Aprovechando un tiempo libre del cual disponía atendí la recomendación de mi amiga peluquera quien trabaja en un centro de estética situado la zona del este de Caracas. En verdad, no iba a darme masajes, ni tampoco a cambiarme el luc de mi peinado, simplemente acudiría para sacarme una uña encarnada en manos de una experta pedicura recomendada por mi barbera. Llegué a mediados de la mañana cuando en el local, especializado en tratamientos de belleza masculina y femenina, se encontraban numerosas damas de nuestra “encumbrada” clase media asalariada. Me senté en espera de mi turno, tiempo que aproveché para escuchar una amena conversación, algo peculiar.
– Xioma ¿Cómo estás? Tenía tiempo sin verte en nuestro centro de rescate estético.
No sabía quién era Xioma, pero esperé que la aludida tomara la palabra.
– Mira Cata, acabo de llegar de Miami donde realicé algunas compras. Tú sabes que en el imperio me siento como pez en el agua. En Caracas me da pavor diluir mi personalidad entre esos mugrosos chavistas. Como comprenderás, temo perder mi individualidad al lado de esta barahúnda de marginales…Esto me lo explicó mi gurú personalizado.
De seguro, la dama parecía haber realizado un curso avanzado de yoguismo. Lamentablemente no tuve tiempo de otras reflexiones dado que escuché un nuevo tono de voz.
– Feliz tu Cata que tienes dólares. Esa mercancía está más escasa que el papel tualé.
– Viky uno tiene que ingeniársela para sobrevivir. Yo tengo dos cachifas, una fija y otra que me va por día. A las dos les compré el cupo de la tarjeta. Las pobres no tienen nada y de esa manera contribuyo para sacarlas de la indigencia. Tú sabes cómo soy de sentimental ante las contrariedades de los humildes. Al fin y al cabo, como dice el autobusero ignorante: “ahora tenemos patria”.
Evidentemente la última frase fue pronunciada con socarrona ironía, algo de lo que se percató una de las peluqueras. De seguido le replicó con cierta sonrisa.
– Pero señora Xioma, Jesús fue un simple carpintero, no acudió a ninguna universidad y dividió el mundo en antes y después de Cristo…
La recién llegada del norte miró con desdén a la peluquera que evidenciaba su afro descendencia. Aquella intromisión oral fue interrumpida por otra de las parlanchinas.
– Mira Benedicto – refiriéndose al dueño del centro – vas tener que hacer una limpieza étnica entre tu personal. No es posible que estas tierrúas interrumpan las conversaciones de quienes les damos de comer.
El aludido, con evidente solecismo propio de los emigrantes italianos, no se inmutó y expresó:
– Si despido a mis empleadas no tendrán quien les haga el servicio.
– Sinceramente, yo no sé como ustedes pueden vivir en Caracas con los problemas de inseguridad. Cuando me voy de viaje al extranjero me da pena decir que soy venezolana. Ahora nos ven como unas arruinadas. Añoro los tiempos del “ta barato dame dos” de Carlos Andrés, que en paz descanse.
– En eso tienes razón Xioma, tu siempre tan exquisita. Yo me quedo en Caracas, tú sabes que aquí tengo mis amistades de la hai societi y como comprenderás, soy un animal social. Fíjate lo que ahora está haciendo el chofer de autobús, le está regalando el gas a los cubanos y a los chinos. En navidad no vamos a tener con que hacer las hallacas.
De repente se apareció la trigueña encargada de barrer los cabellos, en su mayoría tiznados de amarillo en el empeño de las damas en convertirse en rubias embaucadoras. La morena pareció escuchar algo del coloquio y apoyándose en la libertad de expresión intervino:
– Ay señora Cata, eso ocurrirá por donde usted vive. A mi mamá le dieron un apartamento de la Gran Misión Vivienda en la avenida Lecuna y a mi hermana mayor le entregaron uno en la avenida Libertador, ambos con papeles y llave y allá nunca les falta el gas.
El rostro de las conversadoras cambió como por arte de birlibirloque y como si no hubiesen escuchado nada continuaron.
– El problema de Venezuela es la marginalidad. Una de mis cachifas es de Mango de Ocoita y sinceramente, se cree gente. Ahora el autobusero, al igual que el difunto innombrable, les sigue ofreciendo cosas, disque paras sacarlos de la pobreza.
– Pero Xioma, a quien se le ocurre nacer en un poblado que se llame así. Tan solo a unos negros ignorantes.
Las peluqueras estaban pendientes de la conversación y una hermosa morena no pudo resistir la tentación de meter su cuchara.
– Yo tengo una prima que vive en Mango de Ocoita. Estudia en la misión Sucre y dentro de poco se va a graduar de abogada. Además, le dieron un crédito para sembrar mandarinas y naranjas.
Parecía que las observaciones de las peluqueras no entraban en el rango de interés de las damas de alcurnia y preferían no escucharlas.
– Pero cuéntame Xioma, qué compraste en Mayami.
– A ustedes parece que la memoria se las expropió el autobusero. No recuerdan, pronto se celebrará jalogüi, una fiesta perteneciente a nuestro patrimonio cultural. Con el cupo de las tarjetas de las cachifas me fui a comprar los disfraces de mis hijos y el mío.
– Que lindo, eso me parece tan bonito. Recuerdo, el año pasado, que varias amigas la noche del jalogüi nos disfrazamos de vaqueras. Si mi hubiesen visto con mi sombrero y mis polainas texanas, además unos yin que me quedaban bien ajustados. Me veía exquisita, parecía una verdadera gringa. En verdad, se trataba de disfraces netamente étnicos.
De nuevo la joven de la limpieza pasó muy cerca y preguntó:
– Señora Cata ¿Y qué se celebra la noche del jalogüi?
Por lo que observé en el rostro de la aludida se evidenció la duda. Su silencio embarazoso fue aprovechado por Viki para auxiliarla.
– Niña, tú no sabes que la ignorancia engorda. Esa fiesta refuerza la venezolanidad, nuestra etnia ancestral y se celebra desde hace muchos años. Ese día fue cuando llegaron los primeros negros de África, por recomendación de Bartolomé de la Casas, para ayudar en el trabajo a nuestros indiecitos flojos.
Yo no supe si reír o llorar la ignorancia de las damas y mantuve mi rostro inmutable para no evidenciar asombro. Caminando hacia a la cabina para atender el llamado de la empleada, lo último que registraron mis parabólicas fue:
– Escuché al obrero autobusero que dentro de poco van a llegar los perniles navideños. Le voy a decir a la negrita que me compre tres piernas en el Abasto Bicentenario o en mercal. Les vendo dos a mis amigas y el mío me sale gratis. Esto es hacer negocio.
Me levanté y me dirigí hacia el locutorio que me correspondía. Medité sobre los aguerridos luchadores sociales que han gastado la vida y su patrimonio, que han lidiando valerosamente sin momentos de sosiego para que un nauseabundo linaje de parásitos se beneficie del trabajo ajeno.