Para sentir admiración por una persona no es necesario que tenga, al pie de la letra, que cumplir con todos los requisitos que el admirador se elabore en su cabeza del admirado. No pocas veces se puede admirar a una persona que no congenia con la ideología o la posición política que uno profese. Por citar un solo ejemplo: Lenin admiró muchísimo al escritor Máximo Gorki aun cuando éste creía en que había que inventar un nuevo Dios para poder construir el socialismo, cosa que parecía al gran líder y estratega de la Revolución Bolchevique o Rusa o de Octubre, un desfase histórico imperdonable en los políticos de su tiempo e, igualmente, de otros tiempos.
Me gusta ver los programas de opinión, sin importar el canal de televisión donde se realicen, para escuchar con atención los criterios o planteamientos sobre diversos o múltiples tópicos y, muy especialmente, de la política expuestos por los entrevistados. Entre los políticos que me han llamado la atención, por su forma de enfrentar a los entrevistadores y por los argumentos a que recurren para defender sus ideas o creencias, está el diputado Calixto Ortega. Nunca, ni siquiera, he logrado ver de cerca a Calixto Ortega. Jamás he cruzado alguna palabra con él por teléfono. Sólo lo he vito y lo he escuchado a través de la televisión. Sin embargo, me parece como si lo conociera personalmente. Me agrada esa serenidad con que se comporta en los programas; su saber escuchar como si lo hubiese aprendido de los primeros dioses que no se entendían porque todos hablaban al mismo tiempo y se convencieron un día que mientras uno hablaba los otros debían escuchar para poder entenderse lo unos con los otros; y su manera de hilar los conocimientos o argumentos para rebatir los acosos de los periodistas que buscan sacarlo de quicio para que caiga en la descalificación de sus adversarios. Posee un estilo comedido para dar sus respuestas, no se rebusca en palabras vacías o vagas para lanzar improperios cuando otros no entran en razón o no respetan a sus contrincantes. Mide bien sus exposiciones y nunca se niega a reconocer los puntos o rayas donde cree existen errores en las filas donde activa luchando por la doctrina que le ilumina su cabeza.
Calixto Ortega, a mi juicio y nadie tiene derecho a ofenderse porque con ello no ando descalificando a ningún otro dirigente de ninguna tendencia política o ideológica, es un político que calcula con gran exactitud la ley de la dialéctica que debe acompañarle ante cada concepto que esgrime para defender su ideal. Que fue de la Juventud Revolucionaria Copeyana en su época de estudiante universitario y actualmente convicto y confeso socialista, no tiene nadie porque sacarle punta a ese lápiz para cuestionarlo. Hubo un tiempo que debe volver, en que los universitarios debatían sus ideas y las defendían con la palabra, el argumento y la pasión viva de lealtad en las aulas y los espacios públicos de las universidades y, por otras exigencias de otras circunstancias concretas de tiempo y lugar, si tenían que hacerlo a través de otros medios, donde reina el peligro y se juega la vida, lo hacían con mucha valentía y convicción. Sin embargo, en la actualidad venezolana y entre los grandes logros democráticos y políticos del proceso bolivariano, es que gozamos de todas las prerrogativas para exponer y defender públicamente –cada quien en lo particular y cada grupo en lo general- la doctrina o teoría que es de su mayor agrado y por la cual luchan para que goce de supremacía en la sociedad.
He visto y he escuchado al camarada Calixto Ortega en varios programas de televisión. Unas veces, al lado de sus adversarios y, en otras, solo. Nunca, especialmente en los primeros, se ha alterado o se ha dejado conducir por la ira que –por cierto- es casi siempre muy mala consejera en la política tanto como el odio individual. Escucha con atención a sus adversarios y éstos así lo han reconocido. No tira patadas de ahogado buscando su salvación en una pronunciación de un concepto equivocado o una palabra mal pronunciada que salga por la boca de alguno de sus opositores. Calixto va a las categorías históricas –para usarlas en defensa de sus creencias- como va el pescador a lanzar su atarraya justo en el lugar donde pescar peces no crea desequilibrio ecológico en el río. Y lo que es muy importante, jamás se burla de sus enemigos, porque sabe que en la diversidad o choque de opiniones hay una fuerza creadora para quien mejor asimile los conocimientos más avanzados del momento.
Calixto Ortega es gentilmente respetuoso con sus adversarios. No ofende ni con sus miradas, ni con sus manos ni con sus palabras. Si el periodista que lo entrevista le rompe, por interrupción, el desarrollo dialéctico y armónico de sus repuestas, de su derecho de palabra, no se desvía del cauce y cuando vuelve a entrar con su palabra lo hace siguiendo fielmente la idea que antes exponía y que le fue interrumpida sin su consentimiento. Calixto sabe que el periodismo polémico e incisivo es así y busca sacar al entrevistado de sus canales para llevarlo, justo, al abismo en que lo vuelve añicos. Por eso no se deja arrebatar su paciencia, su cordura y su tolerancia necesaria con argumentos provocadores ni con elaboraciones premeditadas para tal finalidad. Por lo demás, creo que el camarada Calixto Ortega es un político bien preparado, con un importantísimo nivel de conocimientos y, además, convencido de que la historia del género humano no es el resultado de las voluntades de las personas sino un complejo de hechos, fenómenos, grupos, clases, organizaciones políticas o sociales y personajes que luchan entre sí por establecer el imperio de un ideal al servicio de la masa social que enarbolan como la esencia de su pensamiento.
Nadie crea que ando buscando una entrevista o un favor de parte del camarada Calixto Ortega. No lo necesito ni tampoco se lo pediría. Simplemente, estoy reconociendo a Calixto lo que es de Ortega y punto. Se trata de una admiración personal muy especial, porque, lo digo con la mayor franqueza, tratándose de diputados de la izquierda, admiro a Fernando Soto Rojas, a Orángel López (militantes revolucionarios de toda la vida que conozco en lo personal) pero, igualmente, entre otros, admiro a Giovanni Peña, Diógenes Andrade, Oscar Figueras, Edgar Lucena, Guido Ochoa, Manuel Villalba, Marelys Pérez, el gordo Serpa y otros como, asimismo, siento respeto por todos los diputados y diputadas de la Asamblea Nacional y del Parlatino sin distingo de ninguna naturaleza aunque con unos cuantos no tengo ninguna similitud política o ideológica y, más bien, haya que combatirlos.