A medida que transcurren los días va quedando claro para la opinión pública la dimensión de la arbitrariedad de la acción contra Lugo: Se le acusa de haberse colocado al lado de los más débiles, lo cual asumen los sectores dominantes como un estimulo a la lucha de clases y la división. Es decir, los campesinos paraguayos están sometidos a relaciones semiesclavistas, no tienen acceso a la tierra pues esta se encuentra en manos de unos pocos terratenientes y para colmo, deben aceptar todo eso tranquilamente, ya que si no lo hacen, atentan contra la unidad del país. La gente de oposición en Venezuela que se alegra porque el bipartidismo tradicional y oligárquico del Paraguay se la aplicó a Lugo, deben saber que se están colocando al lado de tesis retrógradas y reaccionarias. Aquellos que ven como natural que existan unos pocos que lo tienen todo en demasía, mientras las mayorías carecen de lo más elemental. Por supuesto, es el camino que la oposición venezolana ha escogido; que será de todo, menos de Progreso.
Ahora, es claro que su felicidad deriva del hecho de creer que lo sucedido en aquel país debilita políticamente a Chávez. En verdad debilita una postura progresista en el continente, sobre todo en una nación que hasta ayer nada más estaba bajo el dominio de una de las dictaduras más largas y sangrientas. La elección de Lugo, además, significó la ruptura del estatus político dominante. Una ruptura, más no su derrota definitiva puesto que hubo de aliarse con parte de ese estatus para coronar su victoria electoral. Por otra parte, la maniobra política implementada a solo nueve meses de las elecciones presidenciales en las cuales no participaría Lugo como candidato, está dirigida también, a dificultar la aparición de otros factores políticos que muy probablemente tomarían fuerza en aquel proceso electoral.
Pero Chávez no se ve debilitado en sus aspiraciones presidenciales por lo que ha ocurrido con Fernando Lugo. Muy al contrario, aparece al lado de una posición de progreso, ajustada a los tiempos que vive el continente. Tanto es así, que Capriles Radonski se ha visto precisado a desmarcarse de la posición de muchos de quienes lo siguen y sostienen. Prueba más evidente que la maniobra de la oligarquía paraguaya no es defendible sin colocarse en el lado más oscuro del pensamiento político.
La reacción de la oposición ante los hechos comentados pone de manifiesto hasta donde estarían dispuestos a llegar si tuvieran la oportunidad. Esto hay que concatenarlo con la cada vez más visible “política de fraude”, hacia la cual están empujando a buena parte de la masa opositora.
La política de cantar fraude no tiene otro objetivo que uno de corte insurreccional. En primer lugar, porque desactiva al propio electorado. ¿Quién va a ir a votar si lo han convencido que habrá fraude? Esta es una manera de declararse derrotado sin haberse iniciado la batalla. Luego, ¿Si hay fraude que camino queda? Por supuesto que protestar. En medio de estas protestas no sería extraño que aparecieran los grupos violentos. Esto es lo que deben conocer las personas que están siendo empujadas hacia escenarios que probablemente ni siquiera imaginan.
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