remendar las instituciones y estructuras vigentes,
con tratar de reordenar y normar mejor su gestión y/o administración,
o si es realmente imprescindible reemplazarlas para evitar el colapso.
Muchas veces he escuchado
hablar en Cuba de reestructurar ministerios, exigir disciplina, elaborar
nuevas normas de funcionamiento productivo, impulsar rectificaciones,
estimular la cultura productiva, sembrar áreas ociosas, redefinir funciones
de organismos, reducir burocracia, quitar impuestos, poner impuestos,
prohibir y autorizar el acceso a bienes y servicios…y mas allá de
pequeños y temporales logros , el modelo estatista-burocrático termina
imponiendo su lógica, su lentitud, su ineficiencia y los intereses
de la “clase imprevista” en detrimento del pueblo.
Esa no es la movilidad
que reclamamos los(as) partidarios de un nuevo socialismo en Cuba. Más
bien proponemos, sugerimos y debatimos acerca de la necesidad de mover
la situación en dirección a un nuevo modelo que rescate los principio
del socialismo científico, que se distancie del llamado “Socialismo
de Estado”, que incorpore las reflexiones que permitan construir un
socialismo participativo, autogestionario, profundamente democrático
e inclusivo. Un “socialismo diferente” como han dicho Pablo Milanés
e incluso Mariela Castro, sumándose a no pocos intelectuales, artistas,
militantes, cuadros del partido y combatientes internacionalistas.
En mi caso, tratando
el tema en sentido general y en el sentido particular de Cuba, también
he incorporado, junto a la idea general de la socialización de lo estatal
y de la transición a un socialismo profundamente democrático-participativo,
los valores socialistas contenidos en los nuevos movimientos feministas,
indigenistas, ambientalistas y anti-adulto-céntrico.
Así como la libertad
de opción sexual, la superación de todas las vertientes de la cultura
racista y el rescate a plenitud del internacionalismo revolucionario,
considerablemente afectado por los intereses de Estado y la inexorable
lógica diplomática-gubernamental en los casos en que se funden y confunden
los roles del los partidos, las organizaciones sociales y las instituciones
estatales y gubernamentales.
- Internacionalismo e “intervención”, posibilismo o voluntad revolucionaria.
Ernesto Escobar me quiere
descalificar para hablar de todo esto en relación con la Cuba actual,
esgrimiendo una variante de chovinismo y un concepto de soberanía inapropiado
para los revolucionarios marxistas, internacionalistas por definición.
A veces incluso, parece
que me quiere prohibir participar en el debate sobre el socialismo en
Cuba, en nuestra América y mas allá; olvidando que el socialismo o
será mundial o no será, y obviando a la vez que para todo revolucionario/a
de verdad es imposible desconocer el carácter internacionalista de
la revolución y de las ideas que la impulsan, lo que incluye el análisis
más allá de nuestras fronteras de todas las experiencias, errores
y aciertos vividos. Algo imperioso, sobretodo después del colapso del
“socialismo real”, cuyo impacto negativo intervino en todos
los países por encima de las soberanías nacionales formales y/o reales.
La diplomacia no es válida
en la relaciones de solidaridad y cooperación entre las fuerzas del
cambio.
La censura y la autocensura
le han hecho demasiado daño a nuestro movimiento como para persistir
en ellas.
El posibilismo, además
(“la política –dice Ernesto- es el arte de lo posible”), no es
propio de los(as) partidarios(as) de la revolución y el socialismo.
El propio Che nos habló de hacer “posible lo imposible”, o –diría
yo- lo aparentemente imposible. Al cambio histórico hay que ponerle
una alta dosis de voluntad revolucionaria.
Con las señales de agotamiento
que presenta el presente modelo cubano no es una “quimera” ni son
simples “deseos” propugnar por abrirle camino a “las nuevas transformaciones
socializantes y democratizadoras”; ni es ilusionismo afirmar “que
si no se convierte al pueblo trabajador en real dueño y gestor de los
medios de producción, distribución y servicios, si no se pasa del
“ordeno y mando” a una auténtica participación colectiva en la
toma de decisiones, sería imposible salir del estancamiento, generar
esperanza y potenciar nuevos entusiasmos liberadores”.
Entender imposible esos
necesarios propósitos equivale a refrendar el “status quo” y asumir
incluso una actitud muy alejada de aquella frase de Fidel: “hay que
cambiar todo lo que halla que cambiar”.
La clave es ponernos
de acuerdo en lo que hay que cambiar y en eso hay importantes diferencias
a debatir seriamente; sin tabúes, sin estigmatizaciones, sin canibalismo
ideológico, sin represiones, sin censura…
- ¿Quienes deben decidir: las cúpulas revolucionarias o los pueblos?
No dudo, ni niego, ni
afirmo… que la dirección revolucionaria cubana -como dice Ernesto-
“estudia los resultado del extraordinario y original debate, en el
que se recogieron mas de tres millones de intervenciones, con el fin
de ejecutar aquellas que se consideren necesarias, útiles y en el momento
posibles”.
