La guarimba de 2014 fue un pulcro anillo de operaciones. Enumeraré solo algunas, obvias salvo para la oposición más aturdida.
Veamos:
Gimoteo «espontáneo» de comediantes mercenarios que enarbolaban el letrerito «#SOSVenezuela» y lagrimeaban hasta en el Oscar y ahora callan amaestrados sobre los 43 estudiantes mexicanos.
Guerra económica.
Dos esbirros de CNN se vinieron a tronar la caída del rrrÉgimen; 82 diarios venales dedicaron una página diaria de mentiras industriales sobre Venezuela, en el contexto del redoblamiento del ataque sistemático y brutal de la dictadura mediática mundial.
Y lo central: guarimbas (focos de violencia urbana) bien coordinadas, con logística, detalles prolijos como hidratación, alimentación, armamento, esmerados camiones de escombros, basura bien distribuida e incendiada, mercenarios entrenados, paramilitares, sincronización por Zello, uso de cámaras GoPro, Twitter, etc. Junto con eso un tejido de embustes estúpidos (como todos): la violencia era obra de los «colectivos» chavistas, es decir, el gobierno estaba derrocándose a sí mismo. Hubo no solo quemas, sino asesinatos con guayas, disparos quirúrgicos a quienes intentaban levantar las barricadas, a guardias, a policías, a cualquiera. Cierre de vías para, entre otros efectos, impedir el paso de emergencias, sobre todo médicas.
Devastación desde universidades hasta preescolares, con bebés dentro, para provocar la ira popular y enfrentamientos violentos, lo que la estrategia imperial llama poéticamente «peleas de perros», que a su vez sirven de coartada para la invasión yanqui de un estado «forajido». Pasó en Libia, pasa en Siria, en Irak, ya ves que no estoy delirando.
Ese es grosso modo el molde usado desde Venezuela hasta Hong Kong, con escasos y adecuados matices locales. Ucrania, Kyrgyzstan, Irán, Bolivia, Brasil, Chechenia, los Balcanes, para no hablar del infierno del Medio Oriente y otros países africanos. Lo tienen montadito en Cuba, solo que no se les ha dado, como tampoco en Venezuela y en otros lugares, que ahora se me escapan de la memoria. A ellos no, porque quieren contagiar su locura al planeta, como intenté mostrar en mi artículo anterior.
Por eso pregunto: ¿Qué traman ahora? Observemos a sus mamarrachos. Sin pestañear.