Un combativo exguerrillero de cafetín que nunca estuvo en las montañas como iluso aficionado al Partido Comunista que le quedó grande y, como socialista que nunca fue se le apagó la antorcha de ser un marxista enconchado de la devoción del gloria patria. Supo sacarle provecho a las circunstancias y escupió bocanadas de discursos que lo enturbiaron de pesimista y, como no era un jurunga muertos de trasquilar entuertos no pasó, aunque sin penas ni banderas murió como mueren los cobardes que le tienen miedo a la muerte que, como detractor del comandante Chávez, jamás le perdonó que llegara a presidente de Venezuela y mucho menos un orillero de Sabaneta que como militar no pasó de comandante que pudo unir multitudes tras de él que con sólo soltar la frase: "Por Ahora", después de un fracaso militar, lo llenó de virtudes y dio la vida tras la ilusión de hacer grande a Venezuela en furioso proceso que formó "chavistas" que en la actualidad vacacionando buscan como salir de Maduro.
Lo que Teodoro no entendió ni quiso acercársele por temor de contagiarse de inquietudes tremolinas que le afearan el panorama de líder inconcluso que perdió el estandarte de la dignidad al lado de Rafael Caldera, un ocioso político que pescó en río revuelto dos veces hasta que finalmente se consagró como un lobo feroz con lágrimas sin poder aguantar el vendaval de sus circunstancias y, como un acusé de prioridades Teodoro se fue al mundo del periodismo, le era más fácil ahogar la morrocoyo de Rosinés que lastimar al papá con tantas tremenduras desatadas en tardes nublosas de Caracas en que el rentismo de hablar mal del gobierno de Chávez lo unían a fuerzas oscurantistas que lo vanagloriaban de tremendista oportuno que, por allí andan sin entender ni querer el diálogo que lime asperezas de acercamiento por la paz y las oportunidades del país en que su frases eclécticas lo llenaban de orgullo de batallar sin el fusil que nunca usó, porque a su tiempo era más fácil engañar que convencer y con ese ideario destapó tormentas que todavía se oyen entre sus seguidores que alguna vez tuvieron aspiraciones de poder.
Y la consigna planteada por Jesús que los muertos entierren a sus muertos se hace patético en este cementerio de celebridades en que la marea de los invencibles llega a su fin, fin que destapa situaciones que una vez fueron ideas entre abundancia de libertades y, como un troquel de imprenta los medios no dejan de hacerse sentir y son tan ignominiosos que lo que no deprime se lo lleva el viento, aunque las tempestades existen y el que no dispara primero se esconde de sus cobardías que hasta la iglesia católica le rezará un bien aventurado adiós de tristezas con miradas de bondades que lo lleven a los reinos de los cielos, donde justos y pecadores buscan el perdón que no encontraron en la tierra, sino, acaso se van bien indecisos de no haber sido lo que por veces pensaron querer ser sin la suerte a su lado que, los acompañara a ser por lo menos el bien, aunque fuera con los ojos cerrados sin lágrimas de consuelo que bañaran el pedestal que los honre en honor y causas de haberle servido al pueblo, tal cual, se lo merece sin rentismo de ninguna clase.
Lo vil como malo no es suntuoso ni recompensa virtudes y, si alguno tuvo Teodoro en su épico trajinar de existencia revolucionaria quedará, a la memoria de los que luchan con paciencia y, entrega por el devenir histórico de nuestra nación con la sola misión de serle fiel a los ideales de la Patria de: morimos o veneceremos y, Teodoro jamás se planteó vencer las dificultades de su vida política, porque nunca tuvo opción de llegar al poder al hacerse un vociferador de la angustia y del enredo, supo enredar con entereza el destino de lo incierto y como un primerizo perdió la oportunidad de morir como mueren los triunfadores con la bandera nacional a media asta y, un repique de aplausos que lo entierren en las praderas de los soñadores inmortales.
Pudiéramos decir que la muerte es la alegría de los que penan en vida sin un rumbo de justicia que, le abra paso entre las multitudes que lo consientan a imagen y semejanza del honor de ser un servidor sin distingos de amar a su patria y, no se precipite a morir como un desconocido que toma el rumbo de migrar al más allá a sabiendas que se nace para morir con la espada de la integridad de los valientes que, nunca mueren ni sufren de antagonismos y, Teodoro se va y sólo se lleva las terquedades que lo hicieron un Plutarco de las letras dentro del periodismo que practicó a lo que saliera quizás, como el alumno que no fue de Rómulo Betancourt.
Paz a sus restos y que el perdón de sus hazañas lo lleven al camino de la esperanza de nunca más volver.