La empresa que no pudo montar el show del cantante Alejandro Sanz, en lugar de reconocer su fracaso, decidió sacarle punta al asunto. Se inventó que el gobierno de Hugo Chávez había prohibido la presentación del divo español. Así, todos saldrían ganando. Para el poder mediático nacional e internacional, obsesionado como está con el presidente bolivariano, esta salida era una delicia.
En pocos días, la farándula universal estaba conmovida con la “censura” de que habría sido víctima Sanz. “Los abajo firmantes” estremecieron al planeta, desde la Scala de Milán hasta Hollywood, pasando por el Ateneo de Anaco. Sanz disfrutaba de una gloria distinta a la que depara el canto: la de perseguido político, la de censurado de una atroz dictadura. El tío empezó a creerse un Nelson Mandela mediterráneo y medio gitano.
Nuestro mediocre periodismo de farándula, admirable por la profundidad con que ejerce su ignorancia, hacía sideral su histeria y cretinismo. La tolerancia de la derecha, esa que pide reconciliación, hizo trizas al despistado Carlos Baute por cuestionar los groseros ataques de Sanz contra Chávez. Igual le pasó a Franco de Vita, quien criticó por igual al gobierno venezolano y los insultos de Sanz. La semántica fascista no acepta equilibrios.
Lo que nunca ocurrió en la realidad –la prohibición de la actuación de Sanz- se hizo “verdad mediática”: “no lo dejaron cantar”, al pobre. Incluso, la matriz de opinión prendió en algunos sectores bolivarianos. Tuvo que salir el propio Hugo Chávez, todo extrañado con el alboroto, a decir de buen talante que se declaraba inocente de todo ese barullo virtual internacional.
“No señor Sanz, venga aquí si quiere y cante en Miraflores, yo le presto la Plaza Bicentenaria para que cante lo que quiera”, invitó el presidente de la República.
Por supuesto, los medios que tenían montada su campaña negativa, minimizaron su declaración, cuando no la ocultaron. El cantante español tampoco se ocuparía de aclarar las cosas, disfrutando como estaba su rol de héroe virtual, de miliciano del Quinto Regimiento hollywoodense, de Prometeo encadenado a la pantalla, de Conde de Montecristo en jaula chavista, de Juana de Arco ante la inminencia de la hoguera, de Borbón interrumpido en mala hora.
.La empresa promotora del abortado show se estaba haciendo la sueca hasta que los fans empezaron a reclamar la devolución de sus entradas. Protestaron que no se les informara con tiempo. Nadie se creyó eso de que los hoteles cinco estrellas se negaron a alojar al “ilustre huésped” por presiones del “rrrrrégimen”. En esos hoteles, los saben hasta las piedras, toda conspiración contra Chávez tiene su asiento. “Invéntense otra y devuelvan la lana”, el vil metal, pues.
La devolución se hizo lenta para ver si los fans se cansaban y dejaban las cosas de ese tamaño y se encadenaban al show virtual de “la persecución chavista”. Qué va. Un diario como El Universal reseñó que hasta dos horas y media de cola se calaba la gente para que le reintegraran el monto de la entrada. “Rosa Martínez manifestó malestar por el hecho de que la empresa Evenpro haya esperado tanto tiempo para regresar un dinero que es tuyo”.
Todos en la cola se quejaban de la falta de información (El Universal, 21-02-08) Precisamente, no podía ser de otra manera: toda realidad virtual se construye sobre el ocultamiento o falta total o parcial de información. El fracaso del show había que convertirlo en una victoria en la lucha planetaria contra Hugo Chávez, quien hasta ese momento ignoraba que el señor Sanz se había declarado su “perseguido” favorito, sin ton ni son.
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