En el programa La hojilla del miércoles pasado Mario Silva informó que alguien en el exterior le había solicitado a algunos amigos de nuestra capital unas postales de Caracas, pero insistían que en las mismas no debían aparecer los ranchitos; esos que como unos vergonzantes emblemas caracterizan la otrora sultana del Ávila”. En seguida el conductor del programa montó en cólera y se puso a barbotar, como es su característica, insultos y ofensas contra los que hacían esa solicitud. Y lo hacía diciendo que la mima, la solicitud, era la expresión del odio que la derecha siente por el pueblo venezolano.
Aparte de que es innegable el odio mortal que los sectores acomodados sienten por los estratos humildes de nuestra población, nada en la mencionada comunicación permitía establecer la tendencia política ni la extracción social de los peticionarios. Sin embargo, Mario, inexplicablemente, asoció la mención de “los ranchitos” con el odio al que nos hemos referido en el párrafo anterior. Se enojó porque él interpretó aquel desdén por los ranchos como un insulto a sus habitantes. Es decir, que para él, para el conductor de La hojilla, los ranchos y sus habitantes son la misma cosa y denigrar de esos tugurios infectos es ofender y vilipendiar también a quien en ellos por desgracia habitan.
Al respeto quiero decir que si yo hubiera sido el que pidiera esas postales, por supuesto que hubiera hecho exactamente lo mismo. Habría solicitado estampas de las Gran Sabana, Canaima, en fin, vistas mucho más dignas y edificantes, pero jamás unos espectáculos tan deprimentes y bochornosos como que el que ofrecen esos miserables rancheríos con los que los gobierno delincuentes de la 4ta. sembraron todo el país. Y eso, porque hay una razón muy sencilla que al parecer Mario increíblemente ignora o le cuesta entender, que es lo más probable. Y es que el rancho es la oprobiosa síntesis de todo lo malo y perverso que pueden sufrir los habitantes de una sociedad: hambre, miseria, desnutrición, insalubridad, delincuencia, hacinamiento, promiscuidad etc. De allí que quienes más detesten esos asquerosos tugurios sean los mismos que los habitan.
Mario y los curas:
Ahora resulta que para Mario los curas de la oposición que como unos sementales se ponen a engendras hijos en cuanta mujer se les pone por delante con la promesa de concederles el perdón de sus pecados y la gloria eterna, son, según este personaje de nuestra farándula política, unos depravados vagabundos. Pero si quienes hacen lo mismo son partidarios o simpatizantes del movimiento popular latinoamericano entonces no son unos depravados vagabundos sino simplemente unos hombres.
La verdad es que este problema de los curas fornicadores-valga el término y no otro- es tan antiguo como la iglesia misma, pues jamás estos sujetos han respetado los votos de pobreza y castidad que hacen para poderse ordenar de sacerdotes y ejercer así la “profesión”; es decir, suministrar los sacramentos del bautismo, la comunión, la confesión, la bendición del matrimonio, entre otras actividades religiosas cada vez más lucrativas, por cierto Pero cuando el abuso sexual de estos señores alcanzó su máxima expresión fue a partir del siglo XVI y, especialmente, durante los papados de Julio II, el Papa Guerrero, y Alejandro VI, Rodríguez de Borgia. Con estos sujetos y con otros que vinieron después de ellos, la depravación sexual de la iglesia católica alcanzó niveles de apoteosis, fue cuando todos los delitos relacionados con el sexo como el incesto, estupro, adulterio, violación y demás aberraciones alcanzaron su máximo esplendor, cuando más en vigencia estuvieron.
