El suscrito, en “Samán, como un perro atado a una correa”, también publicado en Aporrea y en http://deeligiodamas.blogspot.com/, dijimos “El silencio oficial y el del ex ministro, silenció a la opinión toda y especialmente la chavista que había llegado a admirarle y respetarle. Para parodiar a abogados podríamos decir ante silencio de parte afectada, relevo de pruebas. No hay que darlas.”
El compatriota Evaristo Marcano, considera necesario la presencia dentro del movimiento bolivariano de personajes con su propio peso, como aquel que llegó a alcanzar Eduardo Samán y sugiere el deseo que vuelva por sus fueros aunque piensa que quizás ya sea tarde.
Por supuesto que hacen falta muchos compañeros en actitud crítica y con arraigo en el movimiento popular capaces de producir el balance necesario. Pero también es pertinente, aprovechando el escándalo desatado por Wikileaks y quizás por la embajada gringa, ¡quién sabe!, con fines inconfesables pero nada ocultos, para replantear el asunto de esos laboratorios y el precio de las medicinas.
No hay mal que por bien no venga. Quizás el avispero levantado por el asunto Samán, cuestión que muchos lamentan se haya producido en un momento cuando Chávez toma vuelo en las encuestas, haga que el ex ministro intente en justicia volver a los espacios que antes ocupaba políticamente hablando. Lo que lejos de afectar al proceso revolucionario le beneficiaría.
Pero también es bueno que el “alboroto” obligue a replantearnos un asunto misteriosamente olvidado, pese al enorme daño que hace a los venezolanos de todos los sectores, como el relativo al costo de los medicamentos y las patrañas comerciales de los laboratorios.
En materia de patrañas, citemos un ejemplo típico y cotidiano. El Glafornil, medicamente usado por diabéticos o pacientes a quienes el médico considere prudente recomendarlo, difícilmente se consigue. Lo que obliga a sustituirle por Glucofage. La trampa está en que el primero, con la misma cantidad de pastillas, cuesta cinco o seis veces menos que el segundo.
Quien lamentablemente está obligado a comprar medicinas permanentemente, es el más explotado y abusado de los mortales. Entre la oportunidad de comprar una cajita de alguna medicina y otra, lo que puede ser una simple semana, el precio varía de manera escandalosa. Lo que la primera vez le costó quince bolívares, quince días después puede costarle sesenta. Esa conducta es persistente, sin intervalos ni sosiego. Nadie, ni la prensa escandalosa se ocupa de informar sobre aquello aunque sea con la intención primordial de golpear al gobierno, haciéndole pasar “por el malo de la película”, por estar de por medio los intereses de laboratorios cuyos gerentes procuran no alboroten su avispero.
Ojalá – cuánto me acuerdo de Aquiles Nazoa al escribir esa palabra – el affaire que envuelve a Samán, con perdón suyo por delante, le haga resurgir como el Ave Fénix y recuerde al gobierno la calamidad que significan especulación y abuso de laboratorios y CAVEME, para gran parte de los venezolanos. Si ambas cosas suceden, quienes suelen hacer como los gatos, taparlo todo con tierrita, podrían aprender una conducta nueva y nada penosa.
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