Quizás como en ninguna otra ocasión anterior ha estado tan dramáticamente en juego el destino del país y de quienes en él habitan. En las próximas elecciones van a participar dos tipos o modelos de sociedades. Por una parte, el representado por Chávez, o sea, el de la justicia social, la democracia e independencia política, el progreso económico y demás conquistas logradas durante su gobierno. Y por la otra, el neoliberal, cuyo máximo exponente, en estos momentos, es Capriles Radonski. Este modelo, como se sabe, se distingue por ser un sistema basado en el libre mercado, esto es, por la liberación de precios, la congelación de salarios, la eliminación de las jubilaciones y pensiones. Pero además de eso, por la eliminación de la seguridad social, por la privatización de todos los servicios, incluyendo la educación, la salud y PDVSA, por el restablecimiento de la libertad cambiaria, que dejaría al país sin un solo dólar con el cual financiar las importaciones de alimentos y medicinas, por el aumento del IVA y por el aumento de todos los impuestos, tanto los directos como los indirectos, supresión de la institucionalidad democrática, etc. Vale decir, por una serie de medidas tan catastróficas, que son las que han sumido a los pueblos de Europa y al de los Estados Unidos en la más espantosa tragedia.
En un gobierno neoliberal con el que nos está amenazando el inédito gobernador de Miranda, las tarifa de todos los servicios, que en estos momentos se encuentran congelados, como las del agua, la luz y la gasolina, aumentarían cada vez que a sus dueños privados se les ocurriera aumentar las ganancias. Y lo peor es que no se podría hacer nada para proteger a los indefensos usuarios, porque el Estado, que es el único que podría intervenir para evitar los groseros desmanes de los especuladores, lo habrán desaparecido o al menos inhabilitado para realizar esta función de protección de las familias y las personas.
Por otra parte, los especuladores financieros, inescrupulosos como son, promoverían, por las mismas razones que impulsarían a los especuladores a elevar todos los precios, la devaluación del bolívar, que en la práctica constituye la más aberrante forma de atentar contra el salario real de los trabajadores. En este sentido, en la práctica la devaluación no es otra cosa que una rebaja general de salarios y un aumento también general de precios. Al respecto, es bueno recordar que durante los gobiernos de la cuarta República, y especialmente a partir del Viernes Negro, las devaluaciones proliferaron de tal manera, tanto constituyeron el pan nuestro de cada día, que en el gobierno de Caldera se llegaron a decretar dos devaluaciones en un mismo año. Una de ellas, según dijeron con la mayor desfachatez, y que por equivocación. Entre quienes dijeron esto estuvo, cuando no, el inefable Teodoro Petkoff, que fue el que con mayor entusiasmo promovió estas medidas que atentaron contra el poder adquisitivo de la moneda venezolana y contra el estómago de los venezolanos. Estos maleantes, según dijeron, repito, se equivocaron al decretar la devaluación, pero no lo hicieron al momento de recoger los suculentos beneficios derivados de esta funesta agresión contra el país y sus habitantes –se despacharon y se dieron el vuelto-.
Ahora, si se piensa en los tremendos desajustes, trastornos y perjuicios que una medida de ese tipo provoca en las actividades económicas, en el desorden que se produce especialmente en lo relativo a los precios, los cuales generalmente se ven incrementados sin ningún control, se podrá imaginar el grado de irresponsabilidad que caracteriza a estos gobiernos degenerados y la poca importancia que para ellos tiene la población, que es la única en sufrir las funestas consecuencias de sus delitos y desaciertos. Al señor Petkoff Maleado, no se le ha pedido ni hecho rendir cuentas sobre el tremendo daño que su gobierno, el gobierno de Caldera, que también fue el suyo, le causó a la gente de este país.
Sin embargo, eso no puede impedir que en cualquier momento la justicia vuelva por sus fueros y le haga pagar sus incalificables fechorías, le haga pagar las terribles tribulaciones y padecimientos que, por su culpa, tuvo que sufrir nuestro pueblo. Ese es mi más ferviente deseo, porque un sujeto tan despreciable como el desvergonzado dueño de Tal Cual, no puede atentar contra el bienestar de todos los venezolanos e irse tranquilamente con la cabuya en la pata, como si no hubiera hecho nada. Por eso, algún día este rufián, antes de estirar la pata -de lo cual no está muy lejos-, tendrá que rendir cuenta ante el supremo tribunal de la opinión pública. Aunque creo que, los errores graves cometidos en función de gobierno, acarrean responsabilidades susceptibles de ser enjuiciados administrativa o penalmente.
