Juro por mi madre muerta que me impresionó al máximo la controversia que se suscitó entre los dos hermanos: Vladimir y Ernesto Villegas. Hijos de la misma madre y el mismo padre, e integrantes de una numerosa familia honesta y trabajadora. Ambos son periodistas como lo soy yo. Son además buenos profesionales. Tal vez mi impresión se debió, en parte, a que pertenecemos a la familia periodística de Venezuela. Personalmente no conozco a ninguno de los dos. Los conozco como los conoce el resto del país, pues desde hace rato son personalidades públicas, cuyas imágenes se agigantaron luego de llegar Hugo Chávez al poder. En efecto, el día lunes Ernesto Villegas se presentó al programa de su hermano que se transmite a través del canal Globovisión. Hasta allí la cosa parecía una entrevista más, tal como había sucedido en otras ocasiones en que Ernesto ha aceptado la invitación de los productores del programa de marras. Pero no fue así. En las primeras de cambio se observó una gran tensión entre los dos. Con el correr de los minutos la soga se fue tensando, en la medida que cada uno de los dos defendía su posición. Su trinchera de lucha, por así decirlo. Los hablantes se acaloraron en la medida que iban pasando revistas a los problemas surgidos de la violencia que vive nuestro país. Y al final, se pararon molestos. Muy molestos. No pudieron ocultar el impase entre los dos.
Esto pudiera estar pasando en el seno de varias familias en el país. Lo que significa que no es bueno. Que no es el camino que pudiera conducirnos a la paz. Lo sucedido entre los dos hermanos no es más que una muestra de lo que acontece en el territorio nacional. Estamos llegando a niveles de odio impensados. Odio que conduce, inexorablemente, a más violencia, más destrucción y más muerte. Pero debemos sembrar el amor en donde hay odio. El amor es el antídoto contra el odio. Donde haya amor hay paz, independientemente de cómo piense cada uno de los integrantes de un hogar. Por ejemplo, en mi hogar conviven dos chavistas (mi esposa y yo), y tres que no lo son. Tengo una hija en México que no es chavista, como no lo es mi hijo que está en Miami. Pero, entre nosotros reina la paz, porque reina el amor. Nos respetamos unos a los otros. Nunca pasamos la raya amarilla, en nuestras conversaciones. Soy, tal como me conocen, un revolucionario firme. No cedo ni un milímetro en mis principios, pero respeto el pensamiento de los demás. Cada quien que sea lo que quiera, siempre y cuando no le hagamos daño a terceros. Este país es de todos. Y todos tenemos el derecho de ser y pensar como queramos. Urge, pues, un entendimiento entre todos los venezolanos. Tenemos que desterrar el odio de nuestros corazones, y sustituirlo por la paz, por el diálogo y por el amor. Donde hay amor hay paz. Y donde hay paz hay vida. Urge un diálogo profundo y sincero entre todos nosotros, especialmente entre la dirigencia de este país. Allí está el calendario electoral del CNE. Utilicemos el voto para dirimir nuestras discrepancias. No hay otra. O nos entendemos, o nos hundiremos. Pero una cosa es cierta, a través del odio nunca llegaremos a un final feliz. No habrá victoria para nadie, sino caos. Y la mayoría de las personas que pueblan este territorio claman porque haya paz, y sólo habrá paz si hay amor. El amor permitirá que la dirigencia, de un lado y del otro, piense mejor, piense por el país. Hago votos porque entre Vladimir y Ernesto se logre la paz, una vez que cada uno por su lado reflexione. Es la misma paz que deseo para Venezuela.
Puerto Ordaz, 7 de junio de 2017.