La oposición obsesa vive inventándose matrices de opinión que desecha con la misma ligereza con que las crea. Las abandona porque no cuajan y no cuajan porque son inventos. Un día se le ocurre que en el país existe una atroz dictadura y convoca a todo el país a luchar contra esa “realidad”. A las pocas semanas, cuando la cosa le resulta demasiado desproporcionada, corrige que se trata de una “dictadura en ciernes” o de un gobierno con “vocación dictatorial” y, por supuesto, cambia su estrategia para luchar, ya no contra algo que es, sino contra una cosa que puede llegar a ser, contra una vocación. El opositor de base se cansa, deserta, se convierte en ni-ni o salta la talanquera de allá para acá.
Durante un tiempo, esa oposición infofrénica acarició la idea de la “pesadilla”. Teóricos, columnistas, publicistas y caricaturistas convocaban a salir de esa cosa, de esa suerte de dimensión desconocida. Desde hoteles cinco estrellas o desde Miami o Madrid anunciaban medidas para salir de la tal pesadilla. Los programas de televisión y radio se llenaban de políticos, académicos e intelectuales que conceptualizaban la pesadilla, la caracterizaban y definían científicamente. Sin ton ni son, un día cualquiera guindaban de un viejo gancho de ropa la pesadilla y dejaban de hablar de ella. El opositor de base sólo atinaba a decir; ¡Ah, pues!
Desde 1999 vienen anunciando el cierre, por parte del “rrrégimen”, de los medios de comunicación. Lo gritan aquí y lo denuncian en la OEA, la SIP, la NBA o la FIFA. Casi se ganan el Guaicaipuro de Oro con la canción de que en Venezuela no existe libertad de expresión, cantaleta que expresan abiertamente por los abiertos medios de comunicación. El opositor de base apaga el aparato para, apagado éste, darle algo de certeza y verosimilitud a lo que se le dice y quisiera creer pero no cree.
La insufrible crisis económica, la megainflación de tres dígitos, el asilamiento internacional, la improductividad petrolera, son otras tantas matrices de opinión que han inventado y desechado como quien cambia de chaqueta o escupe un palillo. No están obligados a dar explicación a nadie. Su última creación es el expediente del miedo. Según su diagnóstico, todo el mundo está muerto de miedo en el país. La otra noche oí a una urraca socióloga decir por televisión que el miedo tiene paralizada a la patria. La entrevistadora la interrumpió para ir a comerciales y el canal, sin atenuantes, se lanzó con la cuña de una playa donde exuberantes chicas en bikini gozaban una y parte de otra. ¿Y entonces? ¿Se puede rumbear eróticamente con miedo? ¿Sí o no?
Cuando tú montas una matriz de opinión sobre el expediente del miedo, has de trazar una estrategia en función de ese sentimiento. Si en la realidad ocurre otra cosa y la gente anda por los atiborrados centros comerciales, las repletas concesionarias de vehículos o las playas full de bellas chicas, la estrategia se te cae. Esta posibilidad les provoca miedo a los publicistas opositores, pero resulta inevitable. Es entonces cuando salen con que en verdad no existe la tal epidemia de miedo, pero la gente empieza a temer -advierten- que llegue a ocurrir. Al opositor de base le sobreviene entonces una incontrolable tembladera, no ya de miedo, sino de calentera por sentir que le tomen por estúpido, o lo que es peor todavía, por un estúpido miedoso.