En mi artículo Radonski, J.C. Caldera y la delincuencia electoral, sostenemos que el delito de Caldera y de aquellos sujetos para los cuales trabaja, consiste, no tanto en haber recibido el dinero que le entregaron para la campaña del Majunche, como por haber violado flagrantemente la ley que regula la materia electoral; como por haber tratado mañosamente de eludir la función fiscalizadora que, en relación con las donaciones y contribuciones, le corresponde ejercer al CNE. Pero es que eso no es todo tampoco, porque unos tipejos tan duchos en la actividad delictiva no se podían conformar con cometer un solo delito y aparejado con el primero cometieron otro: el de estafa. En efecto, estafaron al empresario, le sacaron una rialamentazón y al final no le cumplieron con lo que le habían prometido. Por eso es que el empresario, indignado por la burla de la que había sido objeto, ordenó, no sólo grabar el momento de la entrega del dinero sino que también hizo que esa grabación se la hicieran llegar a algún diputado de la asamblea Nacional.
Desde luego que en esto el empresario también violó la ley. Sin embargo, en su descargo podría decirse que ignoraba que lo que hacía estaba legalmente prohibido. Y aunque como dice el aforismo “la ignorancia de la ley no exculpa su cumplimiento”, es indudable que, sin intención, él infringió la norma, por lo cual debe sufrir algún tipo de sanción. Pero pese a esto, que bueno sería que este señor se apareciera en la Asamblea y, en calidad de testigo de excepción, echara el cuento completo, ¿verdad? Claro, la sanción podría ser un impedimento para que ocurriera tal cosa. Sin embargo, si se le otorgara algún beneficio, como una pequeña multa o algo por el estilo, quizás se podría convencer para que, con el fin de reivindicar su nombre, hiciera lo que hemos dicho. Es indudable que el país se lo agradecería enormemente, pues ello contribuiría a sanear una actividad que, como la política, la han prostituido enormemente.
EL IDIOMA: Constituye ya como una especie de enfermedad endémica el mal uso que a diario se observa de nuestra lengua. Y lo peor del caso es que al parecer no existe el correctivo que permita, si no ponerle fin a esta preocupante situación, por lo menos hacerla menos peligrosa y virulenta. Y no es que las víctimas del mal sean sólo personas sin estudios, a quienes debido a ese solo hecho no se podrían culpar por la forma tan defectuosa de expresarse, sino que contaminados por el mismo virus se encuentran también otras de una sobresaliente e indudable formación académica, muchas de las cuales, valga la aclaratoria, copan a diario todos los medios de comunicación, tanto escritos como radioeléctricos.
En este sentido, es realmente notorio, por no decir escandaloso, la forma como un comentarista político , conductor de un programa vespertino de televisión y con yo no sé con cuantos títulos universitarios, utiliza el verbo recordar. Éste, como se sabe, o debe saberse, no es un verbo pronominal. Lo que quiere decir que no necesita de ningún pronombre para expresar lo que con él se quiere decir: “yo recuerdo mucho a mi primera novia”, y no “yo me recuerdo mucho…” “recuerden lo que les dije”, y no “recuérdense lo que…” “recuerda que mañana viene la invitada”, y no “recuérdate que mañana…”. Lo contrario ocurre con el verbo “acordarse” con el mismo significado de “recordar”. “Yo me acuerdo mucho de mis viejos amigos”. “Acuérdense que deben venir mañana”, “Acuérdate de regresar los libros”, etc. Lo malo de estos señores es que al señalárseles los errores, en lugar de rectificar, se emperran más en los mismos. Menos mal que uno tiene el recurso de cambiar de canal.
Otro tema que para muchos representa un dolor de cabeza lo constituye la utilización de la preposición “de” delante de la partícula “que”. Y al no saber cuando debe utilizarse, entonces para evitar caer en el “dequeísmo” proceden a omitirla, no sabiendo que con esto también pueden incurrir en error. De esto nos habla Gladys Seara, periodista de una emisora radial de la capital en una reciente nota aparecida en esta página. Esta periodista, en una parte del su texto, nos dice lo siguiente: “…El primero consiste en la omisión de la preposición “de” ante la conjunción “que”. Aquí lamentablemente la fablistana se equivoca, porque como debió decir fue “delante de la conjugación” y no “ante la conjugación”.
Y por último, tenemos a una periodista que conduce un programa de opinión en VTV en horas de la noche. Esta señora, en una accidentada entrevista –como todas las suyas- realizada recientemente a un diputado de la Asamblea Nacional, dijo “exhortación”, palabra que, en virtud del tema que se estaba tratando, constituyó un reverendo disparate. Y eso, porque lo que correspondía decir era “exhorto”. Total, que en materia del habla vamos palo abajo.
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