Un verdadero pandemónium de información y desinformación tuvo lugar en la segunda semana del mes en curso, como resultado de las actividades de conmemoración de lado y lado, de los hechos ocurridos en abril de 2002. Estamos a diez años del golpe de Estado de Carmona, en cuya planificación y ejecución participaron los grandes medios de información venezolanos, dirigentes políticos, empresariales y sindicales y el sector militar del país. Fue un golpe cívico militar, con gran apoyo por parte de un sector de la población que, independientemente de haber sido utilizado sin tener conciencia de ello, apoyó con posterioridad la intentona de derrocamiento por la fuerza del presidente Chávez.
Ocurrió, en este último sentido, lo mismo que pasó el 4 de febrero de 1992, cuando una parte de la población, sin haber participado en el golpe de Chávez y sus muchachos ni sabido de su posibilidad, apoyaron posteriormente el mismo y al teniente coronel dirigente, que luego es llevado a la Presidencia de la República. Se trata de dos golpes de Estado, en cuya interpretación juega un factor fundamental la posición política de los involucrados. Para unos, el golpe de Carmona fue “un acto artero y criminal que pretendía privatizar PDVSA y entregarla a las empresas transnacionales, así como embestir contra las instituciones democráticas y el Estado de derecho”.
Para otros fue “el derecho a rebelarse del pueblo ante una conducta autoritaria y antidemocrática de un Gobierno, dispuesto a imponer por la fuerza su voluntad dictatorial y contraria a la de la mayoría”. Unos lo condenan y otros lo celebran y cada quien da sus versiones acomodadas de la forma en que se produjo, los muertos y heridos habidos, sus autores y los presos por estas acciones. Curiosamente, el Ejecutivo ni mencionó al general Baduel, en el pasado siempre glorificado en estas fechas por sus acciones militares de rescate del Comandante en Jefe. Parecería que, una vez caído en desgracia, su decisiva participación nunca ocurrió. Si así se manejan los hechos políticos, que tienen testigos vivos, me imagino qué no se hará con los históricos, donde los testigos están muertos.
Lo cierto es que los organizadores y ejecutores del golpe en absoluto tuvieron la valentía que le reclaman al Presidente, pues abandonaron cobardemente el campo de batalla, dejando a los manifestantes como carne de cañón de los francotiradores, que nadie pudo nunca identificar ni castigar. Otra verdad, que la realidad nos ha dado con posterioridad, es que no se necesitaba ningún golpe para privatizar la industria petrolera, tal y como el Gobierno nos ha demostrado con su neoapertura, sus empresas mixtas y su venta de acciones de PDVSA en las bolsas internacionales. Sobre las visiones del 4 de febrero, tenemos la imagen en espejo de la que acabo de describir para abril de 2002; para el Gobierno: un acto liberador lleno de heroísmo; para los otros: un golpe sangriento aún sin castigo.
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