El monopolio de la violencia

Quienes están armados hasta los dientes hablan de la paz. Quienes hacen apología de la agresión militar a otros países se pronuncian contra la violencia. Los criminales de guerra –por ejemplo, el responsable de los bombardeos contra la población civil de Belgrado- van por el mundo dando lecciones de democracia. Los asesinos de cientos de miles de niños, mujeres y hombres, llaman “terroristas” a los que defienden sus hogares. Es el mundo al revés.

Pero no siempre es tan evidente la violencia. El gobierno autonómico canario va a mandar a miles de profesores y trabajadores sanitarios al paro. Muchos perderán su casa, y se verán en poco tiempo incluso sin comida para sus familias. Cientos de miles de canarias y canarios no tienen trabajo, no tienen medios, subsisten por la solidaridad familiar o con raciones insuficientes de alimentos. No tienen para arreglarse la dentadura, ni para gafas, ni para comida de régimen si están enfermos, a veces ni siquiera para medicinas.

Mientras tanto, amparados en jueces, policías, guardaespaldas y hasta la amenaza omnipresente del ejército, los responsables de esta violencia brutal y sorda contra seres humanos totalmente indefensos, cobran sueldos de escándalo, comen, beben, viajan y se divierten a costa del dinero robado como impuestos a los asalariados y a los pequeños empresarios. O como comisiones bancarias. O como beneficios por una posición de monopolio en el mercado.

Banqueros, dueños de las grandes corporaciones, políticos profesionales cuyos cargos se garantizan por las “aportaciones” de los primeros a sus campañas electorales, “democráticamente” basadas en carísima propaganda, medios de comunicación infames y manipuladores… Su violencia permanente se presenta como el “orden” y lo “constitucional”. Ellos mismos jalean su propia intocabilidad. Nos explican que el Estado –es decir, su Estado– debe mantener el monopolio de la violencia. Dios en persona les ha concedido ese derecho.

Son gente respetable. Son cariñosos con sus perritos. Incluso van a misa los domingos. Deciden sobre nuestras vidas con total indiferencia. A la corrupción sistemática le llaman habilidad para los negocios. Son “la gente que cuenta”. Los “verdaderos seres humanos”. El mundo está organizado para que se materialice su “santa voluntad”. Y si, por lazos del demonio, se les van las cosas de las manos –por ejemplo, que, cosa improbable, ganara las elecciones quienes no les conviene–, siempre queda la opción del golpe de Estado.

En cambio si a un parado, desahuciado de su casa por un embargo bancario –y que, no obstante, seguirá debiendo la hipoteca al banco–, sin techo y sin comida para sus hijos, se le ocurriera hacer Justicia –de verdad, con mayúsculas– y darle un sopapo al responsable de su situación y la de su familia, sufriría en sus propias carnes toda la violenta represión del Estado, su nombre se convertirá en símbolo de barbarie y de “violencia”. No tendrá donde esconderse. Incluso puede ser procesado por “terrorista” –depende del humor o las amistades del juez de turno–.

No digamos si a los obreros se les ocurre ocupar una fábrica. Ya se sabe: la primera medida de todo gobierno burgués es desarmar al pueblo. O impedir que se arme. Pero también mantenerlo desarmado de ideas. Para eso tienen la televisión, los textos escolares y hasta la Iglesia.

Los grandes capitalistas tienen a su servicio políticos, antidisturbios, militares, jueces, periodistas y prostitutas. Su violencia es implacable. Aterrorizan a cualquiera que imagine siquiera atreverse a desafiarles. Están decididos a mantener su tiranía –lo que llaman su “modo de vida” – a cualquier precio. Las tablas de la Ley se hicieron para su servicio.

Tienen un problema, claro. La tortilla lleva demasiado cocinándose del mismo lado. Y está quemando cada vez a más gente. Cada vez es menos sostenible el tenderete. Lo escribía Benedetti: “qué verde viene la lluvia / qué joven la puntería”. O sea.


independenciaysocialismo@hotmail.com


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Teodoro Santana


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