Curiosamente la coyuntura actual parece promover el reencuentro entre venezolanos y venezolanas. La violencia, las nuevas medidas económicas y el manejo que de ello han realizado los medios, han despertado en la ciudadanía la percepción de peligro, riesgo y la presunción de que “algo malo puede suceder”. Ocurre el reencuentro en torno al miedo, suerte de “perturbación del ánimo por un mal que amenaza”, ya sea real o no.
El caso Spear-Berry unifica al país en la condena al crimen y la violencia. Como primera reacción, el gobierno coloca a la TV privada, concretamente a las telenovelas, en el banquillo de los acusados. Se desempolva la Ley Resorte, se llama al botón a propietarios y directivos de cableras y canales privados. Se designa a un nuevo Director de TVes, quien se apresura a declarar que “el objetivo en el canal, es ponerlo a producir, “novelas, magazines, programas de comedia… convertirlo en un canal competitivo como los… que tenemos en nuestro país…”
Expertos y estudiosos cuestionan la estrategia y ofrecen argumentos en torno a la influencia real que ejercerían los medios en el comportamiento de la ciudadanía y en la percepción de la inseguridad y el miedo. Coinciden en la necesidad de definir políticas y agendas sobre el papel de los diversos actores en la representación mediática de la violencia e inseguridad. Se convoca a marchas por la paz y la vida que gozan del apoyo de la ciudadanía. En un segundo momento, recrudece la politización del tema y el manejo del miedo en los medios. “Expertos de la comunicación” apuntan al supuesto villano e “Instan al Ejecutivo a fomentar cultura de la paz”. Se acusa al discurso oficial de realizar el “trabajo del odio” señalando que “quien predica el odio y enseña a odiar es un sembrador de criminales; y cuanto mas encumbrado el predicador mas criminal la prédica”.
Las nuevas medidas económicas despiertan una reacción negativa y son interpretadas mayoritariamente como una devaluación. Los sectores medios reaccionan fuertemente en contra de la “desafortunada medida”. Sentimientos de rabia, miedo y desesperanza unifican ante una suerte de castigo en la que pagan justos por raspacupos y quedan impune los reales culpables: las empresas de maletín. Emerge fuertemente la bandera de la corrupción e impunidad y los medios de oposición se abocan a la construcción de escenarios de inseguridad económica.