La raya amarilla

Esta semana de rumores y corridas demostró nuevamente que no hay nada más miserable que el dinero, ni tampoco nada tan cobarde. Tras el billete se esconden bajas pasiones y por él se cuecen infinidad de caldos donde tienen cabida disímiles especímenes. Los bancos caídos en desgracia pusieron en evidencia que, más allá de esta diatriba en la que nos tienen inmersos desde hace diez años, existen entendimientos profanos, inimaginables, que dejan de lado las diferencias ideológicas para privilegiar el lucro.

A la revolución se le han pegado unas sanguijuelas tan grandes que son capaces de hacer tambalear un buque.

No pretendemos adentrarnos, en estas líneas, en los vericuetos del entramado financiero que nos ha remecido recientemente. Una crasa ignorancia sobre lo que hay detrás del auge y caída de los bancos intervenidos obliga a un prudente silencio. Hay demasiados elementos grises en el ínterin como para cometer la tontería de opinar al respecto. Pero esos supuestos pactos contra natura, esos aparentes vínculos tejidos cerca del Gobierno por una nueva casta de banqueros, no puede haber dejado una estela tan obvia. Sería lo mismo que acostarse a dormir con el enemigo. Extraña mucho que cada cierto tiempo aparece un hombre con un maletín o ahora un banquero de nuevo cuño.

En la banca hay demasiado zorro viejo como para que éstos se dejen penetrar tan fácilmente por un recién vestido sin sacarle algún partido. Por eso no nos deben sorprender las corridas, porque ya en el pasado demostraron que mientras perjudicaban a unos, otros salían ganando.

Una nota de BBC Mundo en su versión en español, cuyo título por cierto deja en evidencia el cada vez más claro sesgo de esa agencia de noticias, decía que según el diputado Carlos Escarrá, el banquero preso había cruzado la raya amarilla, ese espacio virtual entre lo legítimo y lo inmoral, entre lo ético y los antivalores.

El problema está en que pareciera que esa delimitación que debía ser muy clara, se hace cada vez más ambigua, más subjetiva y hay mucha gente que lleva demasiado tiempo cruzando esa raya amarilla con absoluto desparpajo.

Cada esfuerzo que uno hace por asumir una posición razonadamente equilibrada, se ve rápidamente desvanecido cuando se escuchan los argumentos de la contraparte, o cuando los voceros que salen por la pantalla del televisor tienen la horrenda cara de la traición. No es sólo el señor que está preso el que ha cruzado los límites éticos. Esa demarcación ha sido pisoteada tantas veces que ya casi ni se distingue. Los banqueros de la extrema derecha la saltan cada vez que dejan caer rumores sobre sus competidores para sacarlos del juego. Esa escuálida rayita -en el más sano sentido- se desdibuja cuando uno lee que los dineros del Estado son colocados en operaciones overnight en esas mismas instituciones que practican el capitalismo más salvaje, para que algún funcionario de medio pelo se gane unas comisiones. Pero la infracción adquiere mayor connotación si el funcionario es de pelo entero y actúa por cuenta propia o, peor aún, por mandato expreso.

Los venezolanos vamos a tener que agarrar cada quien su pote de pintura y su brocha para volver a delinear esos sagrados espacios tantas veces ultrajados y para demandar que todo aquel que los viole y pase para el otro lado, vaya a hacerle compañía al banquero preso. No es justo que esté solo en su propia trampa.

mlinar2004@yahoo.es


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Mariadela Linares


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