Porque uno supone que quien asesora a la oposición tiene una visión objetiva de la realidad sobre la que actúa. Estudia, analiza y concluye que la campaña debe ser tétrica, ponle. Mucha muerte en primera plana y en pantalla completa. Mucho usar el esquema narrativo del villano a ser castigado, etc. Mucho oponer comunismo a libertad. Es decir, sin razonamiento, sino con la pura compensación emocional de castigo al rufián, que es como actúan desde hace años los medios de comunicación mercenarios del mundo entero, como un solo cuerpo.
Pero uno supone mal, porque presume gente en sus cabales, mentalmente sana pero éticamente perversa, que deliberadamente produce, fría y calculadora, una campaña electoral llena de brutalidad y barbarie.
No es así. Es decir, no es que llegaron a esa conclusión porque así se lo indicaron J. J. Rendón y algún tanque de pensamiento del Imperio. Eso pasó, claro, pero no hacía mucha falta, porque toda la oposición, incluyendo esos y otros asesores, es ese horror, no es otra cosa. “Tienen, por eso no lloran,/de plomo las calaveras”, cantaba a gente así Federico García Lorca, Romance de la Guardia Civil. Y gente así lo asesinó.
Mírales el espíritu a través de los medios que siguen leyendo, de modo perverso, porque les consta lo mentirosos que son: un universo lúgubre, sombrío, rebosante de imágenes horripilantes, repugnantes, revulsivas, porque ahí situaron la vida que llevan.
Aplican un filtro. Ven la Cédula del Buen Vivir y leen 'tarjeta de racionamiento'. No son capaces de ver lo bueno sino solo lo malo y como en este mundo complejo casi todo lo bueno tiene un residuo de malo entonces solo ven mala praxis en Barrio Adentro, brujería en la exhumación de Bolívar, espionaje en los bombillos ahorradores. No hay nobleza ni bondad en la vida, sino un universo de codicia, acaparamiento, trituración de la pobreza, invasiones, coches bomba, bombardeos con fósforo blanco, uranio empobrecido, bomba atómica. A eso conduce la escalada del horror. No son fantasías, ahí está Iraq. No conciben nada que no esté plagado de esos y peores horrores y se enfurecen cuando se les señala que también puede haber y de hecho hay bondad en el mundo. Entonces se encrespan y tocan cacerolas, marchan, guarimbean, insultan y les importa un pito que alguien recupere la visión, aprenda a leer o pueda caminar de nuevo. Se llama fascismo.
Hablas con esa gente y solo escuchas horror tras espanto. Consideran, cuando lo consideran, ingenuo y más bien pendejo que la Revolución Bolivariana quiera curar niños y niñas con enfermedades cardíacas o ayudar a otros pueblos. Lo que hay que hacer es sobrevivir y escalar a costa de lo que sea, pisoteando al hermano, a la madre, a la hija, lo demás son pendejadas marxistas adolescentes.
Pero lo peor no es que vivan así, que ya es suficiente desgracia, sino que no toleran alternativa. Se enfurecen de que alguien no sea así. Nadie tiene derecho a ejercer la bondad. Es más, no lo entienden, no lo creen, no lo ven. Son como esa gente corrupta que ante la juventud virtuosa declara: “¡Ja! Ya te veré como yo. Yo también fui idealista, bolsa...”.
Crean las condiciones para la inseguridad, que vive de esos valores de solo me interesa mi bienestar y si puedo quitarte algo te lo quito. El mundo-infierno se divide en gente ganadora y gente perdedora, winners and losers. Me importa un pito el recalentamiento global mientras mi aire acondicionado funcione. Ah, pero la culpa es del gobierno que intenta atacar la delincuencia en su raíz de horror: la pobreza, la miseria. Tergiversan y protestan con ira toda medida destinada a combatir la penuria. No se salva ni una medida.
En eso practican lo que en sicología se llama proyección, atribuyendo al gobierno lo que ellos son.
Sí, fatigan y hartan.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com