Estoy si en desacuerdo
con esa concepción mesiánica y elitista de conducción defendida apasionadamente
por él.
¿Quienes establecen
cuáles son las propuestas más necesarias, útiles y oportunas?
¿Por qué no darlas
a conocer a todos/as para que se debatan horizontalmente y se logren
los nuevos consensos?
¿Por qué limitar la
discusión a la jurisdicción de cada núcleo, organismo, pequeños
encuentros, sin que uno y otros conozcan lo que los/as demás piensan
y proponen?
¿Por qué no poner en
conocimiento de toda la sociedad el conjunto de propuestas y opiniones?
¿Por qué la dirección
es la única que puede seleccionar y decidir?
¿Por qué no superar
el verticalismo y el control absoluto sobre los medios masivos de comunicación?
¿Cuáles son los temas
considerados estratégicos y quienes los seleccionarían para llevarlos
al Congreso del partido?
No dudo, ni niego, ni
afirmo sobre si se va o no a hacer tal o cual cosa en el futuro, sencillamente
me parece que esa metodología conduce a reforzar la centralización
y a negar la participación democrática. Así ha sido históricamente
en todas las experiencias revolucionarias y proyectos de orientación
socialista en los que se han producido suplantaciones de este tipo.
- A propósito del endurecimiento.
Calificando de “superficiales,
injustas y falsas” mis valoraciones, para luego negarme el derecho
a plantearlas y después concluir en que soy algo parecido a un “enemigo”,
no se contribuye a una discusión seria y profunda sobre cuestiones
bien complejas, respecto a las cuales nunca he pretendido el monopolio
de la verdad y admito la posibilidad de equivocarme parcial o totalmente.
Esa forma de polemizar de Ernesto es muy funcional al dominio burocrático,
y siempre ha sido útil para reprimir y excluir, aunque no todos los
que la utilizan tengan esas intensiones.
No critico el estilo
de conducción militar, en el que generalmente gravitan con fuerza el
mando y las órdenes, dentro de los cuerpos castrenses; aunque ciertamente
en su funcionamiento dentro de una revolución popular es posible y
conveniente incorporar simultáneamente concepciones y métodos participativos
como los que formuló el gran estratega vietnamita Guyen Giap en su
libro “Guerra del pueblo, ejército del pueblo”.
Critico esos métodos
sobre todo cuando se incorporan a la conducción política, a la gestión
de las instituciones civiles del Estado y al funcionamiento de las organizaciones
políticas y sociales.
Además no considero
ofensivo decir que quienes han ejercido durante décadas los métodos
militares de dirección al interior de las Fuerzas Armadas regulares,
tienden a trasladar esos métodos a la esfera política. Y es lógico
que Raúl y todo el personal militar incorporado ahora en mayor escala
a la esfera civil, introduzcan una mayor impronta militar dentro del
Estado cubano, lo que no quiere decir que no existiera esa situación
en grado considerable antes de su gestión. Esto es sencillamente un
problema a reflexionar y solucionar, separando roles.
De las restricciones,
de las limitaciones, del endurecimiento del poder, no ha hablado solo
quien escribe estas líneas.
He leído bastante y
con mucha atención lo que han escrito sobre ese y otros temas que revelan
restricciones, no pocos revolucionarios(as) cubanos, incluso en Kaosenlared:
me refiero a Félix Guerra, Félix Sautié, Pedro Campos, Aurelio Alonzo,
Roberto Cobas Avivar, Pablo Milanes, Jorge Luis Aconde González, Carlos
Ignacio Pino, Leonel González, Carlos C. Díaz, Crispín, Graciela
Pogolatti, Fernando López de la Voz, El Francotirador del Cauto, Rafael
Martín, Miguel Arencibia y paro de nombrar para no alargar mas el tema.
Conozco el caso de Miguel
Arencibia, cuyos escritos nadie en justicia puede calificar de contrarrevolucionarios
y antisocialistas, si no todo lo contrario. Sin embargo, fue cancelado
de su empleo y sancionado en el partido por el simple hecho de usar
la computadora de su trabajo para publicar sus artículos y participar
en los debates por las redes digitales, dado lo prohibitivo económicamente
que resulta operar desde los centros públicos de Internet y las restricciones
que en ese orden afectan a los(as) ciudadanos(as) cubanos.
Arencibia, militante
comunista de varias décadas, coronel retirado, revolucionario con muchos
méritos, está sobreviviendo haciendo de “parqueador” de vehículos,
por haberse expresado a favor de un socialismo diferente; colocado en
esa engorrosa y precaria situación se le hace muy difícil aportar
al debate lo que estaba aportando. Esta es una expresión del
endurecimiento señalado y no es un caso único en vista de la manera
como el Estado aborda esta vertiente de la tecnología de la comunicación.
