La contrarrevolución ha entrado de nuevo en la fase descendente que traza su signo para cada una de sus arremetidas. Aunque no cesará de atacar mientras su odio se alimente de nostalgia de privilegios y la pique el aguijón imperialista, una vez y otra rodará porque su marca significativa es la derrota. Lo es por el nivel alcanzado de conciencia, unidad y organización de los factores fundamentales de la sociedad.
Por las malas golpe de abril, golpe-sabotaje petrolero, show grotesco de la plaza Altamira, primeras guarimbas, paras de la hacienda Daktari, etc., o por las buenas dieciocho derrotas en diecinueve elecciones, no puede trascender el tremedal que la envuelve y enloquece. Y no aprende, pues padece el síndrome borbónico, ese atasco que solía endilgar a nuestra izquierda un conocido exintegrante de la misma.
Ahora vuelve a ser tiempo de rodar.
La perversidad del fascismo, invariable arreador del resto oposicionista que no se atreve a enfrentarlo, estuvo durante meses o años preparándose, bajo coyunda gringa, para desencadenar la actual maquinación conspirativa dirigida a destruir la democracia venezolana y reemplazarla por un pinochetismo potenciado, del cual tuvimos un botón de muestra con Carmona el Efímero.
Esa facción irracional lanzó en esta ocasión el grueso de sus recursos ilegales (salvo marines), segura de su triunfo pues operaba una trama de un tipo probado en los laboratorios del imperio.
Solo que otra vez olvidó pequeños detalles: un Pueblo que descubrió su voz y se dotó de un proyecto, una Fuerza Armada que reencontró su conciencia, un liderazgo que reencarnó al Libertador y un proceso transformador que traspasa fronteras y recibe admiración y solidaridad de todos los pueblos y no pocos gobiernos del planeta.
Cuantas veces arremetan, rodarán. Aunque tengamos que padecer dolor y sangre.
¡Castigo al fascismo! ¡Justicia a las y los asesinados!