Pasé hoy frente al portón del prestigioso Caracas Country Club, creado en 1918, como escribe Rafael Díaz Casanova en su libro De Las Barrancas a Blandín “en los albores de la industria petrolera… cuando se hacía necesario un sitio donde los norteamericanos que venían a trabajar en la industria naciente pudieran practicar un deporte que para entonces era totalmente desconocido en el país” y ubicado desde 1928 en la antigua Hacienda Blandín también para satisfacer el ocio y el tiempo libre de la alta sociedad de Caracas, perdón de la “high society”.
Permítanme la fantasía, sin querer imitar al Sr. Roberto Malaver, pero imaginé a nuestro Presidente Maduro entrando por ese portón estilo colonial, escoltado por la fuerza socialista motorizada, y muy bien acompañado de la Primera Dama, porque el calificativo de Combatiente no sería bien visto por estos lares.
Una invitación de cortesía por haber sido ya invitados al Palacio de Miraflores, en ocasión de la Conferencia por la Paz. Ahí sabemos que asistieron apellidos ilustres, de alcurnia y abolengo. Como Mendoza, por ejemplo, el que más me armoniza en este momento, cuya familia seguramente frecuenta el Country Club desde hace varias generaciones.
Esta invitación no sería descabellada. Sería lo correcto, lo cortés, lo usual en la etiqueta social: un intercambio de gentilezas. Y además se ofrecería un almuerzo gourmet, seguramente hecho por chefs venezolanos, ganadores de estrellas Michelín, aplicando las recetas de Armando Scannone. Condimentado con sorbetes de parchita, perdón de passion fruits y cerrando con una espectacular torta de chocolate de Barlovento, con cubierta de mazapán coloreada con los colores de la bandera y adornada con ocho (¡8!) estrellas de esas que titiran y venden en la época de Navidad.
Antes de la degustación se le solicitaría al Presidente muy gentilmente unas palabras de salutación en esos salones coloniales rodeados de un patio andaluz y de mucho verdor. Y ¿quién sabe? Tal vez un breve pero simbólico partido de golf. Los dedicados organizadores extenderán la invitación también al VicePresidente Arreaza y a su esposa Rosa Virginia. ¡Ah! No olvidarían por supuesto asegurarse que ese día maricori no aparezca por allá.
Estamos más que seguros que nuestro querido Presidente haría un excelente papel como invitado de honor, siendo portador además de una experiencia de seis años como canciller que lo deben haber curtido en estos agasajos. Además se haría lo imposible por no recordar al exalcalde metropolitano Juan Barreto cuya idea de expropiar los campos de golf para la Misión Vivienda fue sabiamente desestimada por el Presidente Chávez.
¿Sería tan insólita esta invitación? No tengo la información pero con toda seguridad Pérez Jiménez, presidentes adecos y copeyanos fueron invitados a la anterior Hacienda Blandín y, en privado, a sus lujosas mansiones donde negociaban prebendas.
El Presidente Maduro almorzando en el Caracas Country Club, invitado por algún personaje de la “high”, demostraría que no aplica discriminación alguna entre los venezolanos, que ser rico, como decía Winston Vallenilla en su campaña, no es malo, siempre y cuando, añado yo, que esa riqueza sea producto de un trabajo honesto, claro, creado en el capitalismo salvaje que nos guiaba en la segunda mitad del siglo XX y que todavía opino prevalecerá en gran medida a pesar del esfuerzo del gobierno socialista. Y daría al traste con la desafortunada reciente aseveración del Ministro Héctor Rodríguez, sobre los pobres, que fue muy mal entendida pero mejor aprovechada en esta guerra sicológica.
Si esta fantasía se hace algún día realidad me reservo el derecho de ser testigo presencial y de registrar el exquisito acontecimiento. Lo cual también hará alguien más para la revista Hola Venezuela. Y quedará recordado para la posteridad en una placa conmemorativa que indique: por aquí pasó su Excelencia Nicolás Maduro, el Primer Presidente Chavista de la Historia Venezolana.
Por cierto, ¿qué pasaría con La Casona, en La Carlota?