Hay quien puede costearse la arrogancia y hay quien no. El problema es que el costo de la arrogancia no lo paga solo quien es arrogante, sino un montón de gente que anda por los alrededores. Son los daños colaterales de la arrogancia. Es, pues, un pecado bastante democrático, quizás socialista…
Dicen que la soberbia, otro nombre de la arrogancia, es uno de los siete pecados capitales. No tengo demasiada confianza en la veracidad de estos pecados, pero diré, en beneficio del argumento, que la soberbia está en la raíz de los otros seis (ver http://j.mp/UIkCuX).
Todos podemos caer en ella. Y lo peor es que no siempre nos damos cuenta. El prójimo sí.
Suele salir cara, sobre todo a quien la profesa. El ser humano, por ejemplo, está a punto de destruir su planeta por arrogancia. Comienza en el libro del Génesis, que reza que el ser humano debe señorear los animales, lo que le daría derecho a disponer de ellos y vio Dios que era bueno (Génesis 1:26). No diré de quién es la culpa porque de repente es Dios Mesmo, no sé; no soy teólogo, gracias a Dios. Igualmente, los imperios consideran que el África y el Medio Oriente se los mandó el Dios de los ejércitos para que dispusieran de ellos a su solo juicio. O falta de juicio.
Hay tres características humanas mal diseñadas: la columna vertebral, hecha para andar en cuatro patas y no en dos, como salimos de safriscos a andar y hasta con un tumbao. Lo otro es el apéndice vermicular, que solo funciona, cuando funciona, para matarlo a uno de un cólico miserere. El tercero es el ego, que cuando se infla conduce a nuestro tema de hoy. Los dos primeros son tratables, fisioterapia, cirugía, etc. No así el ego. No hay pomada, unto, ampolleta, masaje, elíxir, terapia intensiva, ungüento, jarabe, fisioterapia, sicoterapia, opoterapia, ergoterapia, talasoterapia, gemoterapia, aromaterapia, imposición de manos ni oración del tabaco que siquiera lo alivie. Lo único que queda es guarecerse de tales pacientes bajo un alero o sacar un paraguas o unos patines para alejarse lo más rápido posible. No sirve el halago porque nunca les adularás lo suficiente. No sirve el insulto porque se empeoran. No sirve la ley del hielo porque se pueden poner intensos. Sufren mucho, eso sí, por lo que la ciencia tiene el desafío de aliviar el mal que padecen tales mártires y también quienes tienen que sobrellevar su desarreglo.
Este mal está costando no sé cuántas guerras pasadas, presentes y futuras, porque los imperios tienen una larga lista de espera de países por invadir, bombardear con bombas de racimo y fósforo blanco; desestabilizar, darles golpes, suaves o de los otros; conspiraciones, guarimbas, huelgas de cachitos, quema de palmeras y de parques nacionales, paros patronales, operaciones de bandera falsa, perfidias, plazos traicioneros, fotos trucadas en fotochó, matrices de opinión, desvío de marchas, la batalla final será en Miraflores, listas de asistencia, picones en la Casa Blanca, suaparas, empanadas con carne por dentro, cheques de Pdvsa, sobres de manila, cheque o efectivo, para no hablar todavía de lo que Nicolás Maduro anunció el jueves pasado. Espero en mi sillón de orejas.
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