A razón de una relampagueante visita a la capital, y siendo sometido a las bondades reflexivas que puede originar las nunca faltantes colas de Caracas, por cierta casualidad caí en el dial donde la señora Marta Colomina y el señor Bocaranda destilan sus previsibles delicias maromáticas de su programa para “aristocráticos” disociados.
El programa en cuestión no es más que el testarudo empeño racista que tienen estos dos furibundo señores que convencidos de su “magistral” educación, no pierden oportunidad para erigirse como una clase idílicamente superior, una suerte de “divina” gente bonita que encarna y monopoliza todas las altas virtudes que el ser humano ha logrado cosechar a través del tiempo. Tan convencidos están en sus chifladuras que realmente se tornan peligrosos por el alto grado de frustración y amargura que ventilan. Su odio visceral a Chávez deviene precisamente del nivel que ha alcanzado como estadista de talla internacional. Ellos jamás se perdonarán el que sea precisamente un MESTIZO el que se les haya logrado colar para demostrar su más terrible y peligrosa verdad, verdad tan cotidiana como frecuente y que, al mismo tiempo, es tan irrebatible como lo estúpido de su supuesto y pretendido pedigreeee, el cual, basado en la estúpida teoría del darwinismo social, busca defender su superioridad racial.
Tal ha de ser el odio que le profesa esta señora a Chávez que, para los colmos de su obvia amargura, éste prácticamente le ha obligado apoyar a un candidato tan diametralmente distante de sus aspiraciones y pretensiones intelectuales. Aunque, para ser honesto, me parece estar oyéndola en sus círculos más íntimos despechugar al que en público venerablemente propone. A decir verdad una de las cosas que más odia esta señora, a parte del Presidente de la República, es precisamente la mediocridad y la ignorancia. Bonita sea la hora y la edad para idiotizarse.