Este último Papa, por ejemplo, un verdadero rufián, como casi todos, tuvo tres hijos. Juan, César y la puta más famosa que ha dado la humanidad, Lucrecia Borgia, quien no sólo se acostaba con su hermano César sino también, como lo reconoció el mismo Papa, con su padre, o sea, con él mismo. Es más, en víspera de su segundo matrimonio, tuvo un hijo. Al principio se lo quisieron encasquetar a un pobre pendejo que le llevaba la correspondencia del padre mientras ella, Lucrecia, se encontraba en un monasterio. Pero la verdad es que el bastardo era hijo de su hermano César que a la sazón ostentaba los títulos de Cardenal y duque de una región de Italia concedida por su incestuoso y depravado padre. Y para terminar con esta joya pontificia, hay que subrayar que fue tan vagabundo, que debido a su desaforadas ansias de poder y dinero, se puso a vender indulgencias plenarias, lo que le permitiría a sus compradores librarse de unos cuantos años en el purgatorio. Y algunos, dependiendo del monto de la compra, hasta podían ir directamente ir al cielo, sin importar lo bandido que hayan podido ser ni los horrendos delitos que hayan podido cometer en la tierra. Hay que aclarar también que fue toda esta depravación de la iglesia católica, que había convertido a San Pedro prácticamente en un lupanar, lo que produjo el cisma de la iglesia conocido como la reforma protestante protagonizada por Martín Lutero, y que dio lugar a su vez al nacimiento de otra mafia tan inescrupulosa como la católica. Porque hay que decirlo, todas, todas las religiones son iguales, puesto que se basan en el engaño y la mentira.
Pero no sea crea el lector que estas orgías y desenfrenos sexuales tenían únicamente por escenario el Vaticano. También ocurrían en las tenebrosas mazmorras donde la inquisición tenía presas a mujeres más o menos jóvenes y atractivas acusadas de herejía. A estas pobres mujeres, muchas de ellas apenas salidas de la adolescencia, las mantenían encerradas desnudas en estrechas e inmunda celdas, sin más compañía que ratas y otras asquerosas alimañas. Hasta allí llegaban los inquisidores para interrogarlas y, de paso, para no perder el viaje, se las echaban al pico. Así nacieron infinidad de criaturas que nadie sabe a donde fueron a parar y que ni siquiera pudieron conocer a sus infelices madres, ya que éstas, indefectiblemente, iban a parar a la hoguera. Le arrancaban a las víctimas, mediante horrendas torturas, la confesión de delitos que no habían cometido, y luego, basados en esas confesiones obtenidas así, el” santo oficio” las enviaba a la hoguera. En relación con estos espantosos crímenes, sería conveniente que quienes no conozcan lo que en la iglesia se conocía con el nombre de ordalía o juicio de Dios, traten de averiguarlo, y si es a través de una enciclopedia, pues mucho mejor. También les sugiero consultar acerca de quien fue la Papisa Juana y la silla gestatoria.
Pero regresando a Mario, como hemos visto, trata de justificar los desvaríos sexuales del presidente de Paraguay Fernando Lugo, alegando que es un hombre. Lo cual no significa otra cosa que avalar que los curas, faltando a sus votos de castidad, se pongan a tener hijos por donde quiera y al mismo tiempo hacerse pasar por ministros de Dios. Esto, en pocas palabras, se llama fariseísmo, y los revolucionarios ni son farsantes ni mucho menos oportunistas. No, Lugo, en este sentido, lamentablemente no tiene perdón. Y no lo tiene, por lo siguiente: por una parte, porque si le gustaban las mujeres y lo que se puede hacer sexualmente con ellas, lo honrado en este caso hubiera sido abandonar la sotana y ponerse a actuar como un hombre normal y corriente. Por otra parte, porque cuando una persona se decide a confesarle cosas íntimas a un cura, es porque lo considera un ser puro y de una moral intachable, incapaz de una felonía como la comentada. Y al haber hecho lo que hizo, no fue ninguna de las dos cosas, por lo que, como mínimo, le mintió y engañó a sus feligreses.
Ahora, el problema no son los hijos del ex-presidente Lugo. Este asunto le compete exclusivamente al pueblo paraguayo, y ya este se pronunció designándolo Presidente de su país. De manera que el verdadero problema consiste en el golpe de estado que se perpetró contra él; un golpe de estado que se produjo siguiendo el mismo formato utilizado en el golpe del 11 de Abril en nuestro país y que tantas vidas inocentes costó. Es esto lo que Mario le debió responder al expulsado embajador de Panamá y no lo hizo.
A José Vicente, en el discurso pronunciado con motivo del 23 de enero, se le olvidó mencionar que los crápulas del documento donde acusan al gobierno de estar violando la Constitución, son los mismos degenerados que el 12 A aclamaron en Miraflores al dictador Pedro Estanga y aplaudieron rabiosamente el decreto que derogaba la Constitución que hoy hipócritamente dicen defender. Pobres pendejos, no les da pena que ni los muchachos los toman en cuenta..
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