Por fin Marcel Granier se presentó en Conatel y consignó los recaudos de RCTV; ignoro si los exigidos por la Comisión Nacional de Telecomunicaciones o los que consideró pertinentes. Antes, publicó un remitido a página completa en varios diarios del país; comunicado que fungió como detergente del orgullo o la soberbia, vaya usted a saber.
Es lo que debieron hacer los propietarios del canal desde un principio. Sin embargo, prefirieron esperar la reacción en las calles para ver si arrinconaban al gobierno y lo obligaban a aceptar la violación sistemática de la ley. Las protestas no tuvieron siquiera la dimensión de 2007 y poco a poco, se centraron en otros asuntos: electricidad, agua, transporte estudiantil, hasta que llegó el asueto de carnaval.
Además del costoso remitido, Granier lavó su orgullo con una salida vanidosa: aceptaba la mediación del Secretario General de la OEA en su affaire con el Estado venezolano. Ya el gobierno había desestimado la insulsa sugerencia del señor Insulza, pues en el supuesto negado de aceptarla, sentaría el ridículo precedente de que cualquiera que se colocara al margen del ordenamiento legal, pediría la mediación de la ONU o del Vaticano.
La sola alusión de la mediación de la OEA me recordó un viejo best seller escrito por Anthony Sampson y titulado El Estado Soberano de la ITT. Apareció por 1973, año del golpe contra Salvador Allende. El autor relata todo el poder en el planeta de esta multinacional, metida en cuanto golpe de Estado se fraguaba en el mundo. Pasada la guerra mundial se supo que la transnacional negoció sus equipos con los aliados y los nazi y cuando se le preguntó al dueño a qué intereses respondía su corporación, contestó: al Estado soberano de la ITT (International Telephone and Telegraph).
Faltaban muchos años para que se hablara en el mundo de la mediocracia, esto es, gobierno de los medios, por los medios y para los medios. De un mitificado cuarto poder, primero se convirtieron en el poder detrás del trono y, luego, como en el caso de Italia con Berlusconi, en el poder directo, de hecho y de derecho. El 11 de abril de 2002, aquí en Venezuela, por 48 horas, fueron el poder de facto.
Hay una considerable distancia entre la ITT y el grupo 1BC (si todavía existe), propietario de RCTV. Pero esa distancia no anula la fatua ilusión de compararse. Para los “estados soberanos” empresariales no existen normas ni leyes, sino sus propios intereses, como lo relata Anthony Sampson en su ameno y documentado libro. Pero de pronto, cuando la soberbia estira demasiado la cuerda, las naciones les recuerdan quién es el Estado.
Los gobiernos de la cuarta república se dejaron gobernar por el “cuarto poder”, que se presumía el primero. Cuando el barco puntofijista hacía aguas, quiso prolongar su agonía con una reforma constitucional. En el proyecto reformista incluyeron, tímidamente, el principio de información veraz. Los medios reaccionaron en forma virulenta y Rafael Caldera, presidente la Comisión para la Reforma, tuvo que archivar el proyecto. No era la primera vez que el poder mediático sometía al poder político.
Asumirse “estado soberano” es una tentación y un sueño de grandeza. Conlleva el extravío del sentido de las proporciones. En ese trance se solicita, de tú a tú, la mediación de la OEA frente al otro Estado, en este caso, el de la República Bolivariana de Venezuela. Hasta que la realidad se impone y se tiene que acudir, carpeta bajo el brazo, a una simple comisión de telecomunicaciones.
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