El golpe militar de Honduras ha sido, sin lugar a dudas, uno de los acontecimientos más importantes ocurridos en el continente americano en los últimos años. En nuestro país es más que evidente la jerarquía que le ha dado el Gobierno Nacional, conciente de lo que significa esta insurgencia antidemocrática por parte de las Fuerzas Armadas de un país, cuyo gobierno se había acercado a las políticas desplegadas por los gobiernos del ALBA. Durante todos los días que siguieron al golpe la vida política venezolana se circunscribió al problema político hondureño. Los hechos más llamativos de la situación desencadenada por el golpe han sido tanto su rechazo unánime por organismos como la OEA y la ONU , como la negativa del gobierno de facto a las exigencias internacionales de retorno incondicional a la institucionalidad democrática.
Mucho se ha discutido sobre las causas y propósitos de los golpistas y sobre cómo enfrentarlos para hacerlos fracasar en sus designios. Hay quienes incluso han llegado a proponer la restitución de Zelaya en su cargo no a través de la lucha democrática y revolucionaria del pueblo, sino a través de la acción de un ejército bolivariano que le acompañaría, en el más clásico estilo de las invasiones efectuadas por el Pacto de Varsovia, para no asimilarlo a las invasiones gringas, disfrazadas de acción multilateral, en Irak, Kuwait y Afganistán o, para no ir muy lejos, las producidas en Guatemala en 1954, en República Dominicana cuando el gobierno del coronel Caamaño, en Granada, en Panamá para secuestrar a Noriega o más recientemente en Haití. Afortunadamente, el delirio democrático no llegó a esos niveles.
Se podría señalar, en un intento de organizar el análisis, que el golpe tuvo apoyo estadounidense o, por lo menos, se realizó con conocimiento de la embajada gringa en Tegucigalpa. La causa parece ser la actitud cada vez más independiente del presidente Zelaya en función de los intereses nacionales hondureños y de los sectores populares de la población, lo que se expresa en una serie de medidas gubernamentales favorables social y económicamente a estos últimos, así como la firme intención de rescatar para la aeronáutica civil del país, al mejor aeropuerto de Honduras en manos de una base militar norteamericana, lo que hizo peligrar la existencia de la base misma. Todo ello en medio de un acercamiento al ALBA y a la política exterior liderizada por Chávez, Correa, Ortega, Morales y Castro.
Como ya se señaló, llama la atención la resistencia a buscar acuerdos de un gobierno totalmente aislado internacionalmente, lo que significa que tienen el apoyo tácito del gobierno norteamericano en lo que respecta al comercio internacional requerido para subsistir. Además, es claro que la mayoría de los poderes del Estado se pronunció contra Zelaya, incluyendo a su propio partido en el Congreso, lo que significa que el Presidente está totalmente aislado en el sector gubernamental y sin respaldo militar ninguno, por lo que su regreso a la Presidencia se ve muy difícil, a menos que las movilizaciones populares de apoyo alcancen grados muy elevados de participación, potencien su combatividad y demuestren una decisión indeclinable al lado de Zelaya, lo que a su vez significaría la salida del resto del aparato gubernamental y la apertura de una nueva situación política en el país centroamericano.
De ocurrir esta apertura, el apoyo internacional tenido hasta ahora por el Presidente depuesto no necesariamente se mantendría. Ni la OEA , ni la ONU , son organismos del movimiento nacional revolucionario mundial, mucho menos del socialismo del siglo XXI, por lo que los intereses mayoritarios capitalistas volverían a dominar la escena. No hay que engañarse en ningún sentido: Ni la OEA es la basura inservible descrita por Chávez en más de una ocasión, ni tampoco es la punta de lanza de la intervención revolucionaria en los países conservadores y golpistas, como llegó a considerársela también en un momento dado. Los cascos azules de la ONU , cuya presencia llegó a ser acariciada incluso por el presidente Chávez, no son el ejército libertador de Bolívar y de los nacionales de la Gran Colombia , sino el instrumento supuestamente imparcial del imperialismo mundial.
La salida popular en Honduras no puede ser ajena a su pueblo y no puede darse sin la participación de éste, sin sus luchas, sus muertos y sus heridos. No existen soluciones idílicas para los pueblos en lucha por su liberación. No es como alguien dijo que el pueblo ya había actuado y, por lo tanto, debería permanecer en su casa mientras Zelaya y el ejército del ALBA se hacían cargo de la situación. Es el pueblo quien hace las revoluciones, pero entre votar por un Presidente y luchar por la liberación hay un trecho muy grande. Si el pueblo de Honduras no está preparado para acometer esa gesta, nadie puede hacerla por él independientemente de lo bien intencionado que esté. Las sociedades se liberan de acuerdo a la fuerza que alcanzan en su interior los sectores en pugna y no a través de la invasión de fuerzas militares extranjeras.
Si el pueblo se moviliza mayoritariamente en defensa de su Presidente, ninguna fuerza armada será capaz de detenerlo. Sólo así puede Zelaya recuperar su mandato, y él lo sabe. Si esto no ocurre, Zelaya quedará fuera del gobierno. El derecho estaría con él pero no tendría la fuerza para hacerlo valer. No se trata ni de justicia, ni de dignidad, es un problema de fuerza. Surge otra posibilidad: La mediación del presidente costarricense Arias, aceptada por Zelaya y por el gobierno hondureño, con el apoyo estadounidense. Su éxito conduciría a restituir la normalidad institucional posiblemente a través de elecciones, que pudieran ser adelantadas, en las que a todos se les garantizaría en principio “igualdad” de oportunidades. Se podrían lograr otros avances, pero dependería de los negociadores.