De Sautié, cristiano-socialista, revolucionario de toda una vida, he leído consistentes críticas a ese afán persecutorio y represor. De Cobas Avivar, la denuncia de una marcada tendencia a calificar como “enemigos del pueblo” a quienes desde la izquierda no comparten el discurso único oficial, caricaturizado además por apasionados subalternos dedicados a denostar a quienes critican la situación desde su incontrovertible militancia en la revolución. Y podría citar innumerables señalamientos innumerables señalamiento de otros articulistas revolucionarios que periódicamente denuncian limitaciones a las libertades individuales y colectivas.
Las sanciones políticas
y administrativas, por demás, están cargadas de secretismos innecesarios
y no pocos casos –como se evidenció en las recientes destituciones-
son tratados con métodos de inteligencia militar, lo cual enturbia
su contenido.
Del llamado de Raúl
a debatir todo, a la manera secreta como se ha manejado el producto
de ese debate y como se estigmatizan las críticas formuladas en Kaosenlared
y en otras publicaciones digitales desde posiciones de izquierdas, media
un proceso de endurecimiento.
Los defectos reales o
supuestos de los/as camaradas con opiniones propias y posiciones críticas
se tapan cuando hay coincidencia y salen a la superficie solo cuando
se desarrollan contradicciones políticas o metodológicas. Las virtudes
desaparecen y el respeto se convierte en cosa del pasado.
Ernesto no logra percibir
que su carta está impregnada de ese endurecimiento cuando le atribuye
“ayudar” a los enemigos de la revolución a una persona que durante
toda su vida, y sobre todo en los tiempos más duros, ha asumido su
defensa en los temas más complejos y riesgosos, por el hecho de propugnar
por el cambio de modelo que como otros parecidos tiende a agotarse y
colapsar. Así también han sido -y son- maltratados otros militantes
comunistas y socialistas revolucionarios, cubanos y de otras nacionalidades,
que han adoptados posiciones similares.
Y lo peor es que esa
concepción se traduce en estigmatizaciones, exclusiones, desprecios
e intolerancias desde los aparatos del Estado y del partido, ya no solo
como expresión individual sino institucionalizada.
- Debatir sin estigmatizar ni reprimir.
¿Cuáles de esas críticas
formuladas por militantes comunistas y combatientes anti-imperialistas
y anti-capitalistas insobornables, que propugnan por un socialismo diferente,
podrían “engrosar el arsenal de los enemigos de la revolución”?
¿Cuáles son las críticas
que ayudan y cuáles no?
¿Quiénes tienen el
medidor, el detector de la verdad y la certeza, de lo que hace daño
y de lo que hace bien?
¿Quiénes dañan a la
revolución: los que ocultan sus fallas o los que valientemente las
señalan, los que actúan como burócratas incondicionales o los que
dicen con sinceridad lo que piensan?
No sabemos, por demás,
cuál es el calendario aprobado para los cambios dentro de la revolución
cubana, ni quienes lo han decidido, ni si este ha sido realmente diseñado
o no. Esa alusión de Ernesto puede ser tanto una verdad oculta como
un recurso retórico.
Sería muy útil conocerlo
algo imposible si no se publicita y cuanto me alegraría que antes de
que la crisis sea mayor, además de existir, ese calendario contemple
más socialismo, más poder popular y más democracia.
A Ernesto lo felicito
por debilitar la conspiración del silencio, por decir lo que siente
y lo que piensa.
Sus reacciones represivas
las entiendo parte consustancial de la cultura autoritaria reciclada
constantemente por el “socialismo de Estado”; dado que detrás de
cada acusación sobre mi supuesta “ayuda” a los enemigos de la revolución
y mi supuesta manera de “engrosar su arsenal” y “hacerle daño”
a ese proceso, y detrás de considerarme un “amigo” del cual “Dios
debe librarlo”, hay una vocación punitiva y
penalizadora.
Pero todo esto no me
impide invitarlo a dejarnos de fanatismo, a pesar reflexivamente y con
cabeza propia, y a atrevernos a equivocarnos o a acertar, ejerciendo
la crítica frente a resultados y evoluciones de las luchas y procesos
de orientación socialista que en el siglo XX se separaron bastante
de las propuestas originales de los fundadores y continuadores del socialismo
científico.
Procesos que ignoraron
además los nuevos aportes y las necesarias negaciones de las
concepciones y las malas prácticas que han conducido a confundir estatización
con socialización y a negar las nuevas y necesarias herejías revolucionarias
que posibilitarían superar en el sentido socialista esta lamentable
situación.
La actitud de Ernesto
no me limita, en fin, para invitarlo a reflexionar e investigar desapasionadamente
cuanto de esa lamentable realidad contaminó la revolución cubana y
cuánto es posible y necesario superar antes que sea tarde. A debatir
sin estigmatizar. A debatir para lograr los nuevos consensos y las soluciones
que posibiliten avanzar mucho más de lo alcanzado.
5 de agosto de 2009
Santo Domingo. República Dominicana