No tengo idea de lo que Winston Vallenilla tiene en su mente, pero lo cierto de todo, es que hoy esa planta de televisión muestra chabacanería, el mal gusto, la escandalosa gritería de las televisoras privadas, un canal como Tves que, si se quiere, poco a poco, ha estado buscando su propia definición por el área deportiva.
El problema no es Winston Vallenilla, él viene de la escuela de la mala televisión que trajeron los cubanos antirrevolucionarios a Venezuela, que es esa televisión florida en el sentido del espectáculo, los gritos, las payasadas y el uso y/o apropiación del público presente en algunos espectáculos para revalidar las tonterías de sus programas. Esa es una vieja televisión, siempre imitativa con muchos nexos en Estados Unidos, especialmente en La Florida.
El problema de la televisión venezolana, la del Estado, no es algo nuevo, pues siempre por una u otra razón su contenido es desvirtuado. Siempre están nombrando ministros, presidentes, directores, jefes, de acuerdo a ópticas o visiones poco claras, no razonadas ni argumentadas, sino que colocan a un individuo en un cargo y este a su vez, se lleva a sus amigos y a los que aparentan serlo o a sujetos que se dicen camaradas, aunque no lo sean y luego cambian y/o despiden a los que tenían los cargos anteriormente, sin pensar en la profesionalidad que les caracteriza.
Eso siempre lo hemos visto, desde que comenzamos a trabajar.
Eso de caerle a palos a la piñata es una vieja herencia de Acción Democrática y Copei, que tiene décadas y de la cual no ha podido desprenderse, todavía, la revolución bolivariana en Venezuela.
En las emisoras de imagen del Estado, -desde hace 15 años revolucionarios- que se sepa, nadie se ha sentado en una mesa con un buen grupo de profesionales vinculados a las áreas de la comunicación, el
teatro, el cine, la música, la fotografía, el arte, la psicología, la sociología y hasta la filosofía para conversar sobre cómo hacer una mejor televisión.
Eso no ha ocurrido. La participación en la comunicación audiovisual no ha ocurrido todavía.
A las televisoras del Estado llegan personas a decidir lo que a ellos se les ocurre, lo que les parece que es televisión, pero nada mas. La cuestión es tanto así que, hasta el día de hoy, nadie ha ideado cómo hacer una televisión nueva, distinta, sino que sigue el mismo cliché de las noticias, promociones, de vuelta a las noticias, un programita por acá, promociones, repetición de promociones, repetición de cómo lo hago y de su importancia, programas especiales, cobertura de esto y lo otro y volver a repetir las noticias y eso tienen que reconocerlo.
Nunca hemos visto, por ejemplo, que una emisora de televisión inicie en las mañanas de otra manera. No hay maneras.
¡Están incapacitados!
Pero, reitero, es la misma televisión, es decir, un lapso de 24 horas dividido en segmentos de tiempos menores y con unos individuos que gritan a mas no poder, mientras en casa debemos acudir –afortunadamente, ¡y Gracias por existir!, a los controles para disminuir el volumen cuyos responsables se venden como ingenieros de sonido (desconozco si existe la carrera en nuestras universidades), pero que en el fondo lo que hacen es mover una pieza para subir estruendosamente el volumen de lo que es transmitido.
¡Eso es a diario y a cada instante!
Y no hablamos de contenido, porque allí si es verdad que la cagan los pájaros, porque la televisión privada es banal, estéticamente pobre, vendedora de cuerpos, de falsedades, frivolidad, sexo a granel, payasos que dicen ser humoristas, tipos que estudiaron una carrera cultural en una universidad y se venden como humorista de alto intelecto y, por supuesto, con contenidos dirigidos a manipular y las televisoras del Estado no han podido, todavía, hacer una mejor televisión, solo siguen los viejos patrones de los cubanos antirrevolucionarios.
Si la revolución es un colectivo, entonces todas las instituciones hijas de la revolución deben ser un colectivo, en el cual todos opinen, digan, expresen, se equivoquen o no. La revolución socialista como la que está siendo desarrollada en Venezuela debe ser colectiva, participativa y totalmente horizontal.
Cuando escuché y vi en el Canal 8, este jueves, a Roberto Messuti defender lo que estaban haciendo en Tves, no me cupo la menor duda de que lo que escrito líneas arriba es la propia realidad.
Messuti defendía el derecho a competir. ¡Que ellos tenían que luchar con las mismas armas de los canales privados! ¿Quién ha dicho que la revolución compite? ¿De dónde sacó ese señor eso?
Inmediatamente comprendí las razones de la gritería grosera que emplean contra la propia Tves, cuando da a entender que siguiendo el modelo de la televisión privada –que reiteramos es mala- habían amentado el rating.
Yo lo lamento bastante, pero eso nada tiene que ver con una revolución y por eso pido que se convoque una gran mesa de trabajo, donde estén los mas diversos profesionales que tienen que ver con la información, la imagen, el color y el sonido, para que emitan su opinión constructiva hacia una televisión de calidad.