Primera: la estrategia de Capriles Radonski para ganar adeptos parece provenir de un gesto inspirado en las obras de Molière. El supuesto apoyo a los pobres venezolanos raya en un cinismo propio de quien quiere ganar indulgencia con escapulario ajeno. Todos guardamos en nuestra memoria la violación del derecho internacional por parte de Capriles irrumpiendo y violentando la soberanía de la Embajada de Cuba. Las acciones de Radonski indican que el “populismo” de derecha impulsado maliciosamente por Álvaro Uribe y la CIA consiguió un pupilo más en Venezuela. Este “burgués gentil hombre” del salón de la “justicia” mayamera se quiere mimetizar, parecer patriota, de pueblo, sólo con el propósito de captar votos en los “NINI” y en aquellos grupos que aún, después de 10 años de Revolución, todavía creen en cantos de sirena del contubernio puntofijista. Hay que hilar fino y estar atentos por la forma como la oposición confabula su estrategia de camuflarse de ovejas cuando en el fondo son hijos de la bestia neoliberal.
Segunda: es Marx quien racionaliza la fuerza que emerge de los pobres como poder. Interpreta de manera genial el filósofo alemán como las contradicciones de clase y el determinismo económico pueden lograr las reivindicaciones de los excluidos. Ahora bien ¿Qué pasa cuándo esa muchedumbre y seres vilipendiados por el capitalismo se arrincona o cae en los abismos de la pasividad? La respuesta parece obvia: pierde su fuerza como masa. La inversión de recursos y atención que el Presidente Chávez ha conferido para solventar la deuda social acumulada en nuestro país debería tener como retribución –natural y no por estimulación mediática-, la conformación de una fuerza ascendente desde las bases del pueblo para blindar a esta Revolución ante cualquier arremetida de la derecha. No podemos olvidar que aún este proceso político se legitima por mecanismos electorales creados por fórmulas no precisamente revolucionarias. Si queremos seguir por el axioma de las elecciones estamos en la obligación de garantizar que la fuerza de los que aún son pobres no disminuya, ni mucho menos se quede represada en dirimir meramente las luchas materiales. Es imperioso además lograr que de ella emane constantemente la presión necesaria para que el ideario revolucionario se mantenga en curso. Algunos afirman que “la clase baja poco vota, y sí lo hace la clase media y alta”; si esta es una verdad inamovible y la tendencia de votos planteados a favor del chavismo en las elecciones parlamentarias no se incrementa, el poder de la masa que sostiene este proceso entraría en un peligroso escenario de erosión y atomización. La cosa es clara: no basta que los pobres alcancen las reivindicaciones materiales que se merecen, debemos garantizar que de ella fluya constantemente la movilización y acción política para lograr la continuidad de la Revolución Bolivariana.
Tercera: la oposición venezolana ataca el concepto de hegemonía comunicacional planteada por algunos voceros del Gobierno Nacional; sin embargo, como parte de su doble moral nunca critica la cartelización y agenda común de temas -en el sentido libre mercantilista- con los que se maneja la línea editorial de los medios privados. En este esquema omnipresente no hay cavidad para otras posturas donde por ejemplo se tracen agendas mediáticas para abordar la realidad social desde los criterios del materialismo histórico o lucha de clases. La hegemonía comunicacional de la derecha venezolana está vigente a pesar de los grandes esfuerzos que hace la Revolución Bolivariana por contrarrestarla. Los valores hegemónicos que difunde la oposición mediática se reciclan en el área del entretenimiento, se oxigenan desde la religión, se reglamentan desde lo normativo jurídico de la burguesía, y sobre todo, se legitiman en el sistema educativo donde se inculcan desde niños el individualismo, el darwinismo social y los valores de cambio en los que el sujeto se relativiza. No es fácil desarticular el “exquisito” andamiaje mediático posicionado en muchos estratos de nuestro país como el referencial, el bueno, el verdadero. El cambio y la constitución de un nuevo modelo comunicacional implica trascender los patrones estéticos establecidos como ideales. Para unos requiere profundizar las contradicciones entre ellos y nosotros; otros señalan que la pieza fundamental para el triunfo en esta confrontación es la estimulación de la crítica y la incubación de anticuerpos que nos permitan dilucidar lo que es verdadero y está oculto, y aquello que se nos muestra, pero no es sino un espejismo difundido por aquél que está sentado a la derecha del dios mediático