Un canciller alemán dijo un 4 de agosto de 1914, lo siguiente y es una gran verdad: "La necesidad no reconoce ley". ¿Qué es necesidad para la oligarquía y qué es para el pueblo o para la mayoría de la humanidad? Para la primera, es necesidad de dominar el mundo, de mantener su hegemonía, de imponer sumisión a otros pueblos para explotarlos y oprimirlos, de gozar y disfrutar las perversidades de la globalización del capitalismo imperialista salvaje; para los segundos, es necesidad de lograr justicia y libertad, alegría y vida, ternura y solidaridad entre los pueblos.
Todos los días, en el mundo entero, se escuchan los alaridos sobre libertad de expresión.
Es el desayuno, almuerzo y cena de todo ser pensante. Los grandes
medios de comunicación, pertenecientes a la propiedad privada, enfilan
sus baterías contra cualquier ente que intente regular o proteger el
derecho que tiene la sociedad a ser informada verazmente. La oligarquía
justifica su opinión o juicio contra los que le solicitan libertad de
expresión, con el mismo argumento con que justifica una revolución sus
medidas contra los medios de comunicación enemigos: para conservar la supremacía de la información veraz. De allí la necesidad que el deber se corresponda con el derecho, pero de verdad verdad.
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Los medios de comunicación están considerados como el cuarto poder y es
así. Napoleón decía que unos pocos, creo cinco, periódicos hostiles
como enemigos hacen más daño que cien mil hombres en un campo de
batalla. Bolívar tenía a la prensa en alto concepto por sus diversas
funciones en la sociedad y, sobre todo, como estimulador de ideas o de
una causa social. Los revolucionarios no deben considerarse menos que
los reaccionarios en cuanto al criterio sobre el papel (especialmente
político e ideológico) que juegan los medios de comunicación social. En
eso no hay que dejarse sacar ventaja, por lo menos en teoría, en la
concepción que el cuarto poder contribuye, positiva o negativamente,
para el desarrollo de una causa o un proceso social.
Un
medio de comunicación no es sólo un propagandista y un agitador
colectivo, es igualmente un organizador colectivo por una causa contra
otra causa. Este es un principio válido para una revolución como para
una contrarrevolución. Partamos de esta gran verdad: los más grandes y
poderosos monopolios que concentran, controlan, dirigen y distribuyen
los más reconocidos y prestigiosos medios de la comunicación social no
son para la información veraz, sino para la desinformación intencional
y premeditada; no para crear conciencia y conocimientos, sino para
fecundar la ignorancia y la desmemoria; no como instrumentos de la
verdad, sino como recurso de la mentira para la esclavización
espiritual del hombre y que no se percate ni preocupe por las
realidades del mundo donde se desenvuelve y es víctima de los
explotadores y opresores.
¿Es eso mentira?
Veamos si es cierto o no: los más grandes monopolios de la comunicación
social del planeta, que no pasan de diez, emiten alrededor de unos 100
millones de palabras por día, de las cuales el 90% va destinado a la
desinformación y el engaño; un 6% a generar dudas; un 3% a las verdades
a medias que terminan siendo muy peligrosas; y 1% para decir algunas
verdades que resultan ser las menos significativas del acontecer del
mundo. Esta es la verdad verdadera.
Trotsky decía: "La
prensa, que no tolera que haya el menor vacío en sus informaciones, no
escatima nada para colmarlas. Para que la simiente no se pierda, la
naturaleza se encarga de desparramarla pródigamente a los cuatro
vientos. La prensa procede de un modo parecido. Coge todos los rumores
que encuentra al paso y los echa al aire, aumentados en tres y cinco
veces. Y para que se confirme una información veraz, hay cientos y
miles de noticias que mueren en flor. A veces, pasan unos cuantos años
hasta que la confirmación llega. Y se dan también los casos en que el
momento de la verdad no llega nunca".
Una
revolución que llega al poder por la violencia revolucionaria,
contrario a lo que ha respetado el proceso bolivariano, suprimiría de
un solo plumazo los medios de comunicación contrarrevolucionarios en su
interior al mismo tiempo que haría todo por aplastar todos los focos de
resistencia o posiciones fortificadas de la contrarrevolución. Le
destruiría sus depósitos, sus comunicaciones, sus servicios de
espionaje. Los intereses de una revolución, en este momento contra el
capitalismo, (lo demostró antes la revolución
burguesa contra el absolutismo feudal y la inquisición de la iglesia),
no es una cosa de matices ni juego de niños haciendo su guerra de paz
con soldados de golosinas. Muchas veces el pedagogo no se percata de
los acontecimientos que están detrás de sus palabras moderadas de
filantropía academicista.
El
sagrado derecho a la libertad de expresión, para los poderosos medios
de la comunicación social, es lo siguiente: mentir con alevosía y
premeditación; engañar a propósito para que caiga la víctima en su
trampa; desmemoriar para que haya olvido; alimentar la ignorancia para
que el pueblo carezca de memoria y de conocimiento. Su finalidad no es
otra que crear conciencia de resignación en el pueblo ante el capital y
su sistema político e ideológico de gobernar.
¿Qué es libertad real de expresión: mentir ex profeso para engañar o
decir la verdad para no dejarse engañar; emitir desinformación para
germinar ignorancia y sumisión o enseñar ideas de justicia social? Cada
quien responda como lo crea conveniente. Cierto es que la libertad de
expresión no excluye la mentira, la disidencia, la contrariedad de
opiniones, porque precisamente es la libertad de decir las cosas que se
piensan y como se quieran decir, pero no es para injuriar, humillar,
denigrar o desinformar a otros basándose en la impunidad de la santa "libertad de expresión". ¡Allí está el quid
de la cuestión!
La oligarquía, cuando cree simplemente que algo le va afectar sus intereses y sin
que nada que refleje seriamente que serán perjudicados, de inmediato
pela por su Biblia, aunque en el fondo de su alma crea que Dios ya no
tiene poder para ayudarla porque el Diablo se ha hecho de mucho poder
en la tierra, y recurre a sus violentos reclamos del respeto incondicional a su sagrada libertad de expresión, que no es otra que: el más absoluto respeto a la sagrada propiedad privada para gozar de su inviolable derecho de mentir, engañar y desinformar para
mejor gobernar.
Es
bueno tener claridad que el medio de comunicación no es el arma de una
sociedad abstracta, sino que representa dos posiciones irreconciliables
que se disputan el poder en la sociedad concreta: una,
por la defensa a capa y espada del régimen existente y en el caso
actual de la globalización del capitalismo imperialista salvaje, que es
muy poderosa y muy influyente por los niveles de ‘ignorancia’
político-ideológico en la población; y la otra, débil
aún y no poderosa en recursos económicos que desea la transformación
social para que haya justicia y libertad verdaderas. La primera utiliza
las armas de la mentira, la desinformación, la calumnia, la injuria; y
la segunda, se aferra a la verdad aunque a veces incurra en el error de
pronunciar una mentira.
La oligarquía, dueña de los grandes medios de la comunicación social, parece que se aprendió de memoria un párrafo de la obra “Los
miserables” para hacerlo un principio de su comportamiento (como
libertad de expresión) contra los que pugnan porque cumpla con el deber
de informar verazmente, y de esa manera responder al derecho que tiene
la sociedad de ser informada verazmente. La propiedad privada de la
comunicación, si parafraseamos a Víctor Hugo, va a lo más allá: hace la guerra al cetro en nombre
del trono, y a la mitra en nombre del altar; maltrata al que lo critica
constructivamente; se arroja en el tiro de caballos para que vayan más
aprisa; censura a la hoguera porque quema poco a los herejes; insulta
a quien le responde con exceso de respeto; encuentra en el papa poco
papismo, en el rey poco realismo y mucha luz en la noche; se
descontenta del alabastro, de la nieve, del cisne y de la azucena en
nombre de la blancura; cuando se muestra partidaria de alguna obra del
gobierno, no deja de reflejar que sigue siendo su peor enemigo; lleva
siempre el pro hasta el